Marta del Castillo tendría hoy 33 años. Sería una mujer anónima, quizás con hijos, quizás sin ellos. Habría viajado, habría estudiado. Habría compartido dieciséis años de vida con su familia, la misma que hoy, en la línea de tiempo que ha sido, sufre el decimosexto año sin poder enterrarla.
La historia ya la conocen: el caso más flagrante de chulería e impunidad de la historia reciente de España. De los cinco implicados en la desaparición y muerte de Marta del Castillo, tan solo uno – Miguel Carcaño – cumplió y cumple condena.
Miguel Carcaño, sus amigos y su hermano, planearon una encerrona a Marta del Castillo (17 años en su último día de vida), cuyo delito fue, quizás, dejar la relación con Miguel. Porque de este asesinato nos han faltado siempre piezas. Hay quienes ven aquí una conspiración, pero yo solo veo la chulería propia de las pandillas de niñatos espoleada por unas madres consentidoras (de los padres de esta historia sabemos poco, quitando al de la propia Marta), un pacto de silencio entre hampones y, quizás, un primer interrogatorio que no debió ser como fue. A toda España le hierve la sangre cuando sale algo de este caso: Samuel Benítez haciendo la peineta a la entrada del juzgado, el Cuco vacilando al juez primero, y contando su versión en La noria después. Francisco Javier Delgado, ayudando a su hermano primero (su hermano es Carcaño), para luego desentenderse. María García Mendaro, novia de Francisco Javier Delgado en aquel momento, estaba estudiando en la casa de éste la noche del crimen, pero ni vio ni escuchó nada. Salió absuelta, y será casualidad que sea hija de una mujer con un importante cargo en el PSOE de la época de Chávez. Y por último Rocío, una menor de Camas (Sevilla) que mantenía una relación con Carcaño en el momento del asesinato. Rocío, dos días antes de la detención de su novio, le mandó un SMS diciendo “Te amo gordito, que descanses; muchos, muchos besos, y que sepas que me debes una jeje, te extraño mi vida”. En suma, seis personas involucradas, en mayor o menor medida, en la desaparición, muerte y ocultación del cadáver de Marta del Castillo, una adolescente cuyo único pecado fue juntarse con un chico que la quería mal.
Creo que a toda España le invaden los deseos violentos cuando oye algo sobre estos criminales que, lejos de sentir remordimiento alguno, se pitorrean de la Justicia, de los españoles, y sobre todo de la familia de Marta del Castillo, que tiene que aguantar cada día sin saber dónde está su hija. Dijo el ex compañero de celda de Miguel Carcaño que todos los presos le tenían ganas, y que no dormía por las noches. “¿Qué, Marta no te deja dormir?” le preguntaba el compañero. Carcaño le decía que dejara el tema y seguía fumando, noche tras noche. Carcaño, que hace tiempo que quiere ser padre, continúa en la prisión de Herrera de la Mancha sin más visitas que las de su novia (cómo puede haber conseguido novia esa persona infecta es algo que no comprendo), y saldrá de allí en 2030. A ver quién es, entonces, el guapo que le da trabajo.
No es algo nuevo en el mundo esto del crimen pasional, ni lo de las malas compañías generando vidas desdichadas. Lo que no entendemos es que se de en un estado de derecho donde los menores, por el hecho de serlo, pueden hacer y deshacer a su antojo, cambiando hasta siete veces la versión de los hechos, sin que haya unas consecuencias acordes, también, a sus mentiras. Cuánto dinero se habrá ido en buscar en lugares en los que ellos sabían que Marta del Castillo no estaba. Cuántos recursos públicos se han empleado en consentir a estos infraseres. Y, sobre todo, cuántas lágrimas habrá derramado la familia de Marta del Castillo, cuántas noches de “no puedo dormir” habrán tenido, y cuánto sufrimiento inútil han pasado, pasan, y pasarán, todo porque no se pudo hacer confesar a seis niñatos que no merecen, desde luego, todo el aparato democrático que dieciséis años después del asesinato sigue beneficiándoles. ¿Leeremos algún día la noticia de que ha aparecido el cuerpo de Marta del Castillo? Rezo porque sí. A nadie se le debería negar la paz de espíritu. Por desgracia estas seis personas no quieren la paz para nadie, ni siquiera para sí mismos.