Opinión

Srta. Gel y Srta. Chupito

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Hace unos días me llegó uno de esos vídeos de TikTok en los que una chica con uñas de gel sostiene un micrófono de corbata e interroga a gente de su edad sobre sandeces diversas. Este en cuestión era en una discoteca, y la dueña de la cuenta retaba a una chica a conseguir que algún muchacho la besara. La recompensa, un chupito. Así, la joven (que, la verdad, no aparentaba más de 17 años) fue preguntando chico por chico a ver cuál la podía besar para conseguir ese chupito, valorado entre dos y cuatro euros. Menos de cinco euros (pero mucho menos) costó tumbar la dignidad de la joven.

Todos los chicos (vestidos con abrigo en interior, como marcan las modas de su generación) la rechazaron, e incluso se avergonzaron de ser vistos con ella. Un último chico se quedó rezagado a la hora de responder a la pregunta. La chica dijo: “Con ese no quiero”, obviamente por no vivir la humillación de ser rechazada por toda la discoteca.

Puede parecer que los muchachos en ese club eran todos unos caballeros, pero nada más lejos de la realidad. Uno de ellos se acercó a la del micro de corbata y le dijo: “¿Y cuánto me das si te morreo a ti?”. La del micro y las uñas de gel, sosteniendo una leve melopea, le explicó a gritos que era un reto para TikTok.

Llamémoslas Srta. Gel y Srta. Chupito, para distinguirlas.

Srta. Gel no era especialmente agraciada. Muy maquillada, alta, y más bien delgada. Srta. Chupito era guapa, llevaba escote (aunque no tuviera muchísimo pecho) y tenía algo de sobrepeso (muy poco) que se notaba sobre todo en una cara redonda. Srta. Gel era un poco ordinaria, y Srta. Chupito tenía otro empaque.

Los chicos de la discoteca, todos iguales, con el mismo corte de pelo, el mismo abrigo, y los mismos pantalones. Los chicos de la discoteca, que bien podrían venir en un pack de soldaditos de plástico, estaban avergonzados por ser asociados, aunque fuera por unos instantes, a una chica que ellos veían gorda. La rehuían sabedores de que sus propios códigos les convertirían en parias si se les viera alternar con una chica con algún kilo de más.

La discoteca en la que Srta. Gel grabó el vídeo no sé dónde está, pero por el aspecto del respetable y por la música, jamás la pisaría, ni ahora ni con dieciséis años. Era para lo que Santiago Lorenzo bautizó como la mochufa, donde mochufo es uno, y mochufos son todos. Me apenó intensamente ver cómo Srta. Chupito era rechazada sistemáticamente, pero me apenó mucho más entender tan bien el porqué de su adhesión a tan ridículo reto: Srta. Chupito quiere ser una más, y no la dejan.

Srta. Chupito, de verdad, es muy guapa, y tiene algo de estilo propio. Debe de pensar que para ser aceptada tiene que regalar su dignidad (ni siquiera pudo venderla) por un chupito que no le iba a conseguir ni una borrachera. Fuera de esa discoteca, el vídeo se comentaba entre insultos a Miss Chupito, por gorda (sic) y por no tener tetas (sic), “no hay nada peor”, decían por ahí.

Me gustaría tener delante a Miss Chupito para desgranarle esas cosas que ya sabe, pero que no es capaz de decirse a sí misma. Que no necesita emborracharse para ser divertida. Que no necesita la aprobación de la mochufa. Que no tiene por qué ser ni la más sexual ni la más divertida; basta con que sea natural. Que nadie puede ni debe comprar sus besos, y menos por un chupito. Y, sobre todo, que hay que huir de la mochufa como de la peste, ahora, mañana, y siempre.

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