Opinión

Pero, ¿de dónde sacamos a nuestros políticos?

María Dabán
Actualizado: h
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Vivimos en un mundo loco en el que hay pocos momentos de paz y tranquilidad. La mayoría de las veces son los propios políticos los que añaden leña al fuego de la inestabilidad y la incertidumbre y, si no, que se lo digan a los estadounidenses que, después de votar mayoritariamente a Donald Trump, entre otras cosas por sus promesas de reducir la inflación, están viendo como los mercados arden, sus ahorros se evaporan y los precios se encaminan ya a una importante subida. Lejos de corregir el incendio que él mismo ha provocado, el presidente norteamericano está ejerciendo como una suerte de Nerón, y en vez de tocar la lira mientras arden las bolsas, se va a jugar al golf a su complejo de Florida y presume después ante los medios de haber ganado… al golf.

Los aranceles de Trump han puesto en aprietos a más de un dirigente que, hasta ayer, elogiaba abiertamente sus políticas y, si no, que se lo digan a Santiago Abascal, que, como no sabe muy bien como no criticar a Trump al tiempo que supuestamente defiende a los agricultores y trabajadores, ha preferido este fin de semana decir que aplicar aranceles es gastarse el dinero público en putas y en la casta política (como si él no formara parte de esa casta política y no se beneficiara de los mismos privilegios que el resto de los partidos). Olvida Abascal que criticar los aranceles no es incompatible con criticar lo demás. La locura en Vox es tal que el eurodiputado Jorge Buxadé ha dicho que está muy de acuerdo con los aranceles, “mientras no se hagan contra España”. El problema es que sí, contra España también van y así deben decírselo a su electorado.

El panorama político es tan incierto que, en algunas cosas, hasta Vox y Podemos pueden coincidir, por ejemplo, al hablar de rearme (lo hicieron hace unas semanas en el Parlamento Europeo votando lo mismo en una de las resoluciones sobre este asunto). El domingo Ione Belarra participó en un acto político de la formación morada y pidió a Irene Montero que encabece las listas a las generales, y la definió poco menos como la candidata de la paz. La paz es, para Podemos, rechazar el incremento del gasto en defensa, un discurso que casa bien para su electorado, pero no con la realidad, ya que, cuando formaron parte del Gobierno aprobaron esos aumentos en los consejos de ministros sin decir una sola palabra, como bien les recordó el presidente Pedro Sánchez hace pocos días en el Congreso de los Diputados.

Puestos a hablar de mítines, no hay que olvidar, los que está dando la vicepresidenta María Jesús Montero a lo largo y ancho de Andalucía todos los fines de semana soltando perla tras perla. La semana pasada se tuvo que disculpar (de aquella manera, eso sí) por criticar la sentencia del caso Alves poniendo en cuestión la separación de poderes. Un día después arremetió contra las personas a las que, según ella, les regalan los títulos en las universidades privadas, jugando en desventaja con los hijos de los trabajadores que no tienen ese dinero. Y este domingo incidió sobre esa idea insinuando, poco menos, que esas universidades no dan la formación adecuada a los médicos, y luego somos los ciudadanos los que nos tenemos que poner en sus manos. La vicepresidenta olvidó, eso sí, el pequeño detalle de que todos los licenciados en medicina tienen que pasar el mismo examen médico, el MIR, y luego realizar unos años de residencia en un hospital que será el que les forme como profesionales. Pero mi pregunta de fondo, es ¿de verdad cree María Jesús Montero que va a ganar las elecciones andaluzas con este tipo de discursos demagógicos que no se sostienen?

Viendo todo esto, cada vez estoy más convencida de que, en España, hay mejores médicos que políticos.