Este año, como es tradición, las campanadas nos han dejado miles de comentarios sobre el cuerpo de las mujeres. Da igual que sean delgadas, gordas, altas o pasen de los cuarenta: el físico de las presentadoras es el relleno perfecto para tertulias televisivas y artículos de opinión. Este año no iba a ser menos ya que, por fin, una cadena televisiva apostaba por una mujer con un cuerpo no normativo para presentar uno de los espacios con más audiencia del año. Ante esta decisión, muchas personas se han revuelto en sus sofás, otras hemos aplaudido y algunas han señalado que también se trata de un estereotipo: el de la fat funny girl o la chica gorda graciosa. Una teoría que explica que las mujeres que no cumplen con el canon físico permitido, solo son admitidas en los medios cuando desempeñan roles cómicos.
Esta misma teoría también se puede aplicar a las mujeres feministas en el mainstream. Hablar de igualdad no está bien visto, genera detractores y mucha resistencia porque cuestiona el sistema. Recordar que la mitad de la humanidad está en una situación injusta, incomoda al público que no pone la televisión para educarse sino para distraerse. Sin embargo, si el machismo se normaliza precisamente a través de la cultura, ¿a qué otras herramientas vamos a recurrir para dar a conocer otra postura? Ante el miedo a que nos rechacen, a caer fatal e incluso a quedarnos sin trabajo, las comunicadoras feministas llenamos nuestros relatos de chistes, gracias, pedorretas, saltos acrobáticos y tirabuzones expresivos. Con algo de suerte, entre pirueta y pirueta, podemos colar algo de verdad, pero sin que nadie se dé cuenta. Lo que contamos es complejo y, en ocasiones, amargo, pero hay que disfrazarlo de celebración y banalidad o es silenciado.
Llevamos las de perder. La cultura machista nos saca siglos de ventaja y es mucho más difícil cambiar una creencia que dar martillazos para afianzarla. A la hora de explicarnos también debemos evitar el uso de determinadas palabras. Hay algunas que son directamente innombrables, como “feminismo”, “machismo”, “patriarcado” o “privilegios”. Pronunciar alguna en un medio de comunicación, charla o reunión tiene un efecto parecido a jugar al Buscaminas: automáticamente se hace el vacío a tu alrededor. Cuando necesitas usarlas para explicar algo hay que recurrir a palabras que suenen más light y acaban diluyendo el significado. Urge una versión del Taboo con conceptos feministas.
La estética también es un recurso para que nadie te identifique como peligrosa, sobre todo para las que salen en los medios audiovisuales. Suele haber dos estrategias básicas, la de resultar atractiva, que es la misma que usaba antes el mundo del cómic para las súper heroínas: trajes ajustados, escotes, maquillaje, poses sensuales. De esta manera los hombres se distraen y no somos percibidas como una amenaza, sino como algo que ameniza la velada. Aumentar el número de expresiones que tengan que ver con el sexo también desvía la atención. La otra alternativa que nos queda es parecer descontroladas, fuera de nosotras mismas. Como si tuviéramos un mal día (o una mala temporada) y por eso se nos permite decir tonterías. Pobrecita, ¿no ves que está fatal? Déjala. Si nos descuidamos nos colocan una manta por encima.
Es dificilísimo ser una feminista seria en un medio de comunicación. Por eso muchas recurren al anonimato y otras se parapetan tras la pantalla del ordenador, en la prensa escrita estamos algo más protegidas. Yo misma me descubro constantemente poniendo humor de más o tratando de que lo que quiero decir no suene a lo que quiero decir. También hay temas de los que directamente no hablo porque no se pueden plantear de manera graciosa ni liviana. Las pocas mujeres que se arriesgan a ser caras visibles del feminismo sin hacer uso del camuflaje reciben innumerables críticas e insultos, además de ser vetadas en muchos espacios.
El humor es un registro magnifico para hablar de temas espinosos que nos duelen o que nos interpelan, pero cuando es el único permitido se puede convertir en otro estereotipo y banalizar un problema. Quizás deberíamos reflexionar sobre por qué un movimiento que busca mejorar la sociedad nos causa tanto rechazo. Ojalá todas y todos nos sintiéramos más cómodos hablando de feminismo, de machismo, de patriarcado y de privilegios. Ojalá no tuviésemos que recurrir a los disfraces ni a los juegos de palabras para enmascarar algo que es natural. El feminismo no está reñido con la seriedad.