A Marta González.
Lo más difícil de escribir una columna periodística es elegir el título; lo mismo ocurre con una novela, un poema o una obra de teatro. Cuando has encontrado las palabras exactas para el encabezamiento tienes ya la mitad del trabajo hecho. En esta ocasión la obertura se me ha atragantado. El aura, la gloria y la inercia histórica me sugerían En el nombre del Padre, pero algo dentro de mí me decía que sería un título injusto, equivocado y fallido. Por eso he elegido Samaranch.
Han sido tantas las oraciones, tan profundas y sentidas las plegarias, tan furibundos los rezos, que el Espíritu Santo los ha escuchado y les ha concedido a estos admirables samaritanos, en marzo, el ansiado y soñado cónclave… solo que el cónclave ha tenido lugar en el Peloponeso y no en el Vaticano.
En Costa Navarino se ha reunido el Comité Olímpico Internacional, ese otro Colegio Cardenalicio, para elegir a su nuevo presidente, al nuevo Papa del deporte mundial, y un barcelonés, un catalán, un español ha tenido un papel principal: Juan Antonio Samaranch.
La historia de Cataluña ha tenido dos momentos mágicos en el último siglo, dos momentos simbolizados por dos frases para la historia. El “Já sóc aquí” del president Tarradellas, el 23 de octubre de 1977, en la plaza de Sant Jaume y el “À la ville de …Barcelona” del presidente Samaranch, el 17 de octubre de 1986, en Lausana, al abrir el sobre que contenía el nombre de la ciudad sede de los XXV Juegos Olímpicos.
Samaranch le hizo a Barcelona el mayor regalo (“Los mejores Juegos de la Historia”) que un hijo le puede hacer a su ciudad, regalo que se acrecentó por la ayuda inestimable de un alcalde excepcional: Pasqual Maragall. Un alcalde que sufre la enfermedad del olvido, pero al que nadie olvida. Sí, Samaranch junto a Ildefons Cerdá y Antoni Gaudí (el rey Midas, el urbanista y el genio) son el triunvirato que ha convertido a Barcelona, tras París y Betanzos, en una de las ciudades más hermosas y admiradas del mundo.
Pero yo no quiero hablar del catalán universal, no quiero hablar del Samaranch, que cambió para siempre el movimiento olímpico venciendo los boicots, acabando con el falso debate del amateurismo y convirtiéndolo en un negocio colosal y en un colosal evento universal. No quiero hablar del gigante, del Samaranch que fue y es al olimpismo lo que Jack Nicklaus es al golf o Rod Laver es al tenis; del hombre que hizo ingresar al olimpismo, simultáneamente, en la modernidad y en la eternidad. Yo quiero hablar del barcelonés que se ha quedado a un paso de la presidencia del COI: del otro Samaranch.
No es fácil vivir entre el orgullo inmenso y la sombra aplastante de un apellido celebérrimo; no es fácil convivir con un nombre celebrado urbi et orbi; no es fácil sobrevivir al mito y Juan Antonio Samaranch Salisachs lo ha conseguido. Cuántas empresas familiares no han llegado a la tercera generación, cuántos futbolistas de apellidos rutilantes han estrellado sus carreras en el larguero, cuántos hereus no han logrado estar a la altura de las expectativas.
Samaranch ha triunfado en su vida académica: es ingeniero, políglota y tiene un MBA; en su vida profesional: tras trabajar en importantes compañías fundó junto a Pedro Gómez de Baeza (tristemente fallecido) GBS Finance , un importante banco de inversión independiente con oficinas en tres continentes y, por último, ha triunfado en su carrera como dirigente deportivo: es vicepresidente primero del Comité Olímpico Internacional y miembro de su comisión ejecutiva desde el año 2012. En Grecia se quedó a un paso de cumplir su sueño de presidir el COI, pero no fracasó.
En una votación con siete candidatos hubo una vencedora arrolladora, cinco varones derrotados y arrollados (entre ellos el gran Sebastian Coe ) y un hombre que no ganó, pero que se mantuvo en pie, con toda dignidad, ante un vendaval arrollador. En esta España entusiasta en hacer leña del árbol caído y siempre cicatera con sus grandes hombres es importante reflejar con precisión lo que aconteció en tierras helenas. Es importante recordar el If de Kipling “Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota, / y tratas de la misma forma a estos dos impostores”. No es lo mismo perder un mundial de fútbol como la Holanda del 74, que como la España del 82. No es lo mismo caer como Samaranch que caer como Coe. No es lo mismo.
Kirsty Coventry, la nueva presidenta del COI, era una rival formidable. Podía presumir de haber participado en cinco juegos y haber ganado siete medallas olímpicas, pero tenía otras fortalezas que la convertían en una adversaria impecable e implacable. Esta campeona de natación zimbabuense supo dar un nuevo significado al refrán castellano “hay que saber nadar y guardar la ropa”. Nadar es evidente que sabe, y además de espalda, y guardar la ropa, también. (Supo soslayar de maravilla los aspectos menos favorables de su candidatura).
Encima contaba con el apoyo indisimulado del anterior presidente del COI, el alemán Thomas Bach, y no hace falta ser Carles Puigdemont para saber la importancia y el poder que tiene siempre y por doquier la mano que mece la cuna. Por si todo esto fuera poco, además de su origen africano, Coventry es mujer.
El siglo XXI es el siglo de las mujeres, la fuerza femenina es ahora incontenible e imparable, porque como dice la Aristóteles de nuestro tiempo: “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”. El dios Éolo lo tiene claro, hoy los vientos femeninos son huracanes que convierten a los vientos masculinos en suaves brisas marinas.
Ha sido este curioso fenómeno ciclogenético la causa principal de la derrota de Samaranch, pero él, con la máxima caballerosidad y deportividad, ha reconocido que fue un resultado contundente e inapelable y no ha puesto ninguna excusa.
En la tierra de Homero, Samaranch releyó ese poema esencial y celestial: Ítaca, de Constantino Cavafis , deliciosamente traducido al español por Luis Alberto en Reino de Cordelia: “Ítaca fue quien te donó tu viaje. / Sin ella no lo hubieses emprendido. / Pero no hay nada más que pueda darte. / Aunque pobre la encuentres, no te engaña. /Rico en saber y en vida como has vuelto, / al fin comprendes lo que son las Ítacas.”
Juan Antonio Samaranch Salisachs comprendió hace unos días en Grecia, cerca de la mítica Olimpia, lo que son las Ítacas y yo comprendí que mi intuición inicial, mi pálpito, sobre el nombre de esta columna era acertado. El titulo correcto no era en El nombre del Padre, sino en El nombre del Hijo.