Opinión

Tanto tienes, tanto vales

Youtubers
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La adolescencia había sido siempre la época idealista del ser humano, ese momento en el que las personas creían poder arreglar el mundo y se movían para hacer las cosas mejores para todos. Era la vida lo que las corrompía hasta volverlas interesadas, cínicas.

El instituto era una época en la que la gente pensaba que había que estudiar lo que a uno le hiciera feliz, sin importar cuán pobre fuera después. Siempre hubo quien iba para ingeniero porque los ingenieros ganan mucho, o para médico porque su padre era médico como lo había sido su abuelo, y también quien no tenía claro qué quería hacer con su vida. Ahora a los adolescentes les importa sobre todo el dinero.

Quizás el problema es que sus padres no tienen todo el capital que querrían, o que los chicos ven hoy más claro que nunca que el dinero brinda impunidad, así que quieren unirse a ese poder pisar al débil sin pensar en las consecuencias. Tampoco creo que haya ayudado convertir las pantallas en niñeras electrónicas de los niños, susurrándoles a todas horas el mantra del ideal consumista, sin control alguno. Cada vez que me cruzo con grupos de adolescentes (en el autobús, en el gimnasio, en la piscina, en la calle) me maravilla, primero, la homogeneidad capilar, el hecho de que haya un único peinado para todos (rapado por las sienes y con una remolacha capilar coronando el cráneo), y después, la homogeneidad intelectual visible.

Yo no sé qué pensarán, pero sí sé lo que hablan, porque, además, hablan siempre a voces: la admiración a los youtubers y streamers más misóginos, insolidarios, racistas, xenófobos, y homófobos. Loor a los que cotizan en Andorra (no como los tontos de sus padres, que trabajan para que ellos tengan servicios y sanidad). Loas a la deshumanización de la mujer, a la reducción de la hembra a trofeo sexual u objeto listo para el uso y disfrute, todo ello paralelo al desprecio a la mujer con sobrepeso o, por supuesto, con una edad superior a los treinta años (de hecho, la opinión de una mujer por encima de los treinta no solo no vale nada, sino que ha de ser abatida y despojada de toda dignidad).

Hurras y alharacas por todo personaje de Internet que gane mucho dinero sin hacer nada más que berrear opiniones basadas en prejuicios. Por ejemplo, no veo un respeto por cómicos, actores, o cantantes, no. Esos son unos caraduras que pretenden cobrar por trabajar. La admiración la generan los que no hacen más que parlotear frente al micrófono sobre lo que – presuntamente- ganan, y que no ven que haya nada más importante que tener y el aparentar. El adolescente del primer mundo (y el del tercero, también) ve a través de su móvil – ese que ha llegado demasiado pronto y que le acompaña hasta en la cama – cómo gente casi de su edad tiene todo lo que el dinero puede comprar.

Lo que no ve es lo que el dinero no compra y que tiene un precio elevadísimo, pero para esto habría que entrar en cuestiones médicas y también filosóficas. Sus padres, mientras tanto, les dicen que hay más cosas en la vida, y que ser youtuber no es un trabajo para siempre. Lo que pasa es que sus padres les hablan una o dos horas al día (a veces ni eso) y estos cenutrios del tanto tienes, tanto vales, les hablan todos los días durante horas y horas. Al levantarse, al acostarse, al ducharse, por la calle, y entre clase y clase (a veces durante la clase). Y eso se llama adoctrinamiento, por mal que suene.

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