Imaginen un mundo en el que los pasillos de las jugueterías no estuviesen diferenciados por sexos y tanto los niños como las niñas pudieran jugar con cualquier juguete y desarrollar su personalidad sin ningún juicio externo.
Imaginen que esas niñas y esos niños crecen rodeados de personas que les aceptan tal y como son, valorando sus distintas aptitudes y talentos. Niños bailarines, niñas conductoras, niños profesores, niñas astronautas… Como nadie premiaría a unos por ser fuertes y valientes, y a otras por ser guapas y obedientes, irían descubriendo sus preferencias sin miedo a recibir un castigo por equivocarse de camino.
Imaginen ese lugar, con hombres y mujeres que pueden vestir como les dé la gana: falda, pantalones, maquillados o sin maquillar, con el pelo corto o largo, de colores, con peluca, accesorios, imitando personajes de manga, con ropa adulta, futurista o vintage. Incluso que pudiesen cambiar de estilo cada día según les apeteciera. Se sentirían libres de comunicar a través de su ropa porque nadie les miraría raro si su estética no fuera la apropiada para su sexo.
Imaginen que, en ese mismo espacio, nadie se escandalizara por enamorarse de personas de su mismo sexo, o de los dos sexos, o porque alguien tuviera muchas parejas en lugar de una. En ese escenario nadie pegaría palizas, ni perseguiría o asesinaría a ningún ser humano que tuviera preferencias sexuales distintas.
Imaginen que, en ese país, ciudad o pueblo, ningún ser vivo es sometido jamás a terapias para obligarle a encajar en el molde que otros han diseñado. No necesitarían cambiar su forma de comportarse, ni tampoco transformar su cuerpo.
Imaginar que el género no obliga
Ahora imaginen que, en ese hipotético mundo, el género no obligase a ninguno de los sexos a estar sometido al otro. Y que esa misma idea no se reflejara en el lenguaje con el que se comunican, ni en la cultura que consumen, tampoco en las noticias ni en los medios que ven cada día. Al disfrutar de los mismos derechos y libertades, no tendrían que crear asociaciones para reivindicar nada, nadie se sentiría atacado, no habría colisiones ni malentendidos. Se podría dialogar sin miedo.
El planeta Tierra no es ese mundo imaginado. En él hay millones de personas que no encajan en el rol que la sociedad les permite según su sexo. A algunas no les gusta el rol diseñado. A otras no les sale interpretarlo. A muchas les parece injusto porque las coloca en una situación de sumisión. La mayoría nos pasamos la vida intentado fingir que sí nos ajustamos, aunque todo sea una actuación. Unos y otras, por razones diversas y de distintas maneras, luchamos para liberarnos de la presión que supone el género, pero la realidad es que todas lo utilizamos para sobrevivir en esta sociedad y evitar el rechazo.
Quizás nos estemos equivocando al plantear esta cuestión desde lo individual cuando es un problema social. No deberíamos ser las personas quienes tengamos que cambiar nuestra personalidad o nuestro aspecto para ajustarnos a lo que quieren los demás, lo ideal sería construir una sociedad suficientemente flexible, tolerante y abierta para aceptarnos, seamos como seamos.