Opinión

Un mundo ¿ideal?

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En pleno agosto, y con parte de los ciudadanos del mundo de vacaciones o habiendo regresado de ellas, sería bueno reflexionar sobre lo que vemos y transmitimos a través de nuestras redes sociales.

Esta semana se desataba la controversia en las redes porque una conocida influencer española se quejaba de que este verano no había podido viajar a ningún lugar paradisiaco como sí había hecho el año pasado. Obviamente no estamos hablando de cuestiones económicas, sino más bien de cierta logística quizás fiscal. Esta controversia creada a raíz de sus declaraciones nos debería de llevar a una reflexión sobre los contenidos en las redes sociales y lo que estos generan en las personas.

Las redes sociales son una herramienta poderosísima, de eso no cabe duda, pero
¿las estamos utilizando de manera correcta? ¿nos sientan bien a nosotros mismos?
Entendamos que el perfil de cada uno es su coto personal sobre el que decide, también asumamos que no todos los perfiles generan atención, por eso no todos somos influencers. Una vez establecido esto, ahondemos en las sensaciones que se pueden generar en la audiencia y cómo puede indicarnos que ciertas actitudes no dejan de ser “red flag” que hemos de saber identificar.

La distancia de seguridad

Se supone que si seguimos a ciertos perfiles es porque nos interesa su contenido, o nos interesa su vida, o simplemente nos gusta y nos entretiene. La alerta se nos ha de encender cuando leemos comentarios de odio, en los que se manifiestan ciertos deportes como la envidia, o incluso que se vuelcan instintos poco educados. Siempre me planteo lo mismo ¿por qué siguen al perfil si desata esas reacciones en ti?

Lo triste es que la vida de las nuevas generaciones y de lagunas no tan nuevas, se reduce a un dispositivo de bolsillo, cambiando la interactuación social directa (la de siempre), por únicamente interacción digital. ¿Ǫué nos dan las redes para que prefiramos interactuar de esa manera? ¿Por qué cada vez vemos menos personas hablando alrededor de una mesa?

Las redes aportan esa distancia de seguridad, en la que las formas se pueden desatar, – sobre todo si hablamos desde un perfil falso – aportan esa valentía para decir cosas que de otra manera sería muy difícil–. No todo el mundo está preparado para confrontar en un tú a tú, pero si hay una inmensa mayoría que confronta a nivel digital. Cuando el contenido de alguien que sigues, detona esas emociones de insultos, de agresividad y de actuación “sin filtros”, deberíamos entender que algo malo está pasando en nosotros. Pareciese que las redes actúan de escupidero de barbaridades que de otra manera no se darían. Un cuestionamiento continuo, un escrutinio minucioso, una crítica fácil. ¿A dónde nos lleva todo eso cómo sociedad?

No es libertad

La salud mental de nuestros jóvenes nunca ha corrido tanto riesgo, tampoco nunca unas generaciones adolescentes han estado tan controladas (aunque no se den cuenta). A través de las redes podemos saber el minutaje de la rutina de casi cualquier persona, y eso definitivamente no es libertad.

¿Cómo nos compartamos en redes? Sin ser un influencer relevante, vemos en las redes de conocidos unas vidas que parecen ideales, en las que se promociona, tunea y en ocasiones falsea la perfección de algunas vidas, dejando de poner en atención al vacío que quizás se esconde detrás.

Siempre se ha dicho que cuando te pregunten cómo estás, siempre hay que decir que bien. En las redes nadie tiene que preguntarlo, simplemente mostramos aquello que queremos enseñar, sea real o no.

Un lastre para siempre

Con todo esto no pretendo ejercer un juicio sobre esos nuevos canales de difusión e interactuación, sino todo lo contrario. La clave siempre está en el uso que le demos a la tecnología.

Lo que sí pretendo es abrir una reflexión profunda sobre lo poco que miramos hacia dentro y lo poco que nos preguntamos por qué sentimos ira, por qué lo primero que hacemos es establecer comentarios negativos, o lo poco que nos cuestionamos sobre si todo va bien con nosotros.

Reconocer los defectos y lo que no va como debiese en uno mismo es un trabajo duro y de por vida, ya que no todo lo que vemos en nosotros nos gusta generalmente, pero vender una vida perfecta que no lo es, puede ser un lastre que nos persiga siempre. Vivir es estar presente, y estar sano es el conocerse.

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