Opinión

Trump: rey del pantano

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

El presidente de la primera nación de Occidente posee el atractivo de los villanos de DC Comics. Donald Trump es histriónico, expansivo y, desde el punto de vista periodístico, terriblemente más interesante de mirar y de contar que cualquier líder europeo. Asisto a sus villanías indignado, pero también adicto y expectante, mientras contemplo, como si de un folletín o de una película de terror –le reconozco su maestría como showman– se tratara, la partida de Risk en la que se juega el devenir inmediato y, posiblemente traumático, del mundo.

Como personaje, disculpen la frivolidad, no admite comparación. Desembocan en Trump el pastorcillo Esteban de Cloyes y el Greg Stillson de La zona muerta, aquella vieja y fabulosa novela de Stephen King. Gasta un mesianismo anabolizante –“Muchas personas”, proclamó en su discurso de victoria, “me han dicho que Dios me salvó la vida por una razón: para salvar al país y recuperar la grandeza de América”–, ha recuperado la doctrina del Destino Manifiesto, impone aranceles a punta de pala, pretende entregar Ucrania a Putin escudándose en una paz prostituida, machaca sin piedad a los wokes cenizos y, por todo el orbe, un ejército inmenso de serviles palmeros le ríe todas las gracias, le aplaude todas las bajezas y sueña con casar a sus hijas con el príncipe Barron.

Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su discurso en el Capitolio

El pasado martes, el magnate democráticamente elegido por el pueblo estadounidense –jamás lo olvidemos– volvió al Congreso que lo sometió por partida doble a juicio político (impeachment); al mismo lugar que, hace cuatro años, una mesnada carnavalesca y facha de zumbados irrumpió por la fuerza para impedir que se certificase su derrota electoral. Razón: el discurso sobre el Estado de la Unión. Trump ofreció un espectáculo colosal, magnético y, para los suyos, ilusionante a más no poder: “EE.UU ha vuelto. Hace seis semanas, me puse en pie bajo la cúpula de este Capitolio y proclamé el amanecer de la edad de oro de EE.UU. Desde ese momento, no ha habido más que una acción rápida e implacable para marcar el comienzo de la era más grande y exitosa en la historia de nuestro país”.

El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky (izq.), habla con el presidente estadounidense, Donald Trump (der.), en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington, DC, EE.UU., el 28 de febrero de 2025.

La cosa pasa por reclamar el Canal de Panamá, la unión de Groenlandia a EE.UU –“Creo que lo vamos a conseguir de una forma u otra”–, ciscarse en la UE, acojonar con la inmigración ilegal, nombrar a un niño de trece años enfermo de cáncer cerebral “miembro del Servicio Secreto” e informar a un admirador que ha sido admitido en la academia militar West Point. “Restauraremos”, añadió, “la verdadera democracia en EE.UU. Solo estamos empezando”. La Historia aconseja vacunarse contra quienes adjetivan el sustantivo “democracia”.

Pocas horas antes, el humillado Zelenski ofrecía en la red del todopoderoso valido Musk una tregua a Putin y trabajar “bajo el firme liderazgo del presidente Trump para lograr una paz duradera”. Parece que el héroe ucraniano terminará claudicando como el padre Sebastião Rodrigues de la magnífica película Silencio, de Scorsese: a la fuerza, sometido por los tiranos, bajo el argumento viciado de que se encuentra en un pantano donde su fe no puede florecer. Oswald Cobblepot le está ganando la partida al comisario Gordon. Y no es que me fíe mucho de los opositores a Batman…