Opinión

Si Franco muere

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Empecemos diciendo que nunca puede ser guardián de la Historia alguien que solo se acuerda de lo que le viene bien, alguien que vive sujeto a su enferma obsesión de cómo le tratará la posteridad. Empecemos, redundando en el sentido común, con esa manía tan contemporánea de tener que apostillar lo obvio, dejando claro que las víctimas, sean las que sean, merecen respeto y reparación, es decir, memoria, verdad, dignidad y justicia. Pero esa necesaria justicia jamás podrá ser impartida por quienes creen en ella solo cuando les da la razón, quienes leen el pasado de manera selectiva, los que pretenden construir un futuro haciendo vidrieras con las postillas de los que sufrieron, para así asomarse a un mañana lleno de rencor y venganza por pura conveniencia, por el cálculo de resistir en su resta con llevadas. No se puede enterrar una guerra hablando de batallas ni se puede remediar una represión apuntando con el dedo a todos, fomentando una nueva división en la que operan flamantes formas de violencia, encasillando a inocentes, usando a los perjudicados como meros figurantes del escenario del cinismo. Nunca ha salido bien conjugar el presente con una nostalgia viciada, sobre todo cuando los ecos del mal solo llegan a tus oídos cuanto más lejanos se encuentren.

Decimos esto un día después de que el Gobierno de España, asediado por sus miserias, esas de las que culpan a la cada vez más torpe oposición, haya decidido poner de nuevo sobre el tapete el comodín del dictador. Esa carta que sacan a relucir cuando todo es oscuro, cuando el hoy les inquieta tanto que necesitan trasladar el foco al ayer. Ojalá poder vivir en un país en el que actos como el del lunes significasen algo más que la necesidad de un Ejecutivo por fomentar la expansión de la brecha que le sostiene en pie, ojalá este tipo de homenajes no oliesen a electoralismo, no supieran a ese aroma hipócrita que traen consigo las campañas. Ya me gustaría poder creerme que hay alguna verdad más que la de los que tienen atravesado el dolor de un familiar arrebatado, pero no, habría que ser muy iluso para otorgarle el beneficio de la honradez a quien solo ha dado pruebas de vivir en el universo del rendimiento personal. Y lo dice alguien nacido el 30 de noviembre del 74, un periodista que sabe que hasta esta reflexión libre que escribe será susceptible de ser utilizada en esa tramposa confrontación que nos impide avanzar.

Lo siento, pero es complejo que suenen convincentes grandes discursos sobre la concordia, la reparación y la memoria cuando salen de la boca de un tipo que hoy tiene de socio de legislatura al brazo político de una banda terrorista que se disolvió en 2011 y que se llevó por delante a más de 800 compatriotas. «Con Bildu nunca, ¿cuántas veces quiere que se lo repita?». Suena a chiste que nos hable de víctimas y de horizontes, de verdugos, quien hace cinco meses colaba en una transposición la suelta de etarras. Quien aboga por pasar página de lo que pasó hace veinte años y quiere atornillarse a lo que ocurrió medio siglo atrás. Y sé que dirán algunos que está muy manido el argumento, pero no por ello deja de ser menos contundente. Y no, esto no se trata de echar a competir tragedias, esto va de una coherencia denostada entregada al confortable regazo de la amnesia.

Un gran letrero rezaba sobre el atril desde el que se habló: «Memoria es Democracia». Muy bonito, corto, certero. El problema es que los representantes institucionales tengan la misma capacidad retentiva del personaje de Dori en Buscando a Nemo. Desde allí intervino muy solemne Víctor Ángel Torres, alias ‘Rudolph’, todo un paradigma del asunto. Un ministro de memoria democrática que no se acuerda muy bien de cuál era su relación con Víctor de Aldama, pero que no se olvida de la ‘España de los golpistas’. Es en ese momento cuando uno se pregunta a qué golpistas se estará refiriendo. ¿A los de antes o quizás a los de ahora? ¿Será a esos que les aprietan las tuercas en cada sesión de control? ¿Estaría hablando de Junts, de ERC? No, hacía referencia a los del 36, el 2017 queda demasiado lejos. Primero indultado y después amnistiado para continuar en La Moncloa. «No, Antonio, no se contempla la amnistía».

