Opinión

Sin fuerte

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Yo no quiero que una amiga se vaya de Madrid porque no encuentra casa para vivir. Aunque tanto ella como muchas otras personas parecen abocadas a ello. Pueden aguantar una serie de años, pero no para siempre. Y es nocivo no poder vislumbrar un futuro en el que algo vaya a cambiar.

De vez en cuando aparecen en las redes sociales anuncios de soluciones habitacionales que dan vergüenza. Son zulos en los que nadie se puede cobijar. El hogar de uno debe ser un fuerte al que acudir para respirar, liberarse y descansar. En estos casos, sin embargo, la realidad es muy distinta porque presentan tales condiciones insalubres que es preferible no detenerse allí más de lo estrictamente necesario.

Ante la falta de oferta, se está detectando un fenómeno curioso: prolifera la adquisición de locales que se tunean para convertirse en estudios. Lamentablemente muchos son para uso turístico. Sin duda, afecta al comercio de barrio. Así van desapareciendo de nuestras calles mercerías o tiendas de ultramarinos.

En un acto sobre el mercado del alquiler me enteré de varios datos desesperantes. De todos es sabido que cada día hay más jóvenes que para independizarse deben compartir piso y repartir gastos. Lo que desconocía es que el perfil del inquilino ya roza los 37 años. También que el alquiler de habitaciones se ha elevado un 40% desde la aplicación de la Ley de Vivienda. Esta es la realidad e impacta tanto en la natalidad como en la salud mental.

Visto el panorama, de comprar ya ni hablamos. Los precios están disparados. Y es la serpiente que se muerde la cola. Sin subida de salarios, aquel que se embarque en esta empresa tendrá dificultades para llegar a fin de mes.

Parece que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo han reparado ahora en el problema. El presidente del Gobierno expuso ayer varias medidas para solventar la situación. Entre ellas, habló de hacer más vivienda protegida y de impulsar la nueva empresa pública que se dedicará a esta materia. A ella se transferirán los inmuebles de la Sareb. También se creará un nuevo PERTE, que se instalará en Valencia, para innovar este sector y se limitará la compra por parte de extranjeros.

Por su parte, el líder de la oposición aprovechó el domingo para exponer su decálogo de compromisos. Habló de un seguro antiokupación y sostuvo que los presidentes autonómicos del PP rebajarán el impuesto de trasmisiones patrimoniales del 10% al 4% para ayudar a la juventud.

Sánchez dijo que se va “a dejar la piel en esta causa”. Feijóo enarboló este asunto dentro de su agenda social. Pero yo no quiero palabras huecas de uno y otro. Lo cierto es que hasta el momento las dos formaciones reciben un gran suspenso. Se suelen dedicar a debates estériles y reaccionan cuando la situación ya ahoga.

Obviamente se debe hacer algo y esperemos que esto no sean parches. No sé si se puede mejorar o revertir la situación. Me suena algo utópico pensar que se va a arreglar cuando hemos entrado en una dinámica enfermiza en la que sólo unos pocos serán los elegidos, aquellos que tengan el privilegio de convertirse en propietarios o la suerte de encontrar algo digno de arrendar.

Lo legítimo es que todo el mundo pudiera hacerlo y no agrandar la brecha entre clases sociales. Y es que no sólo se trata de contar con una residencia para ser operativos: ducha, comer y poner una lavadora. Para eso nos vale cualquier sitio. Lo que hay detrás es más grave. A la gente se le está arrebatando el sentimiento de pertenencia. También la sensación de reconocerse entre cuatro paredes que sean cálidas y protejan su intimidad. Hay que lograr que el olor de un guiso impregne las paredes y que el arañazo de un mueble se convierta en un recuerdo.

Así habla Jesús Carrasco en Elogio de las manos cuando se refiere a una construcción casi en ruinas situada en un pequeño pueblo del sur de España de la que dispuso durante una década. No era suya, la iban a derribar. Pero se entregó a ella y hasta que se produjo la separación, pasó largos periodos reparándola.

En esta novela se ensalza lo mucho que eso le llenó y se llega a la conclusión de que “en el hecho de habitar subyace de nuevo la idea de la fusión, porque el espacio y sus ocupantes se aportan algo mutuamente. Quien habita, por el simple hecho de hacerlo, otorga sentido a lo habitado”.

Hace falta un lugar en el que ocultarse del mundo. Sin una vivienda no se puede desarrollar la identidad. Las personas tienen que echar raíces y sentir que sus casas son una prolongación de sí mismas. Escuchar todos esos ruidos extraños que retumban en el silencio de la noche y seguir durmiendo porque saben que son sus tripas.

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