Opinión

Presa de sus palabras, libre de sus silencios

Karla Sofia Gascón, en un fotograma de 'Emilia Pérez'
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La carrera de Karla Sofía Gascón es digna de análisis. De ser un actor desconocido en España (a pesar de haber salido en la pionera El súper) salta a México a hacer culebrones y consigue cierta fama allí. Transiciona a mujer en 2019, y su pareja de ese momento le abandona, aunque su ex mujer y madre de su única hija vuelve con él, ahora ella.

Publica un libro autobiográfico que firma como Carlos Gascón (su nombre anterior), un viaje autobiográfico del que sólo he podido leer las 45 páginas que Google libros me ofrece de manera gratuita. Es un texto de marcado estilo melodramático donde empieza narrando su intento de suicidio. “Quien no te insulta se mete contigo, quien no se mete contigo se quiere comer tu bocadillo”, dice sobre el colegio. “La violencia se traslada y se amplía con el paso del tiempo, se sofistica, hasta que llega al culmen en la pareja. Cuando tienes pareja comienzas a comprender hasta qué punto la violencia va ligada al sexo y al “amor”, dice un párrafo más adelante. El resto de esas páginas son en esta línea de drama autoindulgente, tan común en las obras escritas por famosos, famosetes, y famosillos.

Yo disfruto mucho este tipo de literatura; habla de sus autores mucho más de lo que ellos (o sus negros) creen. La fama mundial le llega a Karla en el festival de Cannes, donde se presenta la película Emilia Pérez, obra del director francés Jacques Audiard, quien ha hecho un mortal hacia atrás echándole a su potaje ( o, mejor dicho, pot au feu) todas las ideas que una persona con sentido común rechazaría.

Emilia Pérez es una comedia musical sobre un narco (Manitas, interpretado por Karla Sofía) que es violento y malo porque ha reprimido su lado femenino. Contacta con una abogada (Zoe Saldaña) para que le ayude a desaparecer tras transicionar a mujer. Y así es como se convierte en Emilia Pérez, no sin antes dejar a su ex mujer (Selena Gómez) plantadísima. Emilia es buena persona, y con el dinero que ha ganado matando y extorsionando se dedica a ayudar a la gente.

Todo esto rodado en París, en un español creativo, y sin haberle dado ni dos vueltas antes de llevarlo a cabo. Y es que dice Audiard que el español es “un idioma de países en desarrollo y de gente pobre” (no hay matices a sus palabras; lo ha dicho tal cual), así que para qué molestarse. Los mexicanos están entre soliviantados y jocosos con esta película que ha cosechado éxitos en el citado festival de Cannes y también en los Globos de Oro, y que tenía  por delante una prometedora carrera en los Oscar hasta el jueves pasado.

Karla, que ya apuntaba maneras, acusó a Fernanda Torres (brasileña nominada por Aún estoy aquí) de orquestar una campaña contra ella, porque para Karla, toda persona que no admira su excelso trabajo es porque es tránsfoba. Hablar contra otro candidato va contra las normas de la Academia, pero esto no se ha quedado ahí. Alguien ha tenido a bien mirar los tuits antiguos de Karla y son más racistas que un mitin de Democracia Nacional en Hogar Social Madrid. Con Karla, todo el mundo recibe: los musulmanes, los indígenas, los chinos, los coreanos (a los que también llama chinos, porque no los distingue), los negros, los gordos, el movimiento #metoo, Pixar, las travestis, Steven Spielberg, los Oscar inclusivos, e incluso los pastores.

He pasado parte de la mañana buscando palabras al azar en la cuenta de twitter y apenas he encontrado un par de cosas que Karla no odie; no hay tuits sobre He-Man, los pirulís, ni el cortylandia. Ahora mismo en Netflix (responsables de la distribución de la película) tienen que estar visualizando trece estatuillas de los Oscar con unas alitas, volando hacia otras manos. Jacques Audiard y su equipo no han revisado el twitter de Karla Sofía porque para qué enredar en ese idioma de muertos de hambre.

No es ni la primera ni la última vez que alguien se hunde por algún que otro tuit desafortunado o incluso malinterpretado. Recuerdo hace mucho tiempo una mujer que tuvo la idea de tuitear, justo antes de subir al avión, una broma sobre el SIDA en África. Cuando llegó a su destino, el tuit había dado la vuelta al mundo y la habían despedido. Nacho Vigalondo, por una broma  sobre el negacionismo, fue despedido del grupo Prisa de una patada voladora. Unos años después, el entonces diputado Guillermo Zapata, fue fulminado por unas bromas en el mismo hilo de Vigalondo.

Bromas que eran en torno a la gente que hace esas bromas ( y les puedo decir que sé, con muy poco margen de error, quién le pudo vender).  Les digo, por propia experiencia, que cuando te va mal nadie te mira a la cara. Y si el ir mal va acompañado de exposición social, menos. Nuestras palabras nos salen caras, y nuestros silencios nos salvan. Me temo que no hay manera de exculpar a Gascón de las barbaridades que ha dicho, que la retratan como la persona que era antes de erigirse en abanderada de las causas nobles.

El viernes por la tarde se cerró el twitter, tomando por fin una decisión sensata en una carrera tan rutilante como desconcertante. Y es que, para ser una estrella, no basta con que pongan el foco sobre ti.  Las estrellas son estrellas cada vez que alguien las mira. Y seguro que en casa, plantando un pino, siguen siendo estrellas. Karla tiene mucho más en común con Kiko Matamoros (e incluso con Coto) que con Demi Moore, a quien le acaba de regalar el Oscar. Seguramente Emilia Pérez no merezca trece nominaciones (las mismas que Lo que el viento se llevó), pero si pasa a la historia será por la chirigota a su alrededor, no por la propia película que, por cierto, ha sido parodiada por un grupo de mexicanos en la divertidísima Johanne Sacrebleu.

Todo esto me recuerda que siempre, siempre que salen tuits antiguos de un activista, son infinitamente peores que lo que postea cualquier cancelado de turno. No se fíe usted de los activistas. Nunca.

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