Opinión

Sánchez

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A pesar del título de esta columna yo no quiero hablar de política, porque no me leería nadie. Los españoles están hartos y los lectores aburridos, agotados y hastiados. Quiero hablar de un político (al que no he votado nunca) que me fascina como personaje literario, como arquetipo digno de una gran obra de Balzac, Dostoyevski o Shakespeare. Quiero hablar de Pedro Sánchez.

La infancia del Robinson Crusoe de Moncloa explica muchas cosas. De niño le hablaron del Homo homini lupus de Hobbes en vez de hablarle del lobo de Caperucita Roja, le leyeron El Príncipe en lugar de El Principito. Esas fueron sus nanas, por eso saltó de la cuna convertido en un pequeño Talleyrand.

Puede que no leyese su tesis, pero sí leyó a Stendhal y convirtió Rojo y Negro en su biblia y a Julián Sorel en su espejo. Y es en las páginas de esta novela colosal donde encontramos las fuentes de las que bebe la ética de Sánchez. “¿Por qué se pretende que yo tenga hoy la misma opinión que hace seis semanas? En ese caso, mi opinión sería mi tirano”. Esta es la razón por la que nuestro presidente dice tantas veces digo, donde dijo Diego, porque está luchando contra la tiranía.

La complicada y poliédrica relación de Sánchez con la verdad también tiene su causa en el rigor y la pasión con los que cumple todos los mandamientos del credo stendhaliano: “Sobre todo, nada de confesiones, te lo prohíbo: valen más las sospechas que las certidumbres”. Y este precepto lo cumple a rajatabla. Nunca confiesa nada.

Siendo estos dos rasgos interesantes retazos de su perfil psicológico, son accesorios ante la gran pulsión de su alma: como Julián Sorel “lo que no puede soportar por nada del mundo es el desprecio”. En la única cosa en que todos los españoles estamos de acuerdo sobre él, es que a Sánchez se le ha despreciado y menospreciado con mucha dureza, tanto dentro como fuera de su partido. Los socialistas lo cesaron, lo humillaron y lo dejaron al borde de la expulsión. Sus adversarios políticos lo ningunearon y deshumanizaron durante mucho tiempo sin darse cuenta de la calidad de la aleación de la que estaba hecho. Unos y otros, finalmente, se dieron cuenta de lo erróneos que eran sus diagnósticos sobre este político adicto al poder, al poder por el poder, como decía Max Weber. Único elixir que colma su insaciable ambición.

Su victoria en las primarias del PSOE del año 2017 es uno de los sucesos más sorprendentes y trascendentes de la política española en décadas. Con el único apoyo de Ábalos, Cerdán y Adriana Lastra venció a una Susana Díaz apoyada por Felipe, Guerra, Rubalcaba, Bono y Zapatero. ¡Casi nada! Esa victoria, con esos apoyos (¡vaya triunvirato!) es como si Xavi Hernández alcanzase la presidencia del Barcelona con el apoyo de Tomás Roncero, Juanma Rodríguez y Manolo “el del bombo”.

Sánchez mató al padre y eso es muy difícil. Kafka solo logró mandarle una carta. Y no mató a un padre cualquiera, mató a Felipe González: el político más formidable que la izquierda ha ofrecido jamás a España.

Sánchez llegó al poder por una moción de censura. Si consultamos la hemeroteca de esos días veremos la lucidez y las dotes proféticas de los políticos y periodistas más ilustres que aventuraron que no iba a salir adelante. Una vez más lo infravaloraron y la moción… ¡Vaya si salió! Como el presidente Rajoy salió del poder y volvió a su registro de Santa Pola (ejemplar retorno a su vida anterior) y yo (humilde plumilla) salí de Moncloa y me fui al paro.

Tampoco iba a poder gobernar con solo 120 diputados. La gesta de Philippe Petit (el funambulista francés que cruzó con un cable de una azotea a otra de las Torres Gemelas de Nueva York) es una broma comparada con el ejercicio supremo de funambulismo político que supone dirigir durante seis años un país como España con una mayoría tan raquítica.

Hay una palabra que hoy todos los pedantes y cursis usan y que yo no había escuchado nunca en mi primer medio siglo de vida, esa palabra es resiliencia. Ese vocablo no existe en nuestra lengua, en castellano resiliencia se dice Sánchez.

Otra aportación de Pedro Sánchez a ese avispero frenético que es la política española es su capacidad de pasmar a todo el mundo. Lo mismo huye del mundanal ruido, como Fray Luis de León, que convoca elecciones en la semana más calurosa del año, o anuncia un paquete de calidad democrática que tiene a la judicatura española ojiplática. No deja de asombrarnos. Desde Alejandro, Aníbal y César sabemos que, como en la guerra, en política el que sorprende gana. ¿En quién se ha inspirado Macron para convocar elecciones anticipadas? ¿En Luis XIV, Napoleón o De Gaulle? No, se ha inspirado en Sánchez.

De pequeño le leyeron El Príncipe. Maquiavelo dice: “Hay tres especies de cerebros: unos entienden por sí mismos, los segundos disciernen lo que otros entienden, y los terceros no entienden ni por sí mismos ni por otros; los primeros son excelentísimos, los segundos excelentes, los terceros inútiles”. No tengo ninguna duda de que el cerebro de Sánchez pertenece a la primera categoría. Dejo a la indulgencia y caridad de los que me lean la clasificación de los demás cerebros, cerebelos y bulbos raquídeos que pululan por la política española.

También estoy seguro de que si el genio florentino resucitase, añadiría otra dedicatoria a su libro, junto a la del magnífico Lorenzo de Médicis: “Gracias, Pedro, por todo”. Firmado: Niccolò Machiavelli.

El inquilino de la Moncloa tiene, por último, otra ventaja definitiva sobre sus rivales. No tiene miedo a la derrota, al futuro, al día después. Sabe, como Quevedo, que cuando caiga “polvo será, más polvo enamorado”.

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