No acabo de entender muy bien por qué celebramos el 12 de octubre como Fiesta Nacional. Ni el por qué, ni tampoco el cómo. Tras leer estas dos frases, supongo que algunos de ustedes habrán decidido abandonar el artículo en este punto. Les ruego que me acompañen hasta el final: dejemos aparte las ideologías prestablecidas y busquemos más bien las ideas y la reflexión.
Cuando yo era pequeña y vivía todavía aquel señor horroroso, el dictador Franco, lo que se celebraba el 12 de octubre de cada año —sí, nuestro día nacional sigue siendo el mismo que durante el franquismo— era la fiesta de la «Raza». Tremendo. La expresión «raza española» ya aparecía en el decreto por el que, en 1918, Alfonso XIII consagró como fiesta nacional esa jornada. Afortunadamente, nadie apela ya a esa raza inexistente, pero un vago aroma de esos conceptos tan rancios y peligrosos pervive en esta celebración: aunque la palabra no esté recogida en la ley de 1987 que la regula, todavía seguimos utilizando en torno a ella el confuso término de hispanidad.
Lo único que parece claro y seguro es que nuestra fiesta nacional se celebra el día en el que Cristóbal Colón puso por primera vez el pie en una isla del Caribe que, con el tiempo, resultaría ser cercana a un continente hasta entonces desconocido en esta parte del mundo. Es obvio que aquel primer viaje de Colón hacia las supuestas Indias fue una gran hazaña de la navegación y, en general, de la exploración del planeta. Pero no deberíamos olvidar que inmediatamente después llegó la conquista, es decir, la adquisición de nuevos e inmensos territorios mediante las armas, que siempre conllevan terror, sangre, sufrimiento y muertos, muchos muertos. Y la consiguiente creación del Imperio, con toda su actividad extractiva, abusiva y cruel, aberrantemente simbolizada por el fenómeno de la esclavitud, que se multiplicó desde aquel momento hasta alcanzar magnitudes nunca antes conocidas en la historia de la humanidad. Cientos de miles de esclavos africanos, por supuesto, pero también decenas y decenas de miles de esclavos indígenas, hombres y mujeres sometidos al peor trato imaginable, por mucho que las leyes emitidas desde Madrid tratasen de impedir a partir de un determinado momento que los colonizadores explotasen de esa manera a los pobladores originarios.
A veces se dice, para respaldar nuestra conquista, que también los pueblos dominantes en aquella parte del mundo antes de la llegada de los españoles eran crueles y violentos. Y es cierto, pero eso no justifica la violencia de los nuestros, incrementada además por la superioridad de sus armas de fuego. Se suele afirmar igualmente que los modos políticos y culturales del Imperio español fueron más suaves que los ejercidos por otros estados imperialistas europeos, y es verdad que en muchos aspectos fue así, pero de nuevo me parece una excusa muy pobre para glorificar nuestro pasado: el hecho de que otros fuesen peores no nos hace buenos a nosotros.
Otra razón esgrimida con frecuencia para explicar nuestra fiesta es la de que aquella fecha cambió la historia del mundo. Pues bien, estoy convencida de que esta afirmación es verdad. Es más, creo que todo lo que ocurre a día de hoy a escala planetaria, empezando por el predominio político y económico de los Estados Unidos y su rivalidad con otras potencias, está indisolublemente ligado a aquel 12 de octubre de 1492. Pero también creo, por desgracia, que el trasfondo de toda esa historia está lleno de sangre y dolor. Demasiada sangre y demasiado dolor como para celebrarlo con alegría.
Que además la conmemoración de esa fecha se haga con un desfile de las Fuerzas Armadas, me parece tan anticuado como cuestionable. Y no porque tenga nada en contra de nuestro ejército: soy consciente de que, por desdicha, lo necesitamos. Valoro la forma cómo nuestras Fuerzas Armadas han evolucionado en las últimas décadas en un país que se ha vuelto europeo y plenamente democrático, las respeto y admiro los conocimientos y la sensatez que suelen demostrar sus mandos en sus comparecencias públicas.
Seguramente tenemos razones de sobra para sentirnos orgullosos del ejército español, pero pensar que la grandeza de una patria, aquello de lo que debe presumir el día de su fiesta nacional sean sus tropas, sus carros de combate y sus fuerzas aéreas es algo que me parece más propio de la primera mitad del siglo XX que del momento actual, cuando la guerra ya no goza de ningún prestigio en la sociedad y cuando sabemos además que un ejército como el nuestro forma parte de mecanismos supranacionales cuya realidad a menudo se nos escapa.
No sé si decir todo esto sirve para mucho: cambiar esa fecha no parece un asunto fácil, y tal vez no ocurra nunca. Pero considero que quienes sentimos cierto desconcierto ante nuestra fiesta nacional tenemos cuando menos el derecho y la obligación moral de decirlo. Y espero que algunos de ustedes, si es que han llegado hasta aquí, lo compartan.