Opinión

Todo en orden

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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El ruido se escucha, pero también se siente. A mí me cuesta descansar en casa si no está en orden. No perfecta, claro. Eso es imposible con hijos. Pero sí hacen falta unos mínimos para sentirse a gusto. Debe desaparecer de la vista todo aquello que chirría y prestar atención a esos interiores que no pueden terminar siendo un pozo sin fondo en el que ocultar lo revuelto. Me ha dado por seguir cuentas de Instagram en las que dan mil trucos para almacenar, colocar y arreglar. Primero fueron las recetas de cocina, que miro y nunca hago. Ahora, esto. No sé cómo acabaré.

¿Por qué guardamos cosas que no nos aportan? Tirarlas a la basura resulta liberador. Conservo recuerdos en cajas de cartón y me da pena desprenderme de algunos objetos de la familia, pero hasta en esto conviene ir seleccionando. Es como despojarse de una piel vieja. Los expertos en decoración aseguran que el caos de un hogar puede llegar a provocar dolores de cabeza y mal humor. Lo contrario, sin duda, proporciona cierta paz mental.

Nos rodeamos de muchos trastos inútiles. En nuestro afán consumista, acumulamos sin sentido. Durante una etapa en la que tuve a un familiar ingresado en el hospital no se me ocurrió en ningún momento detenerme a mirar un escaparate de ropa para comprar más. Ni siquiera por tener la cabeza ocupada en otra cosa. Daba igual lo que ocurriera alrededor, lo único en lo que pensaba era en que aquella persona saliera adelante y, por tanto, iba vestida siempre de la misma manera: alternando vaqueros y camisetas. No le daba vueltas. Obviamente había temas más importantes por los que preocuparse… A pesar de eso, los amigos me seguían hablando del último modelo de zapatillas o esperaban a que llegase el día sin IVA para comprarse otra tablet. En ocasiones así parece hasta algo irrespetuoso que el mundo siga girando. Fue entonces cuando me di cuenta de que podíamos vivir sin apenas nada. Para mí lo material había pasado a un segundo plano.

Si nos lo propusiéramos, podríamos ser más austeros. Lo que ocurre es que no nos da la gana. Realmente no somos ricos por poseer más. Aunque tampoco hay que llegar al punto de Los asquerosos, una obra de Santiago Lorenzo en la que se realiza una ácida crítica de esta sociedad que se vuelca en el gasto y olvida sus valores. El protagonista, Manuel, se esconde en un pueblo abandonado y se da cuenta de que requiere poco para salir adelante. Cuanto menos tiene, menos necesita. Descubre que la precariedad en la que vive le puede hacer rozar la felicidad. Hasta que llegan ‘los mochufas’ a chafarle la fiesta. Gracias al autor encontramos un término para definir a los vecinos domingueros y cargantes. En la novela cuentan que estos aparecen hablando a gritos por el móvil y “con unos maletones de volumen considerable para cursar tres o cuatro cambios de vestuario al día durante la estancia de solo dos”.

Al leer esta novela me imaginé instalada en la España rural, haciendo manualidades con hojas secas y subsistiendo gracias a un huerto plagado de tomates. Sin embargo, el sueño se esfumó pronto. No me pareció buena solución. Una es muy urbana para ser tan radical. Y, desde luego, en el campo lo pasaría fatal con este rollo de la limpieza.

Lo que me pasa podría ser un TOC, pero me parece exagerar. Se ha puesto de moda emplear estas siglas para denominar de forma desenfadada las obsesiones. Y aunque nadie se libra de ellas, hay grados. Algunas son muy serias y resultan incapacitantes.

En el Libro de las fobias y las manías, de Kate Summerscale, se abordan un gran número de ellas. Presentadas por orden alfabético, como si de un diccionario se tratase, algunas son muy conocidas como la aritmomanía, que consiste en ir contando lo que se hace. Por ejemplo, los escalones que se van subiendo o repetir un gesto en varias ocasiones ante el temor a que algo malo ocurra, muy común entre personas supersticiosas.

También se habla de la tricotilomanía, que tiene que ver con arrancarse el pelo compulsivamente; la nomofobia, que conocerán todos aquellos que no pueden soportar estar un minuto sin el móvil, o la sesquipedaliofobia, que posee otro nombre impronunciable y que irónicamente es el miedo a utilizar palabras largas o inusuales.

En la introducción de esta recopilación dicen que estos trastornos pueden ser “las locuras propias de los cuerdos; aquellas que quizás hacen que no perdamos el juicio porque cristalizan nuestros recelos y fantasías y nos permiten seguir adelante como si el resto de cosas tuvieran sentido”. Es una buena explicación para consolarnos. Visto así seré simplemente una persona organizada. Siempre he opinado que conviene situar cada elemento en el lugar que le corresponde: sea un vestido dentro del armario o una idea en el cerebro. Al fin y al cabo, en el orden de las cosas está el orden de la vida.

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