Opinión

Política de brocha gorda

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Hace muchos años, en un planeta no muy lejano, las personas elegidas para ocupar los puestos de mando y responsabilidad eran las que demostraban excelencia en su materia. Se valoraba, no solo su conocimiento (estudios y posgrados), sino también su trayectoria y experiencia. Quienes se encargaban de dirigir ministerios y proponer la hoja de ruta de países enteros, debían tener la preparación suficiente para analizar situaciones complejas y encontrar soluciones efectivas. Para ello, se rodeaban de los equipos humanos mejor preparados y de las mentes que más sobresalían.

Ahora la realidad ha cambiado. Frente a la excelencia profesional, se ha impuesto el algorítmico ritmo de las redes. Quienes nos lideran están retorciendo el lenguaje y simplificando los discursos con tal de que quepan en un post con escasos minutos de vida. La intención de sus palabras ya no es que entendamos los problemas, sino que hagamos eco de sus lemas. Para ello emiten mensajes vacíos (el contenido es demasiado pesado) y utilizan expresiones dramáticas, como las telenovelas. No estamos hablando de estrategias de comunicación inteligentes capaces de sintetizar y adaptarse a diferentes códigos, sino de mensajes que tergiversan y confunden a la ciudadanía. ¿Qué más da si lo que dicen es verdad o no? El objetivo es aparecer en los medios y estar en las conversaciones del día a día.

Esta misma semana, el presidente argentino Javier Milei ha leído uno de esos discursos confeccionados para hacerse virales. Si le das a la pausa en cualquier momento de la grabación, aparece un subtítulo desafiante. Con esa premisa ha ido a anunciar en el Foro Económico Mundial una de sus últimas ocurrencias: eliminar el concepto de feminicidio del código penal argentino. Años de estudio de profesionales con titulación en materia jurídica y de igualdad parecen haber sido en balde. El hecho de que ese mismo concepto también exista en los códigos penales de muchos otros países, tampoco significa nada para el gobernante. Y la explicación que ofrece al mundo entero para desafiar a la legislación, es que se trata de una invención de las mujeres para obtener “privilegios”. He aquí otra estratagema retórica de primero de espectáculo callejero, que consiste en darle la vuelta al cualquier asunto usando las mismas palabras que defienden lo contrario. Según Milei, las mujeres hemos pasado de reivindicar la igualdad de derechos a disfrutar de ventajas injustas degradando al varón. Y se queda tan ancho.

“Cabezas de una misma criatura”, “epidemia”, “colonizado”, “traicionado” “destruir”, “especie” son algunas de las palabras que utiliza en su exposición, más propias del Señor de los Anillos o de La Guerra de las Galaxias que de un foro económico de países civilizados.

En su cruzada por anular cualquier avance en materia de derechos sociales también ha negado la existencia de la brecha salarial. Para ello ha deformado por completo el concepto, equiparándolo únicamente al salario percibido por realizar el mismo trabajo. Así, ha dejado deliberadamente fuera otros factores que también se tienen en cuenta, como la imposición de los cuidados y las tareas domésticas a las mujeres, los trabajos feminizados o la desigualdad de género que influyen en la brecha. En lugar de dedicar veinte minutos a leerse la Wikipedia, declara que los hombres “tienden” a elegir profesiones mejor pagadas y da por zanjado el tema, ignorando cientos de estudios e informes y reduciendo un asunto que afecta a la mitad de la humanidad a una simple “preferencia”.

También ha declarado con rotundidad que la mayoría de presos son hombres y que mueren muchos más en las guerras. En las dos líneas permitidas para crear el eslogan, no le cabía que el feminismo trabaja precisamente para liberar a los hombres de su rol agresivo y competitivo, animando a que desarrollen su dimensión emocional y la utilicen en la resolución de los conflictos.

Todo el discurso se basa en aseveraciones rotundas que no dejan posibilidad de respuesta ni diálogo. No hay frases principales acompañadas de otras menos importantes. Se omiten las explicaciones y se deshecha de un plumazo todo lo creado por las administraciones anteriores. La técnica de brocha gorda se ha impuesto en muchas de las formas de hacer política. Se buscan resultados express que no requieran mucho esfuerzo y den una falsa sensación de éxito. Cuando consumimos deprisa esas consignas entre tanta información pueden dar el pego, pero si miramos más de cerca no se sostienen. Esa forma de dirigirse a quienes votamos es más propia de un supermercado que de una actividad que debe vertebrar nuestras relaciones sociales. No queda otra que afinar al máximo los sentidos y desconfiar de todo aquello que en un mitin político suene a merchandising.

Si es una frase pegadiza, desconfía.

Si tiene muchos adjetivos, desconfía.

Si cabe en un post, desconfía.

Si te crispa, desconfía.

Si no te hace pensar, desconfía.

Si no está abierta al diálogo, desconfía.

Si es convertible en titular, desconfía.

Si se mete con alguien, desconfía.

Si apela al sentido común, desconfía.

Si es solo emocional, desconfía.

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