Él allanó el terreno del estupor para que saliera el gran Jefe, el presidente de nuestra democracia que más ha peleado por parecerse a Franco y el que estoy seguro de que, alguien debería hacer un estudio, más veces lo ha mencionado. El que más cesiones ha hecho a Cataluña y el único que, siguiendo esas costumbres tan democráticas del régimen, decidió que era perfectamente decoroso mandar a un ministro suyo a presidir el Banco de España o a una ministra de Justicia a ser Fiscal General del Estado. Sánchez empezó el acto de homenaje a las víctimas del franquismo queriéndose acordar de las víctimas de la Dana. Algo muy respetable si no fuera porque durante el fin de semana se negó a acudir al funeral que se ofició en Valencia.

Presto, como siempre, a recoger el guante que le había lanzado Vox a través del diputado Manuel Mariscal, que no tuvo otra cosa más importante que hacer apología de una etapa que ni vivió ni parece haber estudiado, el presidente se lamentó de que el Congreso, ‘el templo de la democracia’, estuviese ahora contaminado. Sí, eso lo dijo él, el que inauguró su nuevo periplo hablando en ese hemiciclo que le preocupa de la construcción de un muro entre españoles. Todo suena a choteo, a realidad paralela. El tipo que se procuró una aclamación de cinco días por parte de sus cortesanos, al que no se le caen de los labios los términos facha, fascista y fachosfera porque se ha autoproclamado mesías contra la ola reaccionaria que asola el mundo, es el que premia a Meloni con la Gran Cruz del Orden de Isabel la Católica tras ponerla de vuelta y media y sentarla a la diestra de Mussolini. Eso es, a la misma Meloni a la que le mendigaba semanas atrás su apoyo para que apoyara el nombramiento de Teresa Ribera. Premia a Meloni siguiendo la misma lógica con la que condecoraron a Aldama. Como si tras haberlos reconocido tuviesen más derecho luego a vejarlos.

Sí, justo ese era el tipo que hablaba compungido de Cuelgamuros y de que la historia la escriben los vencedores, el adalid de la división. Desde su tribuna anunció que en 2025 se viene aniversario por la muerte del dictador, y que se harán muchos actos para que no se le olvide, vaya a ser que se pudra en el vertedero de la Historia y se invalide ese as debajo de la manga. Por lo visto no fue suficiente abrir su tumba, ahora hay que orear su cadáver para seguir boxeando con un fantasma que le viene de perlas en su empresa de hablar de todo menos del presente. Mención de honor a los guionistas que le escribieron en su discurso que hay que «inundar las calles» en esta programación de la efeméride del fallecimiento del caudillo. Un diez en creatividad y en empatía, muy oportuna la frase.

De verdad, ojalá las víctimas del franquismo pudieran cerrar con garantías sus heridas, ojalá pudieran aliviar su dolor en un país maduro y serio, en el que no se las instrumentalizara cada vez que le vienen mal dadas. Ojalá el gobierno más progresista de la Historia no tuviese motivos para querer vivir anclado a lo que ocurrió hace 50 años. Ojalá lo que se celebrara fuese el aniversario de las primeras elecciones democráticas o la ejemplaridad de nuestra Transición. Ojalá todo esto no tuviera que ver con el rédito de seguir con ese relato del enfrentamiento, con esa pinza entre quienes aún hoy reivindican el franquismo y quienes se niegan a dejarlo morir. Una pinza que lo único para lo que nos debería servir es para ponérnosla en la nariz y así dejar de oler este ambiente lleno de fango y barro.

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