Opinión

¿Por qué eligen las peores fotos para retratar a las poderosas?

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¿Os habéis dado cuenta de que hay una práctica de desprestigio a las mujeres poderosas que consiste en elegir las fotos en las que salen peor? No estoy hablando de los editoriales de moda: ya nos dimos cuenta hace muchos años que, para las marcas, las mujeres son solo cuerpos retorcidos e inertes. Me refiero a las mujeres que hablan y a las que se mueven. Las políticas que nos representan y las profesionales que se muestran críticas con el sistema son penalizadas, no sólo a través de titulares y textos completos, sino también mediante las caricaturas visuales que hacen de ellas. El atril y los escenarios son los lugares favoritos para los artistas del desprestigio consiguiendo convertirlos en espacios de máximo riesgo para ellas. El contrapicado, la luz cenital y el ojo entrenado del cazador de muecas son una tríada prácticamente imposible de superar. Luego está quien remata la faena, que suele ser el editor jefe. Resulta sospechoso que, exigiendo variedad para poder elegir, acabe escogiendo la instantánea en la que las mujeres más admiradas del país salen con los ojos en blanco o la cara desfigurada, y no en las que parecen humanas.

Bocas abiertas y expresiones desencajadas

Lo que antes hacía Disney con las villanas ahora lo hacen muchos periódicos cuando retratan a las mujeres con las que no comparten opinión. Aperturas de boca exageradas. Expresiones antipáticas. Pelo alborotado. Sudor. Papada. Es importante que las extremidades enfaticen el gesto y que las haga parecer peligrosas y amenazantes. Lo más alejadas posible de esa idea de niña buena que permanece en su lugar sin molestar ni despeinarse. Son muy populares las expresiones en las que señalan con el dedo airadas, como hacía la Reina de Corazones cuando mandaba cortar cabezas. Y también cuando se ríen a carcajadas, como Cruella de Vil enseñando mucho los dientes. Para dejar claro que la tribuna no es su lugar, crean imágenes que las hacen parecer descontroladas e histéricas. Cuando las personas hablan tienen menos probabilidades de salir favorecidas en una imagen, pero para eso sirven las pantallas de las cámaras digitales: para comprobar que tenemos al menos una en la que la protagonista sale con una expresión digna. Parece que esto se aplica a todo el mundo menos a las mujeres que sobresalen.

Infantilizadas o enamoradas

Otra de las fórmulas para desacreditar visualmente a una mujer poderosa es retratarla como si no se enterara de nada. Los ojos muy abiertos. Caras de susto. Cursis. Aniñadas. El poder es un espacio para los adultos y no hay lugar para quienes no dan la talla. Mantener un semblante serio y no gesticular jamás es algo muy difícil de lograr sin llegar a convertirse en una figura del Museo de Cera. En cuanto las mujeres líderes se descuidan y muestran algo de humanidad (se despiden con un beso, sonríen o hacen algún gesto de complicidad) ahí están los intérpretes visuales para mostrarlas como si se estuvieran dando un morreo, coqueteando o enamoradas. Integrar las emociones en un ámbito que siempre se ha asociado con un campo de batalla podría ser algo positivo, pero no las proyectan comprensivas, generosas o empáticas, sino que tergiversan el relato dándole un tinte de película romántica.

Descontextualizadas y desubicadas

Si se trata de un reportaje gráfico para una entrevista y el fotógrafo tiene la posibilidad de colocarlas, a menudo eligen los lugares más feos y con menos gracia. A poder ser, que se vea el cableado del ordenador, con la mesa desordenada y alguna iluminación que distorsione y produzca sombras raras. Un recurso muy eficaz para dejarlas totalmente fuera de juego es pedirles que saquen una silla de la oficina para sentarlas frente a una pared anodina. O citarlas en un restaurante y fotografiarlas con una vajilla detrás, cuando su profesión es ser, por ejemplo, filósofa. No dar datos del contexto, sacar fondos desordenados o cambiarlas completamente de escenario son otras formas de crear confusión y depreciar su trabajo.

Confrontar ideas, manifestarse en contra de una determinada postura ideológica y debatir es algo completamente lícito y saludable para todas las personas. Pero desprestigiar la imagen pública de una mujer que está realizando su trabajo creando caricaturas es otra cosa. Revela una mirada plagada de prejuicios y tiene un tufillo machista. Denostar visualmente a las mujeres políticas y aquellas profesionales que sobresalen en su sector, es una práctica cada vez más habitual en los medios de comunicación. Pero lo que deja en evidencia dicha práctica no es a la retratada, sino el miedo al poder de las mujeres del fotógrafo que entrega esa fotografía como una opción, del editor jefe que la selecciona y del medio que acaba publicándola.