Se está hablando mucho estos días del nuevo pacto fiscal con Cataluña, pacto que, en mi opinión, se puede resumir en una frase muy española: “No se puede soplar y sorber”. Por más vueltas que le demos hay una realidad incontestable: si hay una tarta para todos y a alguien se le da un trozo más grande, al resto les tocará a menos. Tan simple como eso.
A ese nuevo proyecto todavía le queda un largo recorrido por delante: primero se tiene que hacer efectiva la investidura de Salvador Illa. Las bases de Esquerra han dado su visto bueno, pero Carles Puigdemont ya ha avanzado que intentará boicotear esa sesión del Parlament plantándose en España aún a riesgo de ser detenido y enviado a prisión, aunque ya veremos hasta donde llega la gallardía y la capacidad de sacrificio de quien huyó a Bélgica en el maletero de un coche.
En segundo lugar, para hacer efectivo ese pacto habrá que reformar la Ley de Financiación de las Comunidades Autónomas, la LOFCA. Y ahí el Gobierno se puede encontrar con la oposición de algunas de las formaciones que integran Sumar, como Compromís, la Chunta Aragonesista, parte de Izquierda Unida e incluso, fuera del Gobierno, Podemos y Coalición Canaria. Habrá que ver también qué vota el BNG. Y no hay que olvidar que varios barones del PSOE se han mostrado ya contrarios a privilegiar a Cataluña porque serán sus propios sistemas públicos los que sufrirán ese reparto desigual y serán sus ciudadanos quienes lo padecerán.
El Ejecutivo ha intentado tranquilizar a los suyos y ha prometido mejorar el sistema de financiación para el resto, pero lo cierto es que, de momento, la que queda fuera del sistema común para ser más favorecida es Cataluña. Cuando se convoque el Consejo de Política Fiscal y Financiera, la vicepresidenta, María Jesús Montero, la misma que hace unos días calificaba de mentirosos a aquellos que hablaban de la posibilidad real de un concierto catalán, acabará diciendo lo mismo que Wiston Churchill en su día. Gran Bretaña vivía grandes estrecheces a causa de la guerra y, en una de las reuniones del primer ministro con su comité de abastecimiento, concluyó: “Bueno, supongo que es lo de siempre. Hay demasiados cerditos y la cerda no tiene suficientes tetas”.
El Gobierno sigue sin explicar al detalle la letra pequeña de ese acuerdo pero para hacerlo más digerible ha añadido que será “solidario”, algo que siempre suena bien aunque no sepamos en qué consistirá esa solidaridad; y que impedirá las ventajas fiscales que ofrecen a sus ciudadanos Madrid y Andalucía. Es decir, a Cataluña toda la independencia fiscal, y a estas dos, a atarlas en corto.
Pedro Sánchez se mostraba satisfecho el otro día porque, a su juicio, “estamos dando un paso hacia la federalizacion de nuestro estado autonómico”, pero, ¿en qué momento los españoles hemos decidido que queremos una España federal? ¿No habría que cambiar la Constitución y que seamos los españoles las que votemos ese nuevo modelo? Pues parece ser que, a juicio del presidente, no. Y si hay alguna duda ya se encargará el Tribunal Constitucional presidido por Cándido Conde-Pumpido de despejarla a favor del Gobierno, como lo hará, augura Pedro Sánchez, con la Ley de Amnistía.
La primera vez que, como periodista, empecé a cubrir la información del PP, me tocó ir a cubrir la romería del Monte do Gozo que todos los años organizaban los populares para iniciar el curso político. El protagonista indiscutible de esos actos solía ser siempre Manuel Fraga y a él se entregaba sin reservas la militancia. Ese día escuché a una paisana decirle a otra: “Hay mucha gente, don Manuel estará contento”. Porque ese debía de ser, supongo, el objetivo de la romería, la felicidad de su líder. De la misma manera Sánchez ha admitido esta semana que está “muy feliz” con su acuerdo con Esquerra, así que todos satisfechos también.
En ese mismo acto me presentaron a Mariano Rajoy, quien, con el puro en la mano y su habitual retranca, me dijo: “Bienvenida a esta coña”. Visto lo visto, con el tiempo cada vez estoy más de acuerdo con eso, la política española es una “coña”.