Opinión

Tacones cercanos

El volcán Etna (Sicilia) en erupción
Actualizado: h
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El mensaje del padre Quique, un querido amigo jesuita, me desasosegó: “Toni, mañana quiero cenar en vuestra casa con una monja argentina que se está muriendo de cáncer”. Los gallegos tenemos un radar para detectar las grandes ocasiones, los momentos decisivos de la vida y ese sencillo anuncio despertó en mí todas las alarmas.

La noche transcurría tranquila hasta que al final de la cena me acerqué a saludarlos. Entonces sucedió lo extraordinario… Quique me preguntó si no iba a invitar a su acompañante a un güisqui. Yo me quedé perplejo y Nora, que así se llamaba la monja, me dijo que ese era su paliativo favorito.

A partir de ese instante se paró el tiempo y esa bomba de humanidad que es Nora Kviatkovski explotó en mi vida. Una monja de apariencia almodovariana: atractiva, de peluquería y con tacones. Una religiosa de Jesús María de profunda e intensa espiritualidad ignaciana: enamorada de los Ejercicios Espirituales, apasionada del padre Arrupe y maestra de novicias. Un huracán argentino que rompe con todos los clichés, todos los prejuicios y todos los estereotipos. Una mujer que arrasa con todo.

Dentelladas en el alma

“Yo no elegí el cáncer, él me ha elegido a mí, pero sí elijo el modo de vivir esta enfermedad”. Cada palabra de Nora era una dentellada en el alma. “He sido una mujer libre – otro prejuicio pulverizado – porque ser libre es hacer lo que una verdaderamente quiere y así una cumple la voluntad de Dios y se convierte en la mejor versión de sí misma”. Cada palabra de Nora era un latigazo en el espíritu.

“He dado y recibido mucho amor. ¿Por qué la gente tiene miedo a la muerte? Porque no ha amado ni se ha dejado amar. No sé cómo es el cielo, nadie me lo ha contado. La Teología suena a ciencia ficción, como un viaje a las estrellas, como Star Wars. Tan cercana a la muerte cómo estoy, ¿a dónde voy a ir? No me imagino un lugar físico, pero si he experimentado que el amor genera encuentro y el amor se comunica y a Dios le llamamos amor”. Cada palabra de Nora era un terremoto…

“Puedo vivir estos últimos días en plenitud por otro encuentro, un encuentro que no fue en una iglesia o en un convento, fue en un restaurante. La vida es el arte del encuentro y a través de una conversación profunda sobre el sentido de la vida hemos gestado un espacio místico”. Yo me sentía minúsculo, insignificante ante esa cirujana inmensa que cosía en mi garganta un nudo irrompible y anegaba mi corazón de emoción a borbotones. En ese momento sentí que podía decir de ella lo mismo que el gran cantante argentino León Gieco: “Nora, sin conocerte, te conozco”.

El destino final

Me emocionaron, como enfermo de Covid que fui, sus elogios hacia médicos, científicos y personal sanitario: “Son Dios trabajando”. Y, especialmente, hacia su oncóloga, la mujer que hizo posible lo imposible: que viajase sin miedo de Buenos Aires a Madrid – ya desahuciada – a encontrarse con sus amigos españoles. Una oncóloga que en 30 años de profesión nunca había visto en la habitación de una enferma una botella de güisqui. Ese güisqui que en cada momento difícil las fundió en un canto permanente a la vida y en un abrazo.

Si todo lo que habíamos escuchado Quique y yo fuera poco, aún nos quedaba por vivir un impresionante memento mori. “Voy a morir, todos vamos a morir. Vivamos con naturalidad la única certeza que tenemos al nacer. El cáncer no tocó mi alma, sigo irradiando lo que puedo irradiar. Una muere como ha vivido. Hay que hablar, hay que escribir sobre la muerte”. Y Nora acertaba porque la muerte es a la vida lo que la noche al día y la espuma a las olas: el destino fatal e inexorable.

Lo que escribió Borges

Muchos rezan, rezamos al padre Arrupe por Nora, pero el milagro ya se ha producido, porque escribir sobre Nora no es escribir sobre la muerte, es escribir sobre la vida. La VIDA con mayúsculas, “me muero con 51 años sintiendo que tengo 102”. Una vida plena y arrolladora digna de una película de Amenábar, de un poema de Luis Alberto de Cuenca y de una canción de Sabina. Porque Nora es como la foto de su perfil: pura vida. Una enredadera que te atrapa el alma para siempre y te inunda de fe y esperanza. “Solo una cosa no hay. Es el olvido”. Eso escribió Borges, otro argentino inmortal. Eso es Nora.

Al despedirnos le regalé la botella que habíamos abierto para que pudiese tomar sorbitos de su paliativo durante sus días en Madrid. Le quise dar una bolsa para guardarla, pero ella me dijo que no, que era mucho más poético, mucho más hermoso ver a una monja argentina entrar a medianoche en un hotel madrileño abrazada a una botella de Macallan. Me quedé, nos quedamos una vez más sin palabras.

Entonces entendí el verso de Lord Byron: “Ella camina en belleza, como la noche” … y con tacones.