Opinión

Si quieren saber por qué ha ganado Trump, pregúntenle a Sánchez

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Sí, un tipo que hace cuatro años, tras perder las elecciones alentó el asalto al Capitolio, ha vuelto por la puerta grande a la Casa Blanca. Sí, una persona condenada y con 81 delitos pendientes ha conseguido arrasar en los comicios y borrar del mapa, literalmente, a su adversaria. Sí, un delincuente ha ganado a una Fiscal General. Sí, el hombre blanco heteropatriarcal ha derrotado a la que podría haber sido la primera mujer que presidiera los Estados Unidos de América. Sí, un señor que había sido amortizado hasta por su propio partido, no sé si pillan la referencia, volverá a sentarse en el despacho oval, y lo hará con más poder que nunca. Con el Senado, la Cámara de los Representantes y el Tribunal Supremo supeditados a su ego y a su sed de venganza. Sí, Trump le ha pegado un repaso sin paliativos a Kamala Harris.

¿Ya? ¿Hemos acabado con el desahogo y el festival de las lamentaciones? ¿Con la pose de indignación, con el rasgamiento de vestiduras de cara a la galería, con el tonito apocalíptico y las condenas a la estupidez humana desde esa sobreactuada superioridad moral e intelectual que nos permite hablar con desprecio de los iletrados que votan por el magnate, pero haber estado al mismo tiempo tres meses llenando la realidad de ilusión y topicazos multicolores que solo han conseguido que el guantazo sea más sonoro? ¿Qué era exactamente lo que esperábamos? Uno de los principales problemas de los deseos es que a veces no se cumplen, que el manifestarlos, aunque lo hagamos con el dedito en alto y cara de convicción, no significa que vayan a ser posibles. No somos Topuria para pegarnos el pegote de que manifestar y proyectar significa, por la gracia de la mística, hacer realidad algo.

Desde las burbujas y las cámaras de eco, por más plácidas y calentitas que sean, no se cambia nada. El primer paso para poder voltear la realidad es entenderla, verla y analizarla tal y como es, y actuar en consecuencia. De nada sirve aferrarse a un mundo que, si existió, ya no es sobre el que caminamos, encomendarse a un buenismo que ya solo opera en las mentes más rezagadas de los profetas de las utopías. La victoria de Trump, que sin duda nos deja el paladar lleno de dudas e incertidumbres, nos aporta dos moralejas; que los paradigmas han cambiado radicalmente y que por mucho que nos empeñemos en barnizar con algodón de azúcar y helados de tutti fruti las mesas de las tertulias, los diagnósticos frente al populismo son equivocados.

Escucho a estas horas que muchos de los análisis no sobrepasan el “Kamala y el acantilado de cristal” o “los americanos han votado a un chiflado que insulta, que promociona teorías de la conspiración, que compadrea con lo peor del panorama internacional y que reconoce su admiración por los dictadores”. A esto es a lo que me refiero, a estas disertaciones superficiales que lo único que buscan es afianzar la vanidad de los adeptos, apuntalar un discurso caduco que versa sobre lo buenos que somos los buenos y lo malos que son los malos, sobre lo listos que somos los listos y lo tontos que son los tontos, los que votan que votan fatal.

Ay, lo mal que está el mundo y lo bien que lo hacemos nosotros. Nula asunción de responsabilidades, cero mirarse hacia dentro y pensar qué es lo que está fallando: por qué un inmigrante vota a quien está diciendo que va a deportar a inmigrantes, por qué hasta los jóvenes con estudios, potencial target demócrata, han decidido quedarse en casa o votar republicano, por qué hay mujeres que se decantan por alguien que quiere mermar sus libertades. Bah, minucias, mucho mejor y más efectivo echarse las manos a la cabeza y señalar como fascista a todo hijo de vecino, a todo el que ha decidido, ni nos preguntamos el por qué, echarse en manos de un pirómano del poder. Pasó exactamente lo mismo con Milei, y por lo que se ve aún nadie se ha dado cuenta de por dónde sopla el viento. Primero lo llamamos loco, excéntrico, bulero. Llenamos horas y horas con sus conversaciones delirantes con su perro, con sus ocurrencias más estrafalarias, pensando que así la gente se alejaría de lo que a todas luces era un lunático.

