Opinión

Rutina

María Jesús Güemes
Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Volvemos a poner el despertador y a saber perfectamente el día en el que vivimos. Volvemos a mirar los calendarios para marcar los compromisos relevantes que se nos agolpan. Volvemos a las clases o a llevar a los niños al colegio. Volvemos a ver a los jefes y a quedar con los amigos. Volvemos a hacer la lista de la compra y a poner lavadoras.

Volvemos a nuestro barrio y a la ruta que nos lleva al trabajo. Volvemos al gimnasio cargados de buenos propósitos. Volvemos a arreglarnos dejando atrás nuestro aspecto agreste. Volvemos a estar hiperconectados, pendientes de las redes sociales y de los imparables grupos de WhatsApp. Volvemos a escuchar la radio y a aguantar los rifirrafes políticos.

En definitiva, volvemos a la rutina. Un término que en muchas ocasiones se emplea como sinónimo de tedio, pero que en realidad es una palabra sonora y bella que sólo valoran los que no la disfrutan.

El descanso y la diversión de este verano se nos olvidan pronto. Nos ponemos mustios. Cada vez son más los españoles que sufren el síndrome posvacacional. El regreso puede resultar traumático, aunque todo depende de cómo se encare.

En situaciones así siempre me viene a la cabeza una frase de La uruguaya, una novela escrita por Pedro Mairal. En un momento dado, su protagonista comenta que entendió que “prefería tocar bien el ukelele que seguir tocando mal la guitarra, y eso fue como una nueva filosofía personal”. Su sentencia es que “si no podés con la vida, probá con la vidita”.

Es una recomendación que se le puede aplicar a todo e incluso ahora nos puede venir bien para afrontar la cotidianeidad con otros ojos, con unos capaces de saborear las pequeñas cosas. Sólo de esa forma se puede retomar la realidad.

En esta obra se cuenta la historia de un hombre en plena crisis de la mediana edad, Lucas Pereyra, que viaja de Buenos Aires a Uruguay para recoger un dinero. Está agobiado con su matrimonio y aprovecha para quedar con una joven, pero las cosas no le van a salir como él espera.

Me leí el libro de un tirón y hubo varios fragmentos en los que me vi reflejada. Sobre todo, cuando su personaje hablaba de su hijo Maiko. Me llamó la atención su estilo a la hora de reflejar la crianza, al resumir perfectamente la exaltación que se experimenta por traer un bebé al mundo y, al mismo tiempo, la desesperación que provoca su cuidado. Toda una revolución de emociones para los padres. “A veces me agota, no tanto él sino mi constante preocupación por él”, se subraya en el texto.

Las parejas que se encuentran en esa situación tratan de combatir la rutina que en este caso sí tiene una connotación negativa. Lo intentan, pero es complicado con tantas noches sin dormir. No son conscientes de que en ese caos se encierran algunos de los momentos más inolvidables de su existencia. Es imposible apreciarlo barridos por el cansancio.

Pero hablábamos de la vuelta de las vacaciones y con ella de recuperar hábitos. Hace unos años yo no quería regresar a la oficina. Una semana antes ya se me iba agriando el carácter, incapaz de soportar la idea. No era por pasar de estar ociosa a echar humo, más bien era un terror irracional a lo que estaba por venir. En la actualidad muchas mujeres me dicen que se sienten como unas impostoras en los cargos o labores que ocupan. Imagino que a mí me sucedía algo parecido por aquel entonces.

Eso ya no me pasa. Debe de ser la edad. En la actualidad tengo ganas de retomar mis tareas y el empeño de organizarme para no desaprovechar ninguna oportunidad de ocio. Lo digo y luego no me lo aplico, pero es un ejercicio necesario para abordar el nuevo curso.

Al menos llegamos teniendo claro lo que nos disgusta. Estos meses estivales siempre vienen bien para calibrar el estado de ánimo. Si se esperaban estas fechas con ahínco y luego se han hecho eternas, es que algo falla. Igual que si el primer día ya le produce a uno alergia cruzar el vestíbulo de su empresa. De una forma u otra, hay señales que indican que algo no funciona y no hace falta culpar a la rutina.

Al final, se suele echar de menos cuando no existe. Karmelo C. Iribarren sabe darle el valor que merece. Le ha llegado a dedicar un poema que termina con estos versos: “Después de las catástrofes y las guerras, después del infierno del desamor, aparece ella, como si nada, y te ayuda a seguir adelante”.

TAGS DE ESTA NOTICIA