Recuerdo perfectamente la primera noticia que tuve de la existencia de Podemos: caminando por la calle, un cartel de lo que parecía un partido político compuesto por lo que parecía el producto de una campaña de Street casting. “¡Claro que Podemos!” rezaba el texto en el que venían todas las redes sociales del nuevo partido. En la parte superior del faldón morado que enmarcaba el lema, cinco personas que querían representar todos los estratos del mundo real, tan lejos los políticos. Dos mujeres jóvenes, una con pinta de dirigirse a comprar al mercado ecológico más cercano (Teresa Rodríguez) se anunciaba como “profesora de la escuela pública” (no profesora a secas, no. Profesora de la escuela pública, no se vayan a pensar que está en los escolapios o enseñando solfeo en alguna academia de medio pelo), mientras que la segunda lo hacía como “autónoma en paro”, buscando a todos los tontos que nos fuimos a la aventura de pagar trescientos euros a cambio de nada en absoluto (Lola Sánchez, a quien volveremos), era una joven más o menos agraciada, que no llegaba a pija, pero que tampoco tenía aspecto de ir a corear canciones de Kortatu.
Y luego tres hombres, uno de la tercera edad era un “ex fiscal de corrupción” (Carlos J. Villarejo), cuya foto se había añadido con torpe descaro a los cabezas de cartel; el segundo era un varón en silla de ruedas, de desastrada dentadura, que sin embargo era “científico del CSIC” y que resultó una tarántula, como diría la Veneno. Y el tercero, el valor de marca, el tipo en el que había que fijar la vista, era un “profesor universitario” con corbata, mangas remangadas y coleta.
Esto fue en 2014, el año de la coronación de Felipe y Letizia, y ya saben ustedes lo que ha pasado después: el de la coleta, viviendo una película de karate, se deshizo de los demás con codazos y patadas laterales, aunque Echenique se quedase temporalmente en el Congreso y perennemente en Twitter a insultar, que eso se le da como hongos (de sus “investigaciones” nada se sabe). A Teresa se la quitaron de un empujón, Carlos Villarejo se apartó tras la moción de censura, y Lola Sánchez se marchó de Podemos con una carta que venía a decir “estoy quemada”.
Este cartel era una pantomima para dar sensación de diversidad (de la del 2014, de la que todavía no pedía ni a gente del colectivo ni a inmigrantes de piel oscura), pero la realidad era que ahí el bacalao lo partían entre tres profesores de Somosaguas, y entre ellos se cargaron el partido: Iñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, y Pablo Iglesias. De momento, dos de tres están en el punto de mira por abuso de poder y presuntas agresiones sexuales. Diversidad en ese partido no había ninguna, ni siquiera a la hora de elegir a las chicas a las que molestar. Yo creo que con Pablo Iglesias todavía estamos en el inicio del segundo acto en su historia personal, y que nos puede sorprender con increíbles giros. Los otros dos ya están en el foso esperando a que Pablo les eche tierra por encima. Lola Sánchez –ya volvemos a ella– ha sido una de las que ha señalado la intolerable actitud de Monedero hacia las mujeres del partido (y las alumnas), al tiempo que relata cómo no se hizo nada al respecto.
Y una cosa graciosa, que yo les reservaba para el final, es que otro destacado miembro del partido –uno que no ha salido en este artículo– también tuvo problemas con el concepto del respeto hacia sus semejantes (las de género femenino) y esto llegó a la cúpula del partido, en concreto a Monedero. Este dijo que era gravísimo, y que haría algo. Unos días después era Monedero el que se marchaba (aunque por motivos diferente) y el otro se quedaba. Cuando salga este caso, Pablo Iglesias dirá que no sabía nada. Es curioso cómo puedes ser un intrigante de alcance nacional y al mismo tiempo no enterarte de nada de lo que pasa no ya en tu partido, sino en tu círculo íntimo de amigos. Un círculo de amigos en los que solo había señores de los de barra de bar, de los que se colocan los huevos con el palillo en la boca. Señores que, salvo por el chaleco, la coleta, las gafitas y la matraca, no se distinguen en nada del más execrable y bamboleante ultraderechista que haya podido posarse en la barra del Flowers.