Pero no, seguimos sin caer en la cuenta de que las tornas han cambiado, que de un tiempo a esta parte vivimos bajo el régimen de la hipérbole y la posverdad. Estamos liados con los signos de exclamación cuando hace ya tiempo que tendríamos que haber resuelto los interrogantes. Los liderazgos exitosos como el de Trump, Milei, Meloni, Orban, la AFD y toda esta gente que hacen piña, galopan sobre los kilómetros y kilómetros de alfombra roja que les ha dejado el wokismo, un movimiento que ha decidido morir con las botas brillibrilli de la sinrazón puestas, sin coscarse de que su fanatismo despierta otro fanatismo mucho más asumible para los que está cansados de los perpetuos indignados, de los guardianes de una corrección que no les para de dar correctivos.

Leo a la ilustre Pam decir que este resultado no desmiente las tesis del feminismo contemporáneo, sino que confirma la imperante misoginia. Bien ahí, eso es entender de qué va esto. Nada más útil que decir que se tiene razón. Miren, la gente está cansada de moralina, de mandones, de cabreados que le dicen que todo lo que hacen está mal, que son no sé qué o que son no sé cuál. Cuando estás todo el día señalando y criminalizando al transeúnte, llega un momento en que el peatón pierde el miedo a tu dedo acusador y decide que le va a sudar el alma que lo clasifiques o lo persigas, que lo sometas al escarnio público. Y eso es lo que está ocurriendo, eso es lo que está haciendo que ya no solo el hooligan se eche en manos del que le propone darle un lanzallamas, sino que también el templado, ante el clima de extrema polarización, prefiera posicionarse al lado del que al menos le promete que va a insultar a los que le insultan, el que en vez de ser un cascarrabias le proyecta un mundo nuevo. Hacer América grande otra vez. Dio en el clavo Dani Rovira con la frase de Gospodínov que compartió ayer: “Cuando la gente no tiene futuro, vota pasado”.

Hoy se les llena a muchos la boca con el término ‘antipolítica’. Y se usa como algo peyorativo, que lo es. Pero no son capaces de caer en la cuenta de que para cada vez más gente, esa etiqueta, esa palabra, significa un motivo de orgullo, un símbolo de rebelión con el que se identifican. Sí, tenemos a millones de ciudadanos militando en la antipolítica, echando pestes del sistema. Esa nueva percepción se observa perfectamente cuando se comprueba que en los comicios de 2016 y 2020 se hablaba de un voto soterrado de electores que iban a votar por Trump, pero les daba vergüenza reconocerlo en público. Esto ya no es así, el que vota a Trump, a Alvise, a Abascal o comparte vídeos de Ángel Gaitán o del carapapa del Gisbert no se esconde, lo hace a cara descubierta, mostrándose satisfecho y pancho, como una oveja negra dentro de un rebaño de corderitos amansados. Ha calado ya esa idea de que eres especial si huyes de la normalidad, que como todo es mentira, hay que elegir entre la falacia que más te represente. Y el problema es que en ese marco mental no solo están algunos adultos que simplemente están desencantados con los que sienten que les han fallado, también están los jóvenes que han crecido con una mentalidad repleta de desconfianza hacia la política y los medios de comunicación.

