Opinión

Sánchez ya sólo gana perdiendo

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Traduzcamos esta semana la enésima vuelta de campana de Pedro Sánchez, el contorsionista de hechos más desvergonzado que ha parido nuestro país, después de pasar por última vez por debajo de la mesa del futbolín tras caer derrotado 7 a 0 por Puigdemont en la particular partida entre tahúres de la que depende el Gobierno de España, que no la gobernabilidad, porque me niego a llamar gobernar a esta continua liquidación por fascículos de la Constitución.

El terreno de juego ha sido el decreto ómnibus. Ese cajón de sastre en el que mezclaron descaradamente lo importante y lo ideológico, lo de todos con lo de ellos, convencidos de que así conseguirían llevar a la oposición a un callejón sin salida en el que tendrían que tragar con todo. Una idea que hacía aguas por todos lados. O sea, quieres transmitirle a la sociedad lo ineludibles que son la revalorización de las pensiones, el abaratamiento del transporte público y las ayudas a los afectados por la DANA mientras utilizas estas tres medidas como pretexto para colar todo lo que no puedes aprobar debido a tu enclenque estabilidad. Y, como es normal, la gente piensa que entonces en realidad las tres medidas te importan un pimiento. Que lo único que quieres es seguir con tu ruta endiablada: tus socios te chantajean a ti y tú chantajeas a la oposición. Y entonces, pierdes. Y al ver que la realidad es tan obvia y pura que es imposible de edulcorar, comienzas una campaña de oposición a la oposición, en la que además le echas un pulso al prófugo de la Justicia que te mantiene en el poder. Suena fuerte así en crudo, ¿eh? El caso es que te marcas un farol con una pareja de tres sabiendo que los de enfrente tienen una escalera de color y que, para colmo, apuestan con tu dinero, con tu futuro.

Al igual que no se podía gobernar con Podemos ni conceder indultos, ni modificar la sedición y la malversación, ni aprobar una amnistía ni controlar el CGPJ ni tantas cosas que eran impensables, tampoco se podía trocear el ómnibus. Que era un decreto indivisible, que iba todo en pack completo. No se podía hasta que se pudo, así viste Sánchez de épica sus bajadas de pantalones, sus continuos arrastres. Es sencillo, se planta muy serio en sus trece, crea un clima de desazón en el que el acuerdo se antoja utópico, y cuando sus adversarios le dan por amortizado, cuando parece que no hay ninguna posibilidad para acercar posturas, él se baja de su burro, se arrodilla ante la otra parte negociadora, les da todo lo que piden, se ajusta a sus parámetros y sale con la mejor de sus insolencias a anunciar que, una vez más, ha conseguido lo imposible. Esto es, lo que no era posible hasta que el decidió dar su brazo a torcer. Pedro Sánchez es un maestro de ganar perdiendo. Nunca gana ganando.

Pero le da exactamente igual, lo comprobamos en última instancia el martes con su desconcertante declaración. Dijo, socarrón, que hay que sudar la camiseta. Para sudar la camiseta primero hay que saber a lo que se juega. Y, ojo, conviene no confundir a la gente. No es lo mismo que la elástica esté empapada de sudor que de escupitajos del contrario, un contrincante que a la vez es socio. Un partner que repite como un papagayo que te hará mear sangre. No tiene nada que ver el sudor ardiente del esfuerzo con el sudor frío y nervioso del miedo, del pánico, del terror. Pero somos más, menos mal. Tenía razón con su análisis. Somos más inestables, somos más vulnerables, somos más progresistas, si el progreso se entiende como el avance hacia una nada llena de verdades alternativas, o sea, de mentiras bien arropadas por la necesidad y la supervivencia.

También habló el presidente de ir partido a partido. Hay gente que lo ha entendido como la extrapolación de la filosofía futbolística de Diego Pablo Simeone a la política. Pero nada más lejos de la realidad, a lo que se refería el jefe del Ejecutivo es a ir partido a partido, formación política por formación política negociando chantajes. PNV, ERC, Bildu, Podemos, Junts. A ver, ¿a cuánto me vais a cobrar el oxígeno esta vez? No, no os cortéis, no os preocupéis, no vais a quedar de peseteros, de usureros. Vosotros pedid por esa misma boquita con la que me extorsionáis que ya culparemos al PP de todo este desaguisado. Hombre, claro, para algo ganaron las elecciones. Que sí, hombre, que sí, que si se tuerce la cosa sacamos eso de que Feijóo no es presidente porque no quiere.

En esas estamos, en el regate corto. Bueno, ojalá en el regate corto, estamos ya en el pelotazo hacia arriba, en el despeje constante, en el punterón sin dirección. Sacar votos de debajo de las piedras significa dejar que se apedreen los pilares del Estado. Pedro, sobre esa piedra que levantas edificaste tu castillo de arena, tu fortaleza de humo, tu mansión de fango, tu palacete de cemento armado. Y cuando la elevas, salen de la oscuridad las bichas, las víboras a las que dejas que inyecten con sus colmillos el veneno de la degeneración. Esa a la que llamaste regeneración. De debajo de las piedras, es decir, del subsuelo.

Decía Rufián, en su manía de dar casi siempre en el clavo descendiendo los acontecimientos a lo sencillo, que si para acabar debajo de la bota de Puigdemont “hacía falta una semana”. Y añadía: “¿Cuál es la lección que se da? Joder a la gente tiene premio”. Y yo pregunto: ¿En qué lugar les deja a ellos en Cataluña seguir participando de esta opereta en la que siempre acaba imponiéndose Junts? Son muchas las cuestiones y cada vez menos la confianza entre los socios. Sánchez vuelve a ganar perdiendo, que significa que cada vez está más perdido. Avanza, que quiere decir que sobrevive a duras penas.