Que los medios tienen una capacidad brutal para catapultar a aquellas personas de las que hablan, es incuestionable. No solo es importante que se hable, sino también lo que se cuenta. De qué manera las describen. Con qué se las relaciona. Los titulares que eligen. Las fotos que seleccionan (en esto las feministas siempre salimos perdiendo: muecas exageradas, expresiones de enfado, bocas abiertas, ojos en blanco…) Con las figuras políticas hacen juegos de palabras para encumbrarles o para enterrarles. Si se trata de profesionales de la competencia, se tiende a poner el foco en sus equivocaciones. Cuando pertenecen al mundo del corazón, se les destroza sin piedad para dar carnaza. Pero si son cantantes de éxito o influencers con millones de seguidores… parece que está prohibido decir absolutamente nada que las cuestione. ¿Por qué los medios son tan condescendientes con las figuras jóvenes que acaparan la atención de millones de seguidores? ¿Qué consecuencias tiene su silencio ante los estereotipos sexistas de muchas de sus actuaciones?
Hace pocos meses apareció en mi pantalla el vídeo de una chica que anunciaba que a su novio le apetecía un sándwich de queso y ella se lo iba a preparar. Pero en lugar de coger los productos del supermercado, ella se lo hacía todo desde cero: elaboraba la mantequilla, fabricaba su propio queso, hacía el pan brioche, amasándolo, formándolo, horneándolo y, tras ese largo proceso, le cocinaba el sándwich en una sartén y se lo servía. Después se quedaba detrás mirando embelesada cómo él se lo zampaba. Las horas dedicadas a elaborar tan improvisado tentempié podrían equivaler a las de una jornada laboral, pero aquí no acaba todo. El vídeo estaba narrado con una voz que parecía la de una niña de ocho años y la protagonista llevaba un look completamente infantil: gafas enormes que le llegaban hasta a la punta de la nariz, el pelo lacio con la raya en medio y dos pincitas a los lados, coloretes grandes, vestido con flor, uñas con purpurina… Y, aunque estuviera cocinando, sus movimientos eran suaves y lentos, más propios de la danza de una geisha que del frenético ritmo de una cocina.
El vídeo se hizo tan viral que al poco le siguieron otros en los que “Roro”, ese es el mote de la protagonista, le cocina su novio Pablo chocoflakes de arroz inflado preparado sobre una cama de sal en la sartén, pollo frito coreano reposado y marinado más de 10 horas en salmuera y hasta un “snack” para que reponga fuerzas después de sus partidos de fútbol, hecho con masa casera, burrata casera y salsa de anacardos casera… Todo ello la convierte a ella misma en algo “casero” mientras que no sabemos a qué se dedica Pablo durante todo ese tiempo.
Ante el elevado número de seguidores, muchos medios de comunicación se hicieron eco del talento de esta nueva tiktoker. Pero, en lugar de hacer un análisis crítico sobre los sesgos de género que presenta este tipo de contenido, se han limitado a describir lo que “Roro” hace en sus vídeos, añadiendo toda clase de cumplidos. “Vuelve a sorprendernos”. “Característica voz que le quita hierro a la complejidad de su trabajo”. “Su talento es ilimitado”. “Deja a todos sus followers sin palabras”. “Y hasta le siguen Rosalía e Ibai Llanos”. Ni una sola mención a por qué sus performances acaparan tanta atención. Cero reflexiones sobre qué estereotipos refuerza o cuáles son sus consecuencias. Tampoco en las entrevistas que le han hecho, tanto en prensa como en televisión, le preguntan nada al respecto, sino que se dirigen a ella como si fuese una niña pequeña, le gastan bromas tontas y le sugieren que es la “novia perfecta”.
Algún artículo un poco más comprometido la relaciona con el movimiento “tradwife” (esposa tradicional en inglés) surgido en Estados Unidos a raíz de la aparición de Trump y del auge de la extrema derecha, que se desarrolla principalmente en las redes sociales como Instagram y Tik Tok. Las tradwives son mujeres que defienden regresar al rol de ama de casa, cuidar de la familia y la sumisión y la castidad como valores femeninos. Son un movimiento antifeminista que, además de ideológico, también es estético. En Tik Tok hay varias creadoras de contenidos que encajan dentro de este perfil, como Nara Smith, que con ocho millones de seguidores está al servicio de los caprichos de sus hijos y de su marido o Estee Williams, que duerme con rulos, se levanta maquillada y viste con delantales y faldas con enaguas.
Esta opción de renunciar a un trabajo remunerado no es algo que esté al alcance de cualquier mujer, solo de las ricas, pero además contribuye a la desigualdad entre hombres y mujeres y refuerza estereotipos sexistas. Vuelve a relegarnos al espacio doméstico, concretamente a la cocina (me encantaría conocer la opinión de la artista Martha Rosler sobre estos vídeos) y limita que puedan ser independientes económicamente, lo que puede derivar en situaciones de violencia económica. El control del marido a través del dinero, la falta de cotización y la consiguiente baja jubilación futura, la falta de autonomía y de autoestima, la escasa trayectoria profesional que dificultará regresar al mercado laboral, son solo algunas de las consecuencias de jugar a las muñecas y volver a ese rol tradicional que tanto nos ha costado superar. Por no hablar de la infantilización y la cosificación que va asociada a esta mujer neotradicional, ya que son prácticamente un robot de cocina, parte del menaje del hogar.
En su desesperación por captar seguidores y acumular minutos de atención, los medios de comunicación están descuidando el importante papel que tienen a la hora de hacernos pensar sobre los contenidos que consumimos. Presentar a estas figuras sin ningún tipo de análisis es formar parte del mismo circo, de convertirse en mero entretenimiento. Mucho nos ha costado sacarnos el delantal y conseguir ser independientes para que ahora los medios vuelvan a normalizarlo con su falta de postura crítica, presentándonos como nuevo lo mismo de siempre.