Opinión

Un hogar

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Hace años me miraban como a un bicho raro cuando comentaba que era hija única. De inmediato, me catalogaban de niña mimada. Ahora de pequeña tengo poco y esa confesión ya no es tan rara porque las tasas de natalidad son las que son.

Al principio echaba en falta tener hermanos. Todos en clase me hablaban de los suyos y yo pensaba que era algo así como el apoyo con el que siempre puedes contar. Luego vi que en todas las casas cuecen habas. Por suerte, siempre he tenido un grupo de amigos muy firme. Esa es mi familia. Con el tiempo he descubierto que no hacen falta lazos de sangre. No es ninguna garantía de éxito. Lo importante es que la relación se sustente en el cariño y no sea una obligación.

Mi jefe suele decir que la amistad es generosidad y lealtad. Para mí es amor. Otra forma de expresarlo. Y debo confesar que en la vida me han dolido mucho las decepciones causadas por gente a la que tenía en alta estima. Más que las amorosas. Al fin y al cabo, sabemos que las rupturas sentimentales siempre se dan, pero esperas que el círculo de apoyo y confianza sea para la eternidad. Por eso, nunca estamos preparados para ese tipo de fracasos. En cualquier caso, si algo no funciona, mejor no darle más vueltas.

Cuando pienso en los que me rodean, me viene a la cabeza una definición de Robe Iniesta en su novela El viaje íntimo de la locura: “Es más correcto decir que don Severino tiene muchos conocidos. Porque un amigo no es una persona a la que uno se encuentra sólo por casualidad, ni alguien con quien se coincide, por muy a menudo que esto suceda. A los amigos se les va a buscar o se les espera, o se les llama o se les piensa”.

Al final, son pocos los que te transforman la existencia. Se cuentan con los dedos de una mano. A esos hay que mantenerlos permanentemente cerca. Es una entrega recíproca y, en ocasiones, sacrificada. Para las fiestas estamos todos, pero no tanto cuando alguien se pone enfermo o tiene problemas. Valeria Castro canta que “hay quien te cuida y hay quien te quiere y hay quien está cuando parece que no hay quien te espere”. El título de la canción es Un hogar. Esa es la idea.

Por lo general, la mayoría de nuestros amigos proceden de la infancia, de la juventud, de la época de estudios. Por antigüedad, tienen un rango especial. Nos conocemos bien. Pero yo quiero hablar de todos los que van apareciendo a lo largo del camino y con los que se va generando un vínculo especial. A veces, este surge de pronto. Otras, lentamente, con el paso del tiempo. Se va regando con un suave goteo de mensajes, salidas, vinos… No hay que cerrar nunca la puerta porque, en cualquier momento, puede aparecer alguien que te revolucione la existencia.

Creía que a mí no me iba a volver a suceder, pero me equivocaba. Ocurrió con el compañero con el que me tocó trabajar en una nueva etapa profesional. Ahora que se va, sé que ya no me separaré de él. Da igual la edad o que tengamos estilos o gustos diferentes. La cuestión es que aparece alguien que te escucha, le escuchas y se genera una sintonía. Yo he dado así con verdaderos tesoros de los que ya no puedo prescindir. Los necesito para ser feliz.

En estos casos, no hay despedidas. Obviamente no nos veremos todos los días, no nos tomaremos el café de media mañana, no nos pelearemos, no nos reiremos o no nos quejaremos juntos… Pero siempre podremos contar el uno con el otro. La gente me pregunta si estoy triste y, la verdad, es que estoy muy contenta de haber dado con él. Cuando existe esa complicidad indestructible, en la que parece darse cierta extraña forma de telepatía, es difícil que desaparezca la magia del destino que un día nos hizo coincidir.

En las uniones hay que ceder, compartir, viajar, cocinar, sentir, bailar, llorar… Estar ahí. Hace unos meses me mandaron un whatsapp que ponía: “Me hace ilusión ver una laca de uña color cereza y comprártela porque me acuerdo de ti”. Al leerlo, sonreí. Puede sonar frívolo, pero la amistad es así de maravillosamente simple.