Arriba uno al Foro después de peregrinar, durante seis días, desde Tui a Santiago, con un saco de agujetas, una pinacoteca de picaduras con la firma de una araña o de una chinche de Chernóbil y, sobre todo, con la sensación y/o la convicción de haber desbrozado la mente, arrancando las malas yerbas de lo superfluo, y de haber encalado aquellas paredes del alma en las que había cercos de goteras. Gnóthi seautón, o sea, “conócete a ti mismo”, leían los antiguos griegos que se plantaban en el templo de Apolo en Delfos, y ultreia et suseia, algo así como “sigue adelante y más allá”, es el saludo de los peregrinos platinum –los más profanos, véase mi caso, optamos por el sencillo “buen camino”–.
Durante los 118 kilómetros de caminata, ambas expresiones palpitaron por mi coco someramente. Concluido el periplo por ese universo gallego, paralelo y salubre de espiritualidad, reflexión, silencio y naturaleza, de regreso ya en la Babilonia pagana, trepidante, ruidosa y poluta que es Madrid para un periodista en activo –bendito sea mi hábitat natural–, el gnóthi seautón y el ultreia et suseia se me manifiestan rozando el exhibicionismo y el secuestro, y mi cerebro centrifuga y, ya puesto, se formula, nada original, aquellas mismas preguntas que Aristóteles se hizo hace cosa de veintitrés siglos, y otea a su alrededor, y hojea y ojea los periódicos, y desemboca en la relativización –no en el relativismo, ojo–, en el “no será para tanto, mujer”, que es un mar fantástico para la salud mental de cualquier ser humano, pero fatal para alguien que se dedique, como hace el menda en esta santa y feminista casa, a escribir columnas de opinión.
Me planteo, mientras filtro un simulacro de jet lag emocional, si estoy entrando en o saliendo de un colocón opiáceo. Si hay más verdad en esa renuncia temporal al mundo que es el Camino de Santiago o si, qué narices, lo auténtico, lo verdadero, es el quilombo acelerado y trepidante nuestro de cada día. Navego, como cantaba el gran Bunbury, en un “mar de dudas / y de aguas profundas”, y me pregunto, con franqueza, si es tan realmente importante, por ejemplo, que Sánchez continúe adueñándose de las instituciones colocando al exministro Escrivá como gobernador del Banco de España, o que el futbolista Vinícius proclame urbi et orbi que el país en el que vive y está forjando su fortuna –nada que objetar, por supuesto– sea un nido de racistas.
La respuesta, en realidad, la tengo más que clara. He aquí un agente, digamos, agitador: soy periodista, pertenezco a una especie que reclama desesperadamente la atención del personal con neones, que vive por, para y gracias a terceros, y bien está que así sea. “Sorprender al lector y desazonar a la competencia”, que tenían por lema en el diario Pueblo. Ya me sumergiré en el remolino de la actualidad la semana que viene, queden tranquilos, mas déjenme atisbar, por unos instantes, la belleza del paisaje que antecede al precipicio.