Opinión

Pedro Sánchez y el kit de supervivencia

Kit de supervivencia - Internacional
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kAnda la Unión Europea tratando de empezar a concienciarnos sobre lo incierto del horizonte, introduciendo poco a poco lo que viene, taza a taza, filtrando noticias en las que cuentan cosas como que hay que ir preparándose un macutito en casa para unas 72 horas escalofriantes que pueden llegar un día de estos. Un kit de supervivencia, dicen, por si las moscas. En eso, precisamente, en la supervivencia, es en la superficie por la que se mueve Pedro Sánchez como pez en el agua, la misma por la que lleva circulando toda su vida profesional, pero más si cabe desde el 23 de julio de 2023.

Todavía no me explico cómo no fue ayer al Congreso en calidad de superviviente en vez de como presidente del Gobierno. Aunque bueno, en cierto modo, es lo que hizo, aunque lo intentara adobar con ese papel pedagógico que, como siempre, acabó por revelarse en uno demagógico. Sánchez, habiendo dejado pasar el tiempo prudencial que le ha venido dando la gana, se decidió ayer a hablar por fin sobre la extraordinaria situación internacional y sobre su visión de la geopolítica y la estrategia exterior que hemos de seguir como país.

Bueno, ese era el plan sobre el papel, porque lo que realmente acabó haciendo fue lo que mejor se le da hacer, marear el tiempo, llenarlo de palabras vacías, acurrucarlo en esa solemne nada en la que tiene previsto seguir mientras le dure este peligroso estancamiento en el que tan cómodo se siente, ese en el que los hechos y la realidad solo existen cuando le interesan. Él lleva tiempo llenando su botiquín de urgencia, porque se ha acostumbrado a vivir en ese alambre en el que lo inédito no comporta peligro alguno, en el que lo anómalo es lo más natural del mundo, en el que lo impepinable se cuestiona, lo que hasta ahora era sagrado es moldeable y sus descabellados futuribles son elevados a la categoría de verdad irrefutable.

Él vive en una realidad paralela o al menos ajena a la que percibimos el resto de los mortales que aún decidimos guiarnos por los desfasados caminos del bien y el mal, lo cierto y lo falso y lo moral y lo inmoral. No obstante, es tan bueno en lo suyo, en ese tomarle el pelo a todo el mundo, que de vez en cuando hace como que aterriza a esa realidad para advertirnos muy preocupado sobre lo lógico, sin darnos, claro está, ninguna otra solución más que su sonrisita prepotente y su pose de estadista que reniega de los pilares del Estado. Ayer, ni corto ni perezoso, nos alertaba de lo que todos conocemos; que estamos ante una situación límite, con el orden mundial revolviéndose y con nuestro continente necesitado de activar una respuesta. Sin embargo, a este pastor de extorsionadores se le olvidó, como siempre, uno de los detalles más importantes: explicarnos cómo va nuestro país a armar una respuesta teniendo un gobierno que ni siquiera es capaz de articular una mayoría sólida que vaya a una en esta situación excepcional.

En ese maletín de primeros auxilios suyo hay un diccionario lleno de eufemismos que le permiten esquivar ese cerco de hechos que le convierte en alguien cada vez más ridículo y trasnochado. Cómo es posible que ensayes una preocupación y te erijas como abanderado de un alarmismo si el día anterior estás mandando a todos tus cortesanos en bloque a repicar a los cuatro vientos que no pasa nada por no sacar los presupuestos adelante, que es una tontería, que se pueden seguir prorrogando los de 2022. Ah, no vean si tiene que ser excepcional la situación que atravesamos que no pasa nada por hacerle frente con las cuentas de hace tres años, cuando no había ni los mismos ministerios ni teníamos el panorama internacional que tenemos ahora. La propia Ione Belarra, líder de uno de los grupos que sostiene esta gran farsa hecha Ejecutivo, se lo dejaba ayer bien clarinete: «Usted no trae aquí un proyecto de cuentas porque tiene miedo a que la gente sepa la realidad».

Así es, porque la realidad no es otra que tiene un gobierno que no gobierna, sino que se dedica a pasar los días entre cesiones, chantajes, tiras y aflojas, polémicas estériles y discursitos de medio pelo. Porque la realidad es que ahí están los de Podemos por un lado haciendo su sketch de los tiempos universitarios porque han visto otra vez el filón que les puede dar volver a hacer el indio ante un nuevo escenario belicista, y ahí tenemos a Sumar cruzando los brazos y poniendo caritas de pez porque quieren que sepamos que no les escuchan, que jopetas, que jolines, que mecachis. Y ahí tenemos a Andoni Ortuzar, reconociendo en la tele vasca que les viene bien tener a Sánchez como lo tienen, débil, pero en sus manos, que todavía le pueden sacar algo más que los higadillos. Ah, y por supuesto, a los dos grandes pilares de la paz y el amor, los dos patriotas que soñaron con cargarse España, uno con el plomo y el otro con un golpe ilegal, reuniéndose sonrientes en Waterloo. Ahí estaban Arnaldo Otegi y Carles Puigdemont contándose cositas en un perfecto castellano, muy preocupados por el futuro de Bruselas y de España. Hay que reírse.

Pero claro, uno ve a Pedro Sánchez navegando por esos mundos de Yupi por los que él se contonea y piensa que a lo mejor tiene un plan. Y claro que lo tiene, el plan es seguir mintiendo, haciéndole oposición a la oposición, al Sánchez de hace unos años y a su propio gobierno. El plan es decirnos sin que le tiemble el pulso que va a subir el gasto en defensa hasta llegar al 2% del PIB sin tener presupuestos renovados, sin una mayoría parlamentaria y, lo más milagroso, sin tocar para nada el Estado del Bienestar. Lo que se le ha olvidado, qué despiste, es decirnos cómo va a hacer todo eso que suena tan bien. Nada, tranquilos, que si no sale bien, la culpa será de esa oposición, a la que ningunea y con la que no se sienta para negociar un pacto de Estado de seguridad (volvemos a lo de la excepcionalidad), por no darle un cheque en blanco.

Estamos en un momento frontera de nuestra historia y tenemos a un líder que no se dice la verdad ni a sí mismo, un líder que no es capaz de refrendar lo que dice de un día para otro, entregado a los variopintos designios de unos socios a los que les importa un comino la estabilidad de nuestra nación. Estamos ante un momento clave de nuestra historia y tenemos a un tipo que solo está preocupado en su propia supervivencia. Presentar los presupuestos es una pérdida de tiempo, por ende, el cumplimiento de la Constitución es una pérdida de tiempo. Es que, llega un punto, que ya no se sabe qué decir ante tanta desfachatez. Qué hacer ante un personaje al que argumentarle, rebatirle es una pérdida de tiempo. Esperemos que salga de sus trece pronto y convoque elecciones. No hay tiempo que perder para salir de este estancamiento y este atolladero y dejar de perder el tiempo en este paréntesis de nuestra historia marcado por el delirio y la ambición de un adicto al poder. Vamos, si queremos sobrevivir.