Para muchos valencianos el mundo se nos paró la semana pasada. Quiero aprovechar para expresar mi apoyo y condolencias. Sin embargo, el mundo ha continuado y ha habido elecciones en la primera potencia global.
La victoria incontestable de Trump ha hecho que el resto de actores del sistema internacional se vayan posicionando para lo que viene: un liderazgo potente, sin ningún tipo de cortapisa a nivel interno y, sobre todo, abocado a la incertidumbre.
La incertidumbre sistémica puede ser buena para unos y mala para otros. Es buena para los “malos”, porque Trump será impredecible. Y es “mala” para los buenos, por la misma razón.
En el caso de España, más allá de la cuestión de la inversión en defensa (nunca es un gasto) y el bochornoso papel de liderar la tabla por abajo (como el último país OTAN) con apenas un 1,28% del PIB en 2024, nuestra verdadera ‘bestia negra’ será cómo abordar la política comercial y el anunciado plan arancelario de Trump “país por país”.
Se esperan más aranceles a las importaciones de productos extranjeros. Concretamente, y con el objetivo de proteger la industria nacional y hacer frente a la crisis económica y a la inflación desbocada estadounidense (“es la economía, estúpido”), Trump plantea un 60% de gravámenes a las importaciones procedentes de China. Asimismo, ha anunciado un arancel general y automático a todos los países del 10%, que puede ser ampliable al 20% a importaciones de productos extranjeros.
Si atendemos a lo que sabemos, esto es, a lo que Trump hizo durante su primer mandato, el 25% de incremento arancelario a ciertos productos agrícolas, tuvo un efecto nefasto en productos españoles como la aceituna, el aceite de oliva o el vino. Aquella subida de gravámenes afectó al sector agroalimentario español y, supuso, en cuestión de meses, una caída en las exportaciones del 83%; cabe destacar que la Administración Biden mantuvo esta medida. Es imposible no pensar en las consecuencias futuras que esta medida tendrá para los agricultores españoles y, especialmente, para los valencianos, afectados también por el desastre de la DANA.
Así, y a la espera de que la Administración Trump arranque realmente el próximo 20 de enero, la Unión Europea ya está haciendo un posible control de daños a través de la también nueva Presidencia de la Comisión Europea, poniendo el foco en la necesidad de mantener empleos y comercio a ambos lados del Atlántico. Las relaciones económicas, dinámicas y estables entre Estados Unidos y la Unión Europea son fundamentales.
El “Tío Sam” o en el caso de España, “el primo de Zumosol”, tiene otros horizontes lejanos a los que prestar atención. El pivote hacia el Indo-Pacífico y la necesidad de hacer frente a una China más asertiva a nivel sistémico, pasa porque la Unión Europea asuma que debe reducir su dependencia de Estados Unidos. Cabe recordar que el episodio de la salida de Afganistán en el año 2021 fue un mero aviso en el ámbito de la seguridad.
El desafío será mantener la fuerza del vínculo transatlántico, el compromiso con los valores democráticos y la creencia en el orden internacional liberal, en un mundo cambiante y volátil, con escenarios abiertos en Ucrania, Oriente Medio e Irán. La calidad de las relaciones que se mantengan entre ambas orillas del Atlántico, determinará, de alguna forma, el futuro de Occidente.
No obstante, Europa debe “hacerse mayor” de una vez por todas, entender que este momento se trata de una oportunidad y, sobre todo, que el futuro de Europa está únicamente en manos de los europeos.