Solo hay que sumergirse un poquito en los canales de información que ellos manejan para entender que el problema es estructural. Solo hay que darse una vuelta por Tik Tok, Youtube o Twitch para observar que los referentes de nuestros hijos son tipos que han plantado en ellos la semilla de la desazón que florecerá dentro de unos años. No pagues impuestos, no confíes en los políticos, olvídate de los medios de comunicación y los periodistas que te engañan y te esconden la realidad a sabiendas. Y no, el problema no son ellos, el problema es que han tenido un principio de verdad para poder desarrollar esos discursos, para colarse por la rendija que la incompetencia y el frentismo han creado, que las paranoias de una izquierda desnortada, que ha visto fantasmas en todos lados menos en su propia casa, así como la dejación de funciones de un centro que no ha sabido mantener la bandera en su sitio, han permitido.

Pero no, es mejor reiterar como papagayos que la culpa de que las ideas de personajes como Trump calen es de la ultraderecha y del mundo cruel. Claro que sí, mi vida, ¿y por qué diantres te crees que surgen este tipo de movimientos? ¿por qué nacen los antisistema sino porque desde el propio sistema se fomenta su aparición? Quizás tenga algo que ver que se lo hayan puesto a huevo, que Biden ha estado cuatro años a verlas venir, y no se le retiró a tiempo de la carrera. Puede que también tenga algo que ver ir a las urnas con una candidata de tres meses, una vicepresidenta que llevaba tres años y medio en algún sótano de la Casa Blanca escondida y cuyo primer y único argumento durante toda la campaña ha sido que no puede gobernar Donald Trump. El miedo se desgasta, y cuando no existe, siempre es superado por la emoción.

Creo que ese presidente nuestro, que después de lo acontecido el domingo en Paiporta decidió volver a sacar el comodín de la ultraderecha y señalar como neonazis a todos los vecinos legítimamente indignados por el abandono que habían sufrido, debería tomar buena nota. Máxime cuando ayer ya supimos que el primer detenido por el quilombo ha sido un hombre del pueblo que no tiene vinculación con ninguna organización política. Pero bueno, a él le sirvió para tratar de tapar que el propio pueblo había echado al presidente del Gobierno de la zona cero de una catástrofe. El espantajo de la ultraderecha tiene un límite, y Sánchez, al que le ha servido para aferrarse en el cargo y tapar todas y cada una de sus vergüenzas y sus cacicadas, está a punto de encontrarlo. Qué va a decir Sánchez del trumpismo o de la ultraderecha si es el primer imprudente que se ha dedicada a fomentarla en su habitual tacticismo. Si él mismo, y su famoso Manual de Resistencia, no es más que una copia profana del decálogo populista que los que él señala como adversarios utilizan. Díganme, ¿no es trumpista asaltar las instituciones y colonizarlas, usar torticeramente la Fiscalía y la Abogacía del Estado? ¿no es trumpista, en un ataque de egocentrismo supremo, tomarte cinco días de asuntos propios y hacer un teatrillo porque sabes que tu mujer, tu hermano, tu secretario de organización y varios ministros tuyos están en la cuerda floja? Diablos, ¿no es trumpista hablar de construir un muro entre compatriotas en tu sesión de investidura? ¿no es trumpista señalar a los medios de comunicación y ponerles el sobrenombre de la máquina del fango? ¿no es trumpista insultar a la Justicia y echarle un pulso desde el poder? ¿no es trumpista intentan tapar todos tus escándalos con insultos e intentos de intimidación? ¿no es trumpista poner todas las instituciones del Estado a tu servicio? ¿no es trumpista, con más de 200 muertos encima de la mesa y varios pueblos devastados, relacionar las ayudas a los afectados a que la oposición te apruebe los presupuestos? ¿no es trumpista decirle a la gente que o yo o la democracia?

Veo gente de derechas aquí en España alegrándose de la victoria de Trump, y veo a mucha gente de izquierdas despotricar y llorar por las esquinas de X. ¿Qué por qué la gente vota a Trump? Solo tienen que preguntarle a Pedro Sánchez, el mismo que volverá a azuzar a Vox y a Alvise para intentar desgastar al PP y que le vuelva a salir la carambola.

PD: Lanzo apuesta: en el próximo CIS, Vox roza los 45-50 diputados.