Opinión

Respeto

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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En Rapa, Javier Cámara interpreta a un profesor retirado que padece ELA. Es un personaje inteligente y borde que encara la enfermedad como puede. Lo que más le estimula es resolver misterios y crímenes. Durante sus investigaciones le acompaña siempre un joven que le asiste y, en un momento dado, le dice a este que él no quiere “dejar de respirar ni de comer” por sí mismo. A lo que el chico responde: “Tienes pasta, te lo puedes pagar. Otros aguantan eso y mucho más. O por lo menos lo intentan”. El diálogo se cierra así: “Estoy seguro de que hay mucha gente mejor y más valiente que lucha cada día por una vida digna (…) Yo no le voy a decir a nadie lo que tiene que hacer con su vida. Sólo quiero que no me digan lo que tengo que hacer con la mía”.

A esto último le he dado muchas vueltas. Son de esas reflexiones que dejan poso. Aunque es su decisión y no hay más que hablar. La de un protagonista de ficción y la de todos aquellos que quieran dar el paso. ¿Quién puede juzgar lo que hace cada uno? Nadie está en su piel. Por eso hay que respetar a quien sigue aguantando y, por supuesto, al que desea dejar de sufrir. Nos entrometemos en todas las parcelas de los demás. Opinamos sobre su físico, valoramos su ropa, escudriñamos a sus parejas… No dejamos de cotillear, criticar y sentenciar. ¿Acaso tenemos algún derecho a hacerlo?

Entiendo que haya personas que se resistan a aceptar una situación de este tipo por cariño, por incomprensión o por religión. Es un tema tan difícil de abordar, tan polémico, tan sensible que casi todo el mundo lo rehúye. Hablar de eutanasia es hablar de muerte y la gente no soporta mentarla. Si no se expresa, no existe. No pueden naturalizarla. Temen el fin que a todos nos llega e iguala. Lo que escribía Gloria Fuertes es mucho peor y a nadie parece preocuparle: “Muerte es que no nos miren los que amamos, muerte es quedarse solo, mudo y quieto y no poder gritar que sigues vivo”.

Pienso en todo esto tras leer detenidamente el último informe sobre prestación de ayuda para morir que indica que en 2023 se registró un 24,8% más de solicitudes que en el año anterior. Lo acaba de publicar el Ministerio de Sanidad. El año pasado hubo 766 peticiones y se llevaron a cabo 334 prestaciones. La mayoría de ellas en Cataluña, seguida por Madrid y Canarias.

Cada dato me llama la atención. El perfil más frecuente es el de una persona entre 70 y 79 años (28%). Las enfermedades de base más comunes fueron las patologías oncológicas (35%) y neurológicas (35%). El documento también revela que la mayoría se encuentra en plenas facultades cuando lo demanda y que casi nadie se echa para atrás.

El ejercicio de este derecho se realiza en el ámbito de la Atención Primaria y de la sanidad pública. En el último Congreso nacional de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc) recordaron que en países con mayor tradición en la eutanasia, como los Países Bajos, el 80% son realizadas por estos especialistas en el hogar del paciente. Los profesionales sanitarios también deben estar preparados porque tienen que afrontar grandes desafíos éticos y legales. Está el objetor de conciencia y el que acompaña al enfermo en sus horas finales. Su proceso no es mecánico porque implica profundas muestras de humanidad.

Tras la pandemia recibí una llamada de alguien a quien admiraba mucho. Me quedé helada cuando me contó sin expresarlo literalmente que estaba preparando su despedida. No soportaba el dolor, pensaba rodearse de su familia y quedarse dormido en su cama. Al principio, me costó comprenderlo. Ahora considero que fue muy afortunado por poder organizarlo todo a su gusto. Además, tuvo el privilegio de decir adiós a los suyos. Su herramienta de trabajo siempre fueron las palabras y tengo la certeza de que les reconfortó con ellas antes de su marcha.

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