Opinión

“Romper el círculo” o cómo maquillar la violencia machista

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La nueva película de Blake Lively y Justin Baldoni se ha presentado en los cines vestida de polémica. La base es bastante sencilla. Chica guapísima que sueña con abrir su propia floristería, conoce a chico guapísimo que es médico y tiene mucho dinero. Él quiere sexo con ella, pero nada de involucrarse emocionalmente. Chica guapísima se hace la dura hasta que, por fin, accede, pensando que con ella todo será diferente. Al rato, entra en escena antiguo amor adolescente que viene a salvar a chica guapísima de las garras de despiadado neurocirujano. Romper el círculo es el título de esta cinta que podría calificarse como una actualización de la archiconocida Cincuenta sombras de Grey adaptada a los tiempos modernos. Misma fórmula con trama de amor romántico, altas dosis de tensión sexual, protagonistas cañón, casas de lujo y looks de infarto, pero añadiendo el empoderamiento femenino ante la violencia de ellos como elemento novedoso. ¿Ese elenco de actores atractivos y ambientes de ensueño nos ayuda a ponernos en situación o, por el contrario, nos hipnotiza? ¿El guion consigue que entendamos por qué se produce la violencia o pasa por encima y de puntillas?

La adaptación de la novela de Colleen Hoover ha desatado algunas críticas por parte del público, que opina que su actriz principal, Blake Lively, no ha estado a la altura en su promoción por asistir a los estrenos con determinados atuendos o dar respuestas demasiado frívolas. También han salido a relucir las desavenencias entre los actores principales. Y entre tanto salseo irrelevante, nadie parece reparar en las fallas de la propia película, un relato que pretende destacar por denunciar la violencia contra las mujeres sin ahondar en las causas e incluso excusándola a base de coartadas.

La primera alarma salta mucho antes de sentarse en la butaca. Una película que trata sobre la violencia que sufren las mujeres en el ámbito de la pareja y no sabe nombrarla, o al menos traducirla, ya pinta mal. La mayoría de artículos y publicaciones que hablan de ella utilizan la expresión “violencia doméstica” en lugar de “violencia machista”. Estos términos no significan lo mismo ni son sustitutivos. La violencia doméstica es cualquier violencia que tiene lugar dentro del hogar: la puede ejercer y recibir cualquier miembro de la familia. Por ejemplo, una mujer hacia un hombre o un nieto hacia su abuelo. La violencia machista es aquella que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres y se ejerce como resultado de la educación diferenciada en roles sexistas y que prioriza el género masculino sobre el femenino. Nombrar correctamente los problemas es la primera regla para poder combatirlos. Desde el feminismo se ha hecho mucho hincapié en que se deje de usar la expresión “violencia doméstica” para definir la violencia que sufren las mujeres y en su lugar se utilice “violencia machista”, porque así se visibiliza la causa y también a quien la ejerce.

Una vez que se apagan las luces de la sala te quedan por delante dos horas de estereotipos a mansalva. Los hombres son agresivos y no saben gestionar sus emociones. Sus roles van pivotando entre el hombre maltratador y el hombre salvador. Las mujeres son cuidadoras y madres, lloran en muchas ocasiones y están muy pendientes de sus estilismos y su belleza. Es desconcertante estar presenciando escenas de maltrato y al mismo tiempo escuchar los suspiros de las espectadoras por la ropa que lleva ella. Ciertamente, la protagonista de esta historia toma algunas decisiones para romper con el círculo de la violencia, pero es que, si no fuera por eso, no habría ni por dónde cogerla.

Pero lo peor de todo no es la confusión que genera la mezcla de violencia y glamour, ni la gran cantidad de estereotipos. Lo más peligroso es que, en lugar de ahondar en los motivos que llevan a los hombres a comportarse de tal manera (la educación machista y la cultura que normaliza esos comportamientos desde que son niños), se apela a sucesos traumáticos que ocurrieron en su infancia para explicarlos. El pasado del personaje principal se plantea como desencadenante de su frialdad y agresividad e incluso, el arranque violento del antiguo amor adolescente contra el maltratador, parece justificarse por amor y protección. Esto hace que la violencia que ejercen los personajes masculinos nos parezca algo puntual y justificable por su pasado.

Este batiburrillo de elementos blockbuster mezclados con el empoderamiento femenino a base de vestidos (y algún un atisbo de coraje) está perfectamente diseñado para entretener a un público adolescente femenino sin tener que profundizar. Pero, a base de pasar por encima de todo sin hacer mucho ruido, se va desdibujando la gravedad de lo que se pretende denunciar y puede llegar a confundirnos más que a ayudar. De nada sirven la coherencia en la promoción, ni el buen rollo entre los protagonistas, si la propia película no sabe explicar en qué consiste y por qué se perpetúa la violencia machista.

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