Seguir el panorama político de hace agotador, y no porque cada día se vean y se desarrollen medidas que cambian la vida de las personas, sino porque precisamente cada día nos enteramos de más cosas que van en contra del bien común.
Esta semana despertamos con la condición de investigado nada más y nada menos que del fiscal general del Estado. Fiscal que es sus funciones tiene la de “promover e impulsar la acción de la justicia, asegurar la legalidad e IMPARCIALIDAD del funcionamiento de la justicia y la PROTECCIÓN de los derechos de algunos colectivos, como menores, personas con discapacidad, …”
A priori se presume complejo el hecho de que en estos momentos, esta persona pueda asegurar esa “legalidad e imparcialidad”, también se advierte difícil la tarea de organizar a todo el ministerio fiscal para que cumplan sus funciones. Se complica aquello de predicar con el ejemplo.
Esta situación no es más que otra de las ya inagotables gotas que caen al cántaro de la corrupción.
La sociedad española parece anestesiada, no alcanzo a comprender si se está aplicado ese principio llano que coloquialmente se dice que “si se va a robar, por lo menos, que sea uno de los nuestros”. De otra manera sería inaceptable el adormilamiento social que existe.
También existe la perspectiva de pensar que es agotamiento, que es cansancio y que es hartazgo. La corrupción en la política no es algo nuevo, pero si se ha convertido en algo más común de lo que debiese. Ya no estamos buscando en el frutero la manzana podrida, ahora buscamos la sana para ver si estamos a tiempo de salvarla.
La corrupción en España tiene nombres: Caso Filesa, Gürtel, 3%, Arona, Baltar, Emperador, Fabra, ERES, Malaya, Imelsa, Palma Arena, Pokemon, Koldo… Estos son sólo algunos de los nombres de la historia de saqueos y presuntos saqueos a los ciudadanos españoles.
Viajemos a 2018, al momento en el que prosperó la primera moción de censura de la historia de la democracia reciente española. Tras la sentencia del caso de corrupción juzgado en el que se acreditaba la financiación irregular del Partido Popular, y que propició que Pedro Sánchez, en pro de la lucha contra la corrupción, llegase al poder.
Nada que objetar en cuanto a que la corrupción debe estar fuera de nuestra vida política, pero la hemeroteca sonroja a cualquiera que se moleste en leerla, verla o escucharla.
Si atendemos a ese principio de que la corrupción debe estar desterrada de nuestra vida pública, nos están faltando dimisiones, relevos y actos de responsabilidad.
Tenemos sobre la mesa el caso de las maletas de Delcy, el caso Koldo, una imputación histórica al Fiscal General del Estado, el caso Begoña… Pero nada de esto es suficientemente importante para dimitir. Entiéndase la ironía de la situación tras recordar las motivaciones de la moción de 2018.
Ese olor a modo de recuerdo de la moción de censura se encuentra instaurado en el Congreso de Los Diputados, pero no porque existan posibilidades de una moción de censura, sino porque la palabra corrupción, parece que sigue ligada a la vida política.
Quizás sería mucho pedir que en lugar de justificar los casos de unos nombrando los del otro, entendiesen que lo que deberían hacer es asumir, disculparse, devolver el dinero y marcharse.
Aquí no gana el que tenga menos casos en su historia, ni el que tenga el más grande, aquí pierde la ciudadanía que ve que en lugar de estar a lo “importante”, se sigue enfangado en la basura.
Nos merecemos otra cosa, nos merecemos que la palabra vuelva a tener valor, nos merecemos menos pancartas y más realidades, nos merecemos que el estado de bienestar sea eso, de bienestar. Nos merecemos sentirnos orgullosos de nuestros gobernantes, sean del partido que sean.
Lamentablemente, vivimos en un momento de la historia, en el que da igual lo que te merezcas, porque lo que tenemos en fango y complicación.