Opinión

Sabemos, peregrina…

Jubilados - Sociedad
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Sabemos, peregrina, que la vida es una concatenación de contradicciones. Que el arte de cabalgar sobre paradojas sorteando remordimientos sólo lo dominan los bienaventurados y los psicópatas. Que la verdad nos hará libres, como dijo mi tocayo de Nazaret, y que la desobediencia nos hizo humanos, como demostró el padre Adán. Que los sabios, al margen de su éxito, suelen tender la mano y que los arribistas mediocres quebrarán las rodillas a cuantos consideren oportuno. Sabemos que, como nos enseñó el romanticismo anarquista, los peces muertos siguen la corriente y que, como evidenció la Historia, muchos de los vivos acabaron ensartados en un espeto, cocinados a la brasa y devorados por buitres. Sabemos que los gurús y los falsos profetas no son gente de fiar, pero también que el miedo, el hambre y la inseguridad fabrican multitudes que ansían ser pastoreadas primero y, luego, Dios dirá.

Aunque nos reviente, peregrina, sabemos que somos carne caduca. Que, pese a la tanatofobia nuestra de cada día, pese al epidémico síndrome de Peter Pan que padecemos, con sus consecuentes plagas de liftings, mamoplastias, rinoplastias y derivados, al final, todo termina en el patio de los callaítos. Que, tal y como me explicó el gran Raúl Cancio, los buenos momentos son, al igual que las fotografías, instantes irrepetibles que se experimentan o se pierden. Carpe diem, quam minimim credula postero, o sea, aprovecha el día de hoy, confía lo menos posible en el mañana. Por ello, también sabemos que hay que fiscalizar todo sí y todo no pronunciado. Que la palabra dada no se subasta. Que la dignidad no se juega a la ruleta rusa. Que, a pesar de las apariencias, se construye mejor una carrera profesional desde el talento propio que frecuentando cócteles. Que no compensa ser un ansia viva: contando con lo esencial, ¿para qué cargar con un morral lleno? Que la generosidad, cuando es vasta con los truhanes, conduce a la ruina. Que hallar la piedra filosofal es tarea más fácil que ofrecer o aceptar según qué perdones. Que los amigos que se alegran de tus éxitos vienen dados de lo alto. Y que sólo los malnacidos abandonan a sus padres en un desguace cuando estos comienzan a marchitarse.

Intuyo, peregrina, como cantaba Leonard Cohen, que “el futuro será un crimen”, pero sabemos que cierta resignación vacuna contra la frustración. Hace mucho que dejé de creer en los capitanes de los barcos. Llegará Nerón, le prenderá fuego a Roma, la mitad del pueblo le aplaudirá por ello, y yo me quedaré contemplando cómo la ciudad arde, mas siendo consciente de que, tarde o temprano, las llamas alcanzarán mi casa. Resistiré con mi firma, nada más –¿acaso te parece poco?–. Cuidemos de los nuestros, guardemos con celo la comunidad íntima sin repudiar al extranjero, no caigamos en el individualismo más febril e idiota: vigorizar el yo no implica debilitar el nosotros. El del hombre completamente autosuficiente es un mito viciado. Leamos como advertencia el célebre poema de Martin Niemöller: “Cuando vinieron a buscarme –los nazis–, / no había nadie más que pudiera protestar”. Huyamos del ruido, rechacemos el cáliz del cinismo y de la falsa compasión, esputemos la morralla que nos satura, y amémonos libres, bravos, efervescentes, antes de que el tiempo, ese agujero negro amnésico e implacable, borre nuestras huellas del mundo.