Empecemos por describir el lodazal que envuelve la política desde hace unos pocos años. Recordemos las afirmaciones de un Pablo Iglesias indignado (como casi todos días) allá por el año 2016, acusando a Felipe González de tener “el pasado manchado con cal viva”. Uno de los puntos de inflexión en el que la cortesía parlamentaria y el respeto a las instituciones se esfumaron; o quizás ya venía de antes…
Lo cierto es que la política española lleva mucho tiempo elevando el tono a niveles nunca vistos. Las faltas de respeto, las acusaciones, el señalamiento continuo, la búsqueda del más mínimo ataque, los combates cuerpo a cuerpo que a veces me recuerdan a esos espectáculos de la Lucha Libre AAA mexicana, que veía con mi padre por la televisión. Esas peleas en las que no se puede diferenciar la realidad de la ficción.
La diferencia es que, en aquella liga de lucha libre, los que no querían mostrar su identidad llevaban máscaras tradicionales, como “Mascarita Sagrada” y “La Parca” (dos de los luchadores que más recuerdo de esos años). En la política española llevamos tiempo enfrentándonos a líderes políticos con máscaras de alta tecnología, que se ponen para mentir y se quitan para cambiar de opinión. Máscaras invisibles, que dotan a sus portadores de superpoderes para engañar a la población; máscaras que les hacen creer que pueden esconder sus verdaderas intenciones.
La primera línea política en general hace años que no representa a la ciudadanía. ¿Te imaginas que en la calle todos nos comportásemos igual? ¿Qué clase de país tendríamos?
Al leer la carta del presidente Pedro Sánchez, me comentó mi amigo Mario: “¿Se estará haciendo un Xavi?” Mi respuesta automática fue un “seguro”, pero luego me detuve a reflexionarlo.
La apertura de diligencias judiciales contra su mujer, Begoña Gómez, ha llevado a Sánchez a un punto de no retorno. Como él mismo reconoce: “Me urge responderme a la pregunta de si merece la pena”. Solo él podría responder a esto; por eso necesita “parar para reflexionar”.
Su gestualidad recuerda mucho a la reacción que tuvo en sede parlamentaria cuando se le preguntó por su tesis doctoral “fake”. Misma rigidez mandibular, misma posición de brazos, misma reacción descontrolada.
La mayor parte de la carta de Sánchez se concentra en atacar al oponente; mucho protagonismo para el adversario, si uno quiere despedirse. Marca un claro perfil de
víctima, muy rentable como campaña de marketing; no existe autocrítica y se centra en ahondar en la nueva versión de los buenos y malos de la democracia (antes sabíamos quiénes eran los malos, aquellos que arrebataban vidas por ideales políticos; ahora los malos son otros).
Todo esto sería una noticia creíble si estuviésemos en una situación en la que la política se practicara con altura en España; pero la realidad es que atendiendo a los señalamientos del propio Sánchez a particulares, parejas de sus adversarios y aquel recordado “hay más” en plena Sesión de Control, la Carta a la Ciudadanía no deja de ser un capítulo más del bochornoso espectáculo político que vivimos.
Cuando se han cruzado todas líneas rojas, es difícil hacerse la víctima o identificarse con el verdugo; todos son un poco de todo.
Si se trata de una despedida real, le falta elegancia hasta para irse. Todo parece una maniobra para tomar la medida de sus apoyos. Quizás me equivoco, y el lunes amanecemos con una despedida; pero por lo que conozco al Presidente, huele a que no.
Lo que está claro es que toda esta situación debería de propiciar un freno en esa lucha en el barro, sacar a los familiares del debate político y retomar las distancias con esas líneas rojas que nunca debieron saltarse.
Todo este ruido político impide hablar de lo importante: los precios de los alimentos, la situación de nuestro campo, la crisis migratoria. Cortinas de humo que pretenden cegar la opinión de la ciudadanía y enfocarla en la polarización: estás conmigo o contra mí.
El lunes podremos comprobar si Sánchez se está marcando un Xavi, y lo que busca es consolidar sus apoyos; o si, por el contrario, ya está cansado de ser, simplemente, él.
Confiemos en la justicia y apostemos a que sea capaz de desligarse de la política y actuar en consecuencia. Allá donde exista delito, que lo castigue; allá donde no lo exista, que se frenen las campañas de descrédito. No somos borregos, sabemos lo que pasa. Y ahora, cuando recuerdo aquellos combates de lucha libre mexicana que veía con mi padre, sí que soy capaz de saber que era o no de verdad.