Creo que es una buena idea inaugurar mi colaboración en una publicación que, como dice Pilar Gómez, nuestra directora, pone a la mujer en el centro de la información “desde el pluralismo y sin guerras de sexos”, con un artículo que es una declaración de intenciones. Si como dice la misma Pilar “ser feminista no es de izquierdas o de derechas; es un interés común, de todos”, sólo podremos serlo desde la razón objetiva y la ciencia. Y paso a explicar por qué.
Como he escrito anteriormente, si el feminismo fuera un movimiento que, como dice la RAE, postula el “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, ni yo ni casi nadie en esta parte del mundo tendríamos algo que objetar. Pero, ¿esto es el feminismo actual? No, a juzgar por lo que vemos. Ahora mismo es un compendio de afirmaciones falsas y de anti ciencia. ¿Cómo pudimos llegar a esto?
Quizá, a ciertos asuntos no les dimos en su momento la importancia que merecían. Incluso el feminismo, digamos, “clásico”, va errado: se inventa enemigos. Efectivamente, esta deriva del feminismo propició toda clase de delirios, no el menor el de un “patriarcado” que se transformó en un complot en toda regla, en una brutal generalización negativa sobre la mitad masculina de la población. “Masculinidad tóxica” se convirtió en un concepto de éxito arrollador a partir de aquel último cuarto del siglo XX en el que las relaciones entre los sexos se volvieron definitivamente angustiosas.
Creencias falsas
¡Y cuántas paradojas nos ofrece! Nos encontramos con que feministas que en la segunda y tercera ola jugaron al juego cada vez más extremo de la fluidez del género son acusadas ahora de terfas. Sí, después de decenios de aceptar toda clase de pulpos como animales de compañía, ahora son señaladas por desconfiar de la doctrina trans en las escuelas, escandalizarse por la presencia de hombres trans en el deporte o porque sus niñas tengan que utilizar un vestuario donde puede entrar una «mujer» trans intacta. Eso demuestra que, cuando se transige con la irracionalidad, se pierde el rumbo tanto en el feminismo como en el movimiento LGB (a día de hoy LGTBIQ+).
El feminismo actual ignora la ciencia, la objetividad y el sentido común: distorsiona la realidad o la niega directamente. “Las creencias falsas no son insignificantes porque conducen a soluciones falsas”, afirma el gran Thomas Sowell. La ciencia no atañe únicamente a lo que conocemos como ciencias duras: física, química, matemáticas…, sino que es fundamental para comprender los fenómenos sociales.
La ciencia aporta conclusiones sobre la realidad, pero siempre dejando abierta la posibilidad de mejora en las teorías o incluso de rectificarlas si aparecen nuevas evidencias que lo exijan. El naturalismo científico desconfía de las interpretaciones esotéricas o de la afirmación de que existen causas ocultas, entes invisibles que mueven los hilos. Por ejemplo: que el sexo se le “asigne” a la gente al nacer (¡¿quién, por todos los santos?!).
Un periódico necesario
Escribiré mi columna como lo que soy: una liberal escéptica. ¿Qué significa eso? Pues que, sin traicionar mis principios (razón, libertad y humanismo), si me ofrecen pruebas concluyentes de un error, cambio muy agradecida cualquier opinión. La ideología no es más que una hipertrofia del orgullo. La ciencia no ofrece verdades con mayúscula, pero se mueve en el terreno de lo verificable, de lo comprobado en cada momento. El escepticismo científico se basa en el pensamiento crítico y se opone a afirmaciones que carezcan de pruebas empíricas verificables y contrastadas. Viene a decir que cualquier declaración (como esa tan ubicua y que tan bien conocen de que «los hombres matan a las mujeres por el mero hecho de serlo», por ejemplo) es sólo la ocurrencia de alguien mientras no pueda corroborarse con métodos científicos.
El feminismo de la primera y segunda ola apuntaba a logros ambiciosos y racionales (igualdad en la ley y en los derechos). Pero a finales de la segunda y de la tercera llegó el feminismo irracional, el de la deriva del generismo, de la deshumanización del varón y del delirio queer. Porque no sólo es irracional el movimiento queer o trans. También lo es el “clásico”, el exhibido por feministas como Carmen Calvo o la actual ministra de Igualdad, Ana Redondo. Aunque sea encomiable cómo luchan por no ser barridas por la avalancha queer siguen enredadas en tonterías de géneros, roles o en la propia demonización del hombre.
Así que, bienvenido este periódico y su pretensión de ser plural y lo más objetivo posible. Era necesario.