El desgraciado accidente de montaña que ha costado la vida a Isak Andic, fundador y alma máter de Mango, ha evidenciado la creatividad y el peso industrial y económico de la moda española a lo largo del último siglo. Y su evolución desde el tradicional concepto de modisto, como creador artístico, al actual, en el que domina la capacidad comercial e industrial.
La serie Balenciaga, emitida por Disney+, describe magistralmente, con un sensacional Alberto Sanjuan, la vida del que fue el rey de la alta costura. Nos adentra en sus temores personales, sus frustraciones, las trabas íntimas para reconocer su homosexualidad y su orgullosa resistencia a caer en las redes del prêt-à-porter.
Por pura casualidad, a principios del año 1977 escribí mi primer reportaje profesional en Sábado Gráfico, un semanario de éxito en aquellos años. Lo dediqué a los grandes modistos españoles, esos creadores dotados de talento para hacer de la costura un lujo para princesas, actrices y señoras de la alta sociedad. Preparé el reportaje con Luis Magán, gran fotógrafo, cuya amistad me acompaña sin desmayo desde entonces. Visitamos los talleres de Pedro Rodríguez, de Elio Berhanyer, de Paco Rabanne y de Manuel Pertegaz. Todos ellos estaban en lo más alto de su creación y de su fama. Sin duda, el esquivo Balenciaga, ya fallecido para entonces, era el más grande entre los grandes. Su dominio de la aguja, de los volúmenes, de los tejidos, de las formas de la mujer, del color, de la imaginación del artista, le situaba peldaños sobre los demás.
Eran unos modistos que se movían, y era el gran debate que los ocupaba, entre la exclusividad de la haute couture y la popularización del prêt-à-porter. La alta costura se entiende como la creación de prendas a medida, confeccionada artesanal y manualmente, sin intervención de la máquina de coser, con telas de alta calidad y concebidas para una sola mujer. El listo para llevar son prendas producidas industrialmente utilizando un patrón como base. El gran Balenciaga, en los cincuenta y sesenta, se negó en redondo a aceptar este cambio drástico y siguió románticamente aferrado a su aguja. El resto de los grandes modistos de la época fueron entrando de una u otra manera en el juego. Por esto, cuando veo, al menos para mis ojos, las prendas actuales de la empresa llamada Balenciaga, propiedad del grupo Kering, me espanto y me alegro de que Cristóbal Balenciaga falleciera en 1972 para no ver lo que hacen con su nombre. Por razones familiares, mi vida ha estado muy unida a Loewe. Siento lo mismo cuando observo las actuales creaciones de esa gran firma. En su fealdad no reconozco la distinción y la elegancia del Loewe que conocí. Supongo que me voy haciendo mayor, demasiado mayor.
Pero esta columna no va dedicada a la nostalgia de mis impresiones estéticas. Está pensada para reflexionar sobre el cambio de modelo de la moda española. Una moda en la que se ha saltado del creador artístico al empresario capaz de construir un emporio internacional cimentado sobre la democratización, basado en la modernidad del producto, la necesidad de reposición casi anual y un precio asequible para cualquier bolsillo en cualquier lugar del mundo.
En los años ochenta y noventa, aparecieron en el panorama de la moda española nuevos nombres que comenzaban a levantar sus primeros fenómenos empresariales. El desaparecido Jesús del Pozo; Adolfo Domínguez, creador de “la arruga es bella”; Francis Montesinos; la sofisticada Sybilla; Antonio Miró; Roberto Verino; Purificación García; la colorida Agatha Ruiz de la Prada, Pepe Barroso o el iconoclasta Custo Dalmau. Todos ellos, en mayor o menor medida, ganaron fama como modistos y creadores de tendencia, algunos cambiaron nuestra forma de vestir y casi nuestras costumbres, y empezaron a aparecer en las páginas salmón de la prensa financiera. En ocasiones, por su crecimiento y el éxito de sus operaciones y, en otras, por sus dificultades financieras para servir la deuda, tras un desarrollo mal planificado.
Isak Andic, pese a lo temprano de su muerte, es unos de los estereotipos de la nueva forma de hacer moda. Dieron un paso más allá. Por encima de la creación aparece el marketing, la industrialización, la logística y la democratización de una moda confeccionada para toda persona. Mango, fundada en 1984, ha cultivado un concepto de sofisticación y accesibilidad, pero sobre todo ha creado un gigante que cuenta con 2.700 tiendas en 120 países, factura 3.100 millones, tiene un resultado neto de 172 millones y 15.500 empleados. No en vano, Isak Andic aparece como una de las grandes fortunas de España.
No cabe duda de que el gigante es Amancio Ortega y su Inditex. Tiene unas ventas de 36.000 millones de euros, un beneficio de 5.400, opera en 213 mercados mediante 5.700 tiendas, emplea a 162.000 personas. Entre sus marcas, están Zara, Massimo Dutti, Pull & Bear, Stradivarius, Bershka u Oysho. Y todo empezó en un pequeño taller de confección en 1963 haciendo batas de guatiné. En 1975, Amancio Ortega fundó Zara en La Coruña. Y no ha parado hasta hoy. No en vano, es una de las grandes fortunas del mundo.
Y en estos últimos años, nos encontramos con un nuevo fenómeno de moda urbana impulsada por jóvenes emprendedores que han alumbrado una marca reconocible. Es el caso de los hermanos Cebríán, con El Ganso; de Borja Vázquez y Alfonso Vivancos, con Scalpers; de Alfonso Martín, con Sohhan; de Manuel Timoteo, con Brubaker, o de Pablo López con Silbon. Tienen ventas alrededor de los 200 millones, extienden sus tiendas por España y empiezan a expandirse en el extranjero. Son fruto de un concepto diferenciado, de un cierto estilo y de un marketing intenso.
España ha sabido siempre alzar su voz propia en el competido mundo de la moda. Lo hizo con los grandes creadores del siglo XX, con los grandes empresarios de finales del XX y principios del XXI y con los jóvenes emprendedores del XXI. ¡Viva la moda española!