Opinión

Sociedad sin tiempo: la trampa de la autoexigencia y la carrera sin fin

Una cola del baño donde esperan mujeres y hombres
Actualizado: h
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Seguro que estarán de acuerdo conmigo y coincidiremos, en que formamos parte de una sociedad en la cual parece que el tiempo se ha convertido en nuestro recurso más escaso. Todo pese a ser nuestro bien más preciado y ser conocedores de que el tiempo perdido, no se recupera. Hace años me dijeron una frase y desde entonces me persigue: estamos en lo mejor de lo que nos queda.

El ritmo de vida al que estamos sometidos ha convertido nuestros días en una carrera constante contra el reloj, en la que la autoexigencia y la presión por lograr más, se han instaurado como normas inquebrantables. Pero, ¿a qué precio estamos alcanzando estos supuestos éxitos? La falta de tiempo para el disfrute y el descanso está erosionando nuestra capacidad para percibir y valorar las cosas verdaderamente importantes. Nos encontramos atrapados en una rutina que nos impide celebrar nuestros logros y nos sumerge en un estado de insatisfacción permanente. Algo ya no sólo insostenible, sino que también pone en tela de juicio nuestra “felicidad” y bienestar a largo plazo. Hay que hacer, sin parar de hacer, para seguir haciendo. Sin tiempo, casi, de poder reflexionar en el proceso y verdaderamente poder construir para transformar significativamente.

En la sociedad actual, la productividad se ha convertido en un valor supremo. Desde el ámbito laboral, hasta la vida personal, se nos exige ser eficientes, alcanzar metas ambiciosas y demostrar constantemente nuestro valor a través de los logros y una vida pseudo perfecta. Este enfoque hiperproductivo, quizá, ha instaurado una cultura de autoexigencia donde el descanso y el disfrute se consideran lujos en lugar de necesidades básicas. O que cuanto menos, no son una prioridad. Una falta de tiempo para el ocio y el esparcimiento que, ojo, no sólo afecta a nuestra salud mental y emocional, sino que también limita nuestra capacidad para desarrollar relaciones significativas. Incluso me atrevería a decir, nos aleja de construir ideas de valor. Una sociedad que no permite aburrirse, cuando, ya lo dicen y es cierto, del aburrimiento (que quizá no sea otra cosa que el propio descanso que nuestro sistema nos pide), es de donde surgen grandes ideas.

El coste de la insatisfacción permanente

La constante búsqueda del éxito constante (palabra que por cierto, deberíamos redefinir), más logros y más reconocimiento, nos coloca en un ciclo interminable de insatisfacción. Cada objetivo alcanzado es rápidamente sustituido por uno nuevo, dejando poco o ningún tiempo para celebrar y disfrutar el momento presente. Una insatisfacción permanente, donde el estímulo y la dopamina momentánea generados, lejos de convertirse en algo positivo, acaban por conducirnos a un estado de tensión y estrés permanente.

Políticamente habrá mucho que hacer, o al menos aspectos en lo que empezar a trabajar. Promover el bienestar integral de las personas, la reducción de la jornada laboral, el fomento de prácticas empresariales que valoren el descanso y el tiempo libre ó el desarrollo de programas que apoyen la salud mental y emocional, podrían ser algunos ejemplos. También, por qué no decirlo, reducir una insostenible presión fiscal que, al final, no nos engañemos, nos aleja del mismo modo de una vida mucho más plena y saludable emocionalmente. Si bien soy de los que piensa que el trabajo dignifica y que todo es más una cuestión de efectividad, acompañada de propósito y no tanto de horas. Más tiempo, eso sí, de calidad, junto a libertades individuales, entendidas en su contexto más amplio, para vivir mejor.

Piénsenlo. Quizá sea un melón que poco a poco deberíamos empezar a abrir y reconsiderar nuestras prioridades. Sólo así podremos, probablemente, construir una sociedad donde realmente se promueva el bienestar de sus miembros con la conciencia de la importancia de equilibrar nuestras vidas, de celebrar nuestros logros como se merecen y de disfrutar el momento presente, teniendo el tiempo y los medios necesarios para la reflexión, la emoción y la búsqueda del propósito vital. Más tiempo, que cada vez nos queda menos.