Hay preguntas que lo resumen todo, que de simples y directas, sin pompas ni artificios, acaban por absorber la esencia de las incógnitas y desenmarañan las grandes dudas. La mayoría de las complejidades son impostadas, en casi la totalidad de los casos en la simpleza está la respuesta, la raíz de las verdades. Hay dos preguntas muy esclarecedoras para entender el actual contexto político en el que nos desenvolvemos. La primera, una de las más pertinentes y brillantes que se han hecho en el universo periodístico durante, al menos, la última década, contiene siete palabras y la formuló Carlos Alsina justo antes de las elecciones del 23 de julio: “¿Por qué nos ha mentido tanto, presidente?”. De aquello, entre balbuceos y muecas, salió Pedro Sánchez con aquella advertencia de que no debíamos confundir la mentira con los cambios de opinión. Que él no miente, que él cambia de opinión. Igual que no amenaza a los medios, solo acusa al barullo de pertenecer a esa galaxia demoniaca que se ha inventado. De la misma manera que no ataca a los jueces, sino que los conmina a actuar según sus intereses. Como decía Alejandro Sanz: no es lo mismo. Claro que no, dónde va a parar.
La otra sentencia entre interrogantes que nos ayuda a cartografiar el panorama actual la hizo el propio líder del Ejecutivo el otro día. Las preguntas no solo nos proporcionan información cuando se responden. Lo bueno de los interrogantes es que también nos dan pistas de las personas que las entonan. En la manera y en el momento que alguien cuestiona algo, también está ofreciendo muchas respuestas. Nos referimos, por supuesto, a cuando, en el mismo día en el que nos enteramos de que el fiscal general del Estado había manipulado sus terminales al entregárselos a los agentes de la UCO, Pedro Sánchez decidió comparecer en el extranjero para lanzar al aire una interpelación retórica: “¿Quién le va a pedir perdón al Fiscal General del Estado?“. Su pregunta es una resolución en sí misma.
Se refería a quién se iba a disculpar con Álvaro García Ortiz cuando, según él, éste fuera exonerado de todos los delitos que se le imputan. Esto es, su pregunta, tramposa y populista, se sustentaba en una suposición, que más que suposición era un deseo. Y esto, ya saben, la misma jornada en la que alguien que conoce perfectamente los procedimientos jurídicos entregó un móvil vacío y con su mensajería instantánea borrada entera. Es decir, que salió en defensa de un Fiscal General del Estado que, a todas luces, y, presuntamente, siempre presuntamente, destruyó pruebas con todas las de la ley, nunca mejor dicho.
Lejos de cumplirse esa profecía del mesías de la posverdad, que se ha acabado revelando como la escuálida estrategia del quinceañero que cuando es pillado con las manos en la masa trata de enfangar sus culpas con estúpidos intentos de darle la vuelta a la tortilla, el Tribunal Supremo se pronunciaba el lunes vía auto diciéndonos que se reafirmaba en la mala praxis del fiscal, poniendo en serias dudas los testimonios de los periodistas acerca de la filtración, apuntando claramente a la revelación de secretos y, ojo cuidado, a la connivencia y la participación del Palacio de La Moncloa. Tras este varapalo, el Gobierno no ha decepcionado, y esos ministros a media pensión que ocupan los Consejos- por la mañana gestores y por las tardes candidatos y opositores- salieron en tromba a cargar, con mucho respeto, según nos cuentan, contra los magistrados. Ayer mismo, llegamos a ver como todo un ministro de Justicia, repito, de Justicia, salía a declarar que hay afirmaciones en el escrito que no se fundamentan, que lo leyó con sorpresa, que no existe ninguna base probatoria que acredite nada. No, no se froten los ojos. Es así. Este país tiene ahora mismo a un Fiscal General del Estado imputado, acusado de revelación de secretos y destrucción de pruebas, y a un ministro de Justicia que se pega el gustazo de señalar a los jueces e, inmiscuirse, con mucho respeto, en las decisiones de los togados. Es muy grave e insólito, el broche de oro para unos días en los que también han anunciado que van a tramitar una PNL en la que proponen acabar con las acusaciones populares. Sí, justo en el mismo momento en el que se está investigando a la mujer del Presidente, al hermano y a su ex secretario de Organización. Curioso, ahora entiendo cuando los escribanos de esta charanga hecha gobierno dicen, para ensalzar al amado líder, que tiene el don de la oportunidad. Pero recuerden, no mienten, cambian de opinión. No atacan a la separación de poderes, simplemente intentan hacer más independientes a los independentistas y más dependiente a la Justicia. Acuérdense cómo eran aquellos tiempos del insomnio y los 155, cuando la palabra lawfare era un sacrilegio y una herejía para los mandamases de Ferraz.
Por eso yo hoy quiero devolver a la otra mitad de esta pista encharcada de tierra batida esa pelota pinchada que mandaron. Démosle la vuelta: ¿Quién le va a pedir perdón al Poder Judicial? ¿Quién se va a disculpar por este señalamiento orquestado para tapar los escándalos que ahogan al Gobierno? Eh, ¿quién le va a pedir perdón a los españoles por erosionar su convivencia por simple interés y supervivencia? ¿Quién les va a pedir perdón por seguir adelante con este experimento fallido sustentado en la burda mentira del somos más? ¿Quién se va a disculpar por tenernos ocupados con un dictador que hace 50 años murió en la cama? ¿Quién lo va a hacer por tenernos que estar tragando con el escándalo de Koldo, Aldama, Ábalos, Begoña y el desorientado David? ¿Quién va a tener la decencia de entonar el mea culpa y disculparse por tener a este país en manos de un hombre que trató de desestabilizarlo, por no decretar el Estado de Alarma en Valencia por cálculo y tacticismo político, por marcharse cinco días para preparar un baño de masas en Ferraz en el que declararse inmune? ¿Quién le va a pedir perdón a los jóvenes que ven que no se pueden independizar y que contemplan cómo el gobierno de su nación dedica los días a intentar sobrevivir en mitad del océano de barro que ellos mismos han creado? ¿Quién se va a disculpar con el ciudadano medio, el templado, que tiene que asistir desencantado a la degeneración de las instituciones?
Pues ya les digo que nadie, y como he hecho tantas preguntas a Sánchez, terminaré respondiendo a una de sus dudas existenciales, la que nos reveló Maxim Huerta hace tiempo. El célebre e ilustrativo: ¿Cómo seré recordado?
Pues mire, presidente, mal, fatal. Y se lo aseguro, mucho peor cuanto más tarde en aceptar la situación y dar por finiquitada esta tóxica farsa.