Tic, tac, tic, tac. Nos acercamos al día de fin de año, tic, tac, al temido momento de hacer balance. ¿Qué ha sido de nosotros durante estos doce meses? ¿Cumplimos nuestros objetivos, nuestros deseos? Esto de examinarse cada diciembre, de llevar nuestro año anterior a juicio, en el que somos jueces y acusados, o de convertirlo en el tráiler de una película con música épica, en un collage de fotos o en un vídeo para redes sociales parece haberse convertido si no en una obligación más, sí en una moda que no se marcha. Tenía razón Gandalf cuando le dice a Frodo en la película de Peter Jackson La comunidad del Anillo, “lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”. Y parece que ese tiempo es materia de examen los días previos al 31 de diciembre. Pero no solo el tiempo pasado, también el que está por llegar. Todo vale menos vivir en el presente. A pesar de que en mi librería tengo un ejemplar que leo y releo del exitoso libro de Eckhart Tolle, El poder del ahora. Y así, con esta angustia que nos provoca el tiempo, un tanto atávica – lo queremos alargar, acortar, examinar o programar, el caso es manejarlo para sentirnos sus dueños, para sentir que podemos tener un control sobre lo que sucede en nuestras vidas-, llegamos a otro final de diciembre con esa mirada nostálgica y, a veces, un tanto cizañera. Luego, inevitablemente entre la ilusión y el consuelo, dirigimos la vista hacia el futuro. Y nada mejor que un buen ritual para llevar esto a cabo. Pensemos en el de fin de año, un clásico que une generaciones y que no pocos viven como un puente entre lo que fuimos y lo que queremos ser. A pesar de que muchas veces suceda con los propósitos de año nuevo lo que resumió bien Santa Teresa de Jesús, “Se han derramado más lágrimas por los deseos cumplidos que por los que no”. ¿Pero cómo podríamos soportar el paso de una etapa a otra sin algún tipo de ceremonia? ¿Algo rojo para la buena suerte? ¿Las uvas con las doce campanadas? ¿El brindis con sidra o con cava, aunque solo sea por el placer de mirarnos a los ojos y desearnos lo mejor para el año próximo? Estos son los más tradicionales, pero cada uno puede inventarse el suyo. Yo tengo una amiga que se toma las doce uvas en el horario del país que pretende visitar durante el año siguiente, que no suele ser muy cercano al nuestro.
Los rituales nos ayudan a pasar de una etapa a otra, a cerrar aquello que fue y abrir espacio para lo que está por venir. Y, como todo ritual, el de fin de año tiene su magia. Así que, cuando lleguen las campanadas me tomaré las doce uvas, con algo rojo, por supuesto y brindaré por el año que termina y el nuevo que empieza, brindaré por aprender a estar presente en cada momento y repetiré como un mantra este hermoso verso de Rumi: “Cuando empiezas a caminar, el camino aparece”. ¡Feliz año nuevo!