Opinión

Sakura en Washington

Cristina López Barrios
Actualizado: h
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Dicen unos versos de Pablo Neruda: “Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos”. Yo esta semana estoy viviendo lo que los cerezos le hacen a la ciudad de Washington donde me ha traído el destino o las casualidades que a veces parecen sacadas de una novela, quién sabe. El caso es que comienzo aquí la primavera, en una ciudad que, en este tiempo de tensiones políticas, aún conmocionada por la sombra de Trump, no pierde la belleza que se respira a causa de los cerezos. Salir a pasear por las riberas del Potomac, a la caza de la flor perfecta, une a turistas y locales como si todos fuéramos devotos de un mismo culto. Esta semana, Washington celebra el Cherry Blossom como un acontecimiento que abarca desfiles, conciertos, exposiciones y, por supuesto, su inevitable dosis de merchandising: camisetas, tazas, llaveros, paños de cocina y toda una colección de objetos rosados que inundan escaparates, incluso los de los museos. Este sakura norteamericano florece no solo en los árboles, sino en toda la ciudad. Al igual que en Japón, hay un día donde el pico de floración estará en lo más alto y será hoy viernes que escribo estas líneas. Así que en cuanto que ponga punto y final, me iré a que los cerezos hagan en mí lo que quieran. Estos cerezos de Washington son un regalo del gobierno japonés. En 1912 regaló 3.000 cerezos a Estados Unidos como símbolo de amistad entre ambas naciones. En la cultura japonesa, el cerezo en flor (sakura) representa la belleza efímera de la vida, la renovación, la esperanza. Florece solo unos días antes de marchitarse. Washington acogió ese símbolo con entusiasmo y, desde entonces, la floración de los cerezos es un ícono cultural y turístico que atrae cada año a miles de visitantes para ver el espectáculo natural que tiñe de rosa y blanco las riberas del río Potomac.

Pero no son los únicos árboles que florecen en Washington. También están los magnolios de flor grande, blanca o rosada, que exhalan una fragancia distinta, más sureña. Investigo sobre su origen y descubro que son nativos del sureste de Estados Unidos, símbolo de dignidad y elegancia, y su presencia en Washington tiene algo de puente entre el norte y el sur, sobre todo tras la Guerra Civil.

Cerezos y los museos que hay en la ciudad son una buena combinación para un fin de semana de marzo. No tan lejos, en la entrada de la Casa Blanca, un hombre con una máscara de Trump ríe con su misma mueca y se hace fotos con los turistas. El humor, ya lo escribí alguna vez, nos salva. Pero también lo hace la cultura y la belleza. Al fin y al cabo, las flores de los cerezos son símbolo de la fugacidad de las cosas, quizá como símbolo de esperanza a tiempos mejores.

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