Un estudio de la Universidad de Zúrich en 2017 aseguraba que cada vez que las mujeres somos generosas, nuestro cerebro nos premia. Para analizarlo repartieron la misma cantidad de dinero a hombres y mujeres y comprobaron que, cuando ellas lo compartían, se les activaba el área del cerebro relacionada con la gratificación; mientras que, a ellos, se les activaba cuando se lo guardaban. Los investigadores explicaron que no era una cuestión de biología sino de adaptación al entorno condicionada por la educación. Si felicitamos a las niñas cuando demuestran comportamientos que tienen en cuenta el bienestar de otras personas, su cerebro lo aprende y tenderán a repetirlo para seguir obteniendo ese reconocimiento.
Si hay un periodo del año en el que hacer feliz al prójimo es prácticamente obligatorio es, precisamente, en Navidad. En esas fechas las mujeres nos esforzamos mucho más en cumplir con nuestro rol de género. No solamente por una cuestión social sino porque tiene un estímulo físico: el bienestar que desencadena nuestro cerebro al encajar en el molde femenino. La sensación de regocijo es tal que lo defendemos como una elección personal. “Es que a mí me encanta cocinar”. “Yo disfruto muchísimo haciendo regalos”. ¿Nos encanta cocinar o estamos enganchadas a esa sensación de euforia? ¿Son todos esos regalos una muestra de autoconfianza o de que necesitamos la aprobación de los demás?
El concepto de familia moderna basado en los lazos emocionales es algo muy reciente. En el siglo XIX, en un contexto de alta mortalidad infantil, se instaura este nuevo modelo de familia en el que las madres tienen un papel fundamental: cuidar y mantener la unidad afectiva. Rousseau escribe en su famoso “Emilio” que los cuidados y la devoción materna son claves para la supervivencia y el bienestar de los hijos. Más tarde Freud reforzaría esta idea definiendo a la mujer «normal» como la que tiene un profundo sentido de abnegación y sacrificio. Pero el papel de madre cuidadora no se queda solo en la disponibilidad hacia sus criaturas, también se aplica al resto de la familia. Los cuidados de los padres, de las personas enfermas, la responsabilidad de cocinar y de tener la casa limpia, las llamadas diarias a los distintos miembros que no residen en el domicilio familiar, así como mediar en las disputas, recordar las fechas de cumpleaños y aniversarios e, incluso, organizar encuentros y viajes para mantener a la familia unida.
En Navidad el esfuerzo de las mujeres se triplica. Solemos planificar con antelación todas las comidas: qué menús vamos a cocinar, cuidar que no se repitan, cuáles son los ingredientes necesarios, qué alimentos comprar antes y cuáles en el mismo día, qué partes necesitan cocinarse primero y reservarlas en el congelador. Luego hay que preparar comidas para un número de comensales muy superior al habitual, con el estrés que eso implica. A la hora de servirlas tampoco vale cualquier bandeja, deben ser con motivos de fiesta. Por eso salimos a comprar unos manteles bonitos, servilletas a juego, unos bajo platos que solo sirven para limpiar más (y no caben en el lavavajillas), completamos el juego de copas, traemos flores y velas. Porque la decoración de la casa y de la mesa también suele ser cosa nuestra. Y, por si encargarse de los numerosos ágapes fuese poco, también solemos comprar la mayoría de los regalos. Para eso es necesario saber los gustos de cada integrante de la familia más los de sus parejas, conocer su personalidad, acordarse de qué otros regalos recibieron en el mismo año y pasados, buscar las ofertas, pedir el ticket regalo, envolverlos de manera especial, poner su nombre en la etiqueta, añadir un lazo…
Además de todo eso, nuestro aspecto físico se convierte en otro elemento más que hay que cuidar para continuar agradando. Justo antes de estas fechas se dispara la demanda de tratamientos de belleza. El 70% se dirigen a mujeres: rejuvenecimiento facial, eliminación de manchas, radiofrecuencia, bótox. Mientras vas pidiendo hora en la peluquería para hacerte el tinte y peinarte, también buscas opciones de estilismos acertados para cada evento. Los outfits de noche, los de día, zapatos a juego, chaqueta por si hace frío que combine el abrigo. El maquillaje también debe ser diferente, con sombras especiales, máscaras duraderas y muchos brillos. Las uñas se han convertido en los últimos años en otro elemento más en el que perder nuestro tiempo y dinero, ya no vale con cortarlas y quitar cutículas, también hay que decorarlas como si cada una fuese un árbol de navidad: dibujos, degradados, piedras preciosas y encima de todo un barniz para que duren más.
Cuando la parte material del asunto está controlada hay que atender a la parte inmaterial. Porque nosotras también nos encargamos de mantener los equilibrios emocionales que en reuniones como estas pueden saltar por los aires. Pensamos en quién sentamos juntos o separados, evitamos determinados temas en la mesa, nos preocupamos por saber cómo están cada uno de nuestros comensales, llamamos a quienes no están, ponemos buena cara ante cualquier comentario y enviamos mensajes para felicitar el año.
A estas alturas de la Navidad muchas mujeres ya estamos exhaustas. Quizás no compensa tanto ese subidón de dopamina que nos manda nuestro cerebro. Deberíamos reeducarlo para que nos premie cuando nos cuidamos a nosotras mismas y no cuando nos desgastamos intentando agradar a los demás. El mejor de los regalos es tener tiempo para el autocuidado.