Opinión

“¡Rubiales, por favor!”

Montoya en La isla de las tentaciones - Sociedad
Actualizado: h
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El caso de Montoya y su dramática carrera en La isla de las tentaciones ha logrado un nivel de notoriedad que ha traspasado fronteras, y ha sido objeto de debate incluso en medios importantes de Estados Unidos. Un ejemplo claro de este fenómeno es el tratamiento que el programa The View, conducido por Whoopi Goldberg en la ABC, le dedicó en su emisión. En un bloque completo dedicado a este suceso televisivo, se muestra cómo Montoya, al descubrir que su pareja Anita mantenía relaciones sexuales con Manuel, corre por la playa gritando “¡me has destrozado!” Mientras tanto, en la villa, el caos se desataba con Anita corriendo detrás de Montoya sin ropa interior y con la siempre impecable Sandra Barneda intentando calmar la situación con el latiguillo ya internacional de “Montoya, por favor”. El video supera los 154 millones de visionados y ya es el momento más visto de la historia del reality.

A mí Montoya me hace pensar en Luis Rubiales. El expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), juzgado por el beso a Jenni Hermoso, comparte un punto con Montoya: ambos se ven envueltos en momentos de gran tensión que, en principio, no parecían tener la magnitud que alcanzaron. A mi juicio, ambos hombres enfrentan sendas situaciones cuyas repercusiones no han sabido calcular.

Rubiales, desde el mismo momento del beso a Jenni Hermoso, se metió en un terreno imprevisible como el de la Isla. Lo que inicialmente se preveía como una fiesta y una aventura, se convirtió rápidamente en un acto que desbordó los límites de lo aceptable. Al igual que Montoya, Rubiales no anticipó la magnitud de las repercusiones que su acción tendría, ni el intenso escrutinio público que se desataría.

Rubiales también reaccionó con un gesto impulsivo. Ahora dice que pidió permiso y en la milésima de segundo que siguió, ella accedió a que le besara. El caso es que en el vídeo de disculpas que publicó al día siguiente de la final, el 21 de agosto de 2023, hizo autocrítica porque consideraba que su reacción era apropiada para un deportista, pero no para un presidente de la RFEF -validando así que como futbolista pudiera besar a una mujer sin su consentimiento-. Pero lo clave de aquel vídeo, a ojos de hoy, es que no mencionó que le hubiera pedido permiso a la jugadora. ¿No habría sido lo más lógico contarlo, si realmente la jugadora había accedido? El juez tendrá que dirimir en las próximas semanas quién dice la verdad.

La estrategia de intentar minimizar las consecuencias y justificar lo que ocurrió con explicaciones que no terminan de convencer se entiende como una forma de tratar de controlar una narrativa que se le ha escapado de las manos a Rubiales. Probablemente miente en sede judicial, y la ley se lo permite. Ante un juez siempre negar los hechos, parece la máxima. Pero en momentos de crisis, quizás se necesita algo más que palabras inverosímiles.

Si, como Montoya, se hubiera desgarrado la camisa y hubiera ofrecido una emoción sincera, tal vez hubiera sido capaz de generar más empatía y convencer al público, o incluso al juez. Una mayor conexión con la humillación perpetrada podría haberle permitido validar su versión. Si desde el primer momento hubiera admitido que se trataba de una agresión, producto de toda una cultura machista que hemos mamado todos, un descontrol testosterónico inaceptable del cual aprendía para el futuro, y hubiera asumido la responsabilidad de sus actos, quizás no estaría sentado ahora mismo ante el juez. Seguramente le habrían dado ganas de salir corriendo por la playa… y seríamos nosotras mismas quienes iríamos detrás de él al grito de “¡Rubiales, por favor!