Hace nada entrevisté a todos los directores de la agencia de noticias para la que trabajo y me sorprendió que coincidieran en señalar que cualquier tiempo pasado fue mejor. A su juicio, en otra época, la profesión era más interesante y los periodistas, por supuesto, más honestos. No estoy completamente de acuerdo y aunque dan cierta envidia sana cuando se ponen a relatar algún capítulo de la Transición, nosotros también hemos vivido días históricos e histéricos por encima de nuestras posibilidades.
De todos modos, conozco ya a varios compañeros desencantados, lamentando la situación en la que se encuentran la mayoría de los medios de comunicación. Unos porque viven en su burbuja, otros porque exhiben su ideología sin decoro y algunos por ejercer una camuflada esclavitud.
A pesar de todo, me resisto a pensar que está todo perdido y ahora, cuando mucha gente opina sobre nuestro trabajo, considero que ha llegado la hora de pronunciarse. El primer año de carrera te dicen eso de que no somos los protagonistas, pero esa máxima no se cumple si nos afecta.
Para empezar, veo necesario cerrar algunos debates que van desprestigiándonos. ¿De verdad seguimos hablando de si el título de periodista es necesario para ejercer como tal? He conocido a más de un historiador o filólogo que preguntan mejor que yo. No lo voy a calificar de intrusismo. El rigor y la ética dependen de la persona y no de los estudios.
¿De verdad es necesario reciclar universidades y preparar a los jóvenes de otra forma? Lo que no se puede hacer es plagar todo de másteres y dejar que sean el único trampolín de acceso a una redacción. Además, convendría que después de unas prácticas no se convirtieran en falsos autónomos y se les explotara hasta reventar.
¿De verdad hay que jubilar a los veteranos? No lo entiendo muy bien porque hablo a menudo con exjefes y sus análisis siempre me aportan. Obviamente el que se quiera ir, que se vaya. Pero no vaciemos las plantillas de experiencia, se pierde una gran riqueza.
¿De verdad las nuevas tecnologías están perjudicando la calidad de los contenidos? Hay que modernizarse y servirse de todas las herramientas posibles para comunicarnos. Los formatos pueden cambiar, pero siempre habrá que contar una buena historia.
¿De verdad las noticias han muerto y sólo ofrecemos entretenimiento? Bueno, hay una amplia oferta y cada uno elige lo que quiere. Lo que sí me cuesta cada día más es encontrar un tema propio. En este mundo de comparecencias sin preguntas, de ruedas de prensa con respuestas de argumentario, de declaraciones y discursos clonados, es difícil diferenciarse. Solamente lo podrá hacer el que siga yendo a los sitios, sea buen observador y cuente con fuentes fiables.
¿De verdad estamos hablando de la máquina del fango? Lo de difama que algo queda no es de hoy. No lo olvidemos. Los hemos llamado antivacunas, negacionistas del cambio climático o de la violencia de género… Con bulos, el barro se extiende. De modo que conviene parar y hacer autocrítica. No demos pábulo a sandeces y falsedades. Lo hemos permitido. Nos pierde un buen titular, pero seamos responsables y midamos las consecuencias.
Desde luego, en todas las casas cuecen habas y la nuestra no va a ser menos. Pero no todos estamos dentro de ese caldero que hierve, así que cuidado con ejecutar medidas. El control también es censurable.
Y, ya por terminar, ¿de verdad nos estamos convirtiendo en activistas? Creo que no. Somos solidarios y nos apoyamos, hasta siendo competencia. Nos gusta formar equipos, no sectas.
Siempre ha habido frikis y personas que se dejan llevar por sus preferencias. Pero a la mayoría nos gusta trabajar juntos. No olvidemos que detrás de un rostro conocido, suele haber muchos profesionales que realizan una tarea impecable y nunca se les reconoce. Menos periodista estrella y más humildad.
Nuestra función social es buscar la verdad y transmitirla. Al menos tratar de aproximarnos a ella. A la verdad, no a mi verdad. Y eso, desde luego, es una tarea ingente. Sé que nuestro trabajo es agotador, pero, a veces, te concede regalos como poder hacer una entrevista a tu poeta favorito o viajar a un sitio que jamás te podrías haber permitido. Sólo por eso ya vale la pena.