Opinión

Parole, parole

María Dabán
Actualizado: h
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Las administraciones en general y los políticos en particular tienden a tomar a los ciudadanos por niños a los que se les puede engañar o despistar en función de la historia que se les cuente cada día. El jueves pasado, Pedro Sánchez viajó a Bruselas para participar en la cumbre que iba a elaborar el futuro plan de defensa de nuestro continente, plan que lleva por nombre ReArmar Europa. Pero al presidente del Gobierno no le gusta la utilización de la palabra “rearmar” porque, dice, “es una aproximación incompleta del desafío que tenemos por delante”. A su juicio, es más adecuado hablar de seguridad, o del uso de tecnología. Lo paradójico del caso es que los líderes europeos habían debatido ya el plan previamente con ese nombre y el jefe del Ejecutivo no había puesto objeción alguna. El problema, para Sánchez es que, sus socios de Sumar, votaron en el Congreso ese mismo día a favor de la salida de España de la OTAN y del plan de la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen. Curiosamente, además, quien apoyó a Sánchez en este lío de las nomenclaturas fue, nada más y nada menos, que Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, que también tiene algún que otro problemilla con su socio Salvini.

Tan absurdo debate me recordaba a una escena relatada por Amor Towles en su libro, Un Caballero en Moscú. En ella describe una reunión de los trabajadores del ferrocarril que se acaban enzarzando en una acalorada discusión a raíz de una frase incluida en sus estatutos en la que se aseguraba que dichos trabajadores “facilitaban la comunicación y el comercio entre provincias”. El verbo “facilitar” no acababa de gustar a todos porque, aseguraban, “no hacía justicia a los verdaderos esfuerzos que en realidad hacían”. A partir de ahí comenzaba un absurdo debate que, tiempo después, se zanjaba con una solución de consenso: sustituir el verbo “facilitar” por los de “posibilitar y garantizar”. Y así parece que estamos en Europa.

Las administraciones también se suman, en muchas ocasiones, a este juego del absurdo. Recuerdo una vez en la que le pregunté al entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, por qué el parking que estaban construyendo en la calle Serrano, se llamaba “zona de influencia ampliada”. El alcalde comenzó a reírse a carcajadas y admitió que no tenía ni idea de la razón.

En los últimos tiempos vemos, además, que muchas palabras ofenden tanto a los que defienden lo woke, como a los que rechazan todo lo que tenga que ver con ese movimiento. La cosa ha llegado a ser tan ridícula que el Departamento de Defensa de Estados Unidos está eliminando imágenes y publicaciones que tienen que ver con la diversidad, la equidad y la inclusión, y ha acabado por señalar para su borrado  todo lo que tiene que ver con el avión desde el que se lanzó la bomba atómica de Hiroshima, porque el aparato en cuestión se llamaba Enola Gay, (que era el nombre de la madre de su piloto, Paul Tibbets) y todo lo que suene a homosexual, incluso aunque sea un bombardero, debe ser eliminado. Ver para creer.

En el extremo contrario tenemos a los académicos de la Universidad de Óxford que, según La Vanguardia, están sopesando reformar el latín en las ceremonias del centro para adaptarlo a las personas no binarias, ya que las fórmulas históricas se refieren a los domini doctores y a los magistri vei domini, que aluden a maestros, damas y caballeros. El periódico calcula que este cambio beneficiaría a catorce personas. Todavía recuerdo cuando, hace años, una asociación de padres de un colegio andaluz, pidió “un profesor nativo de latín”. Todavía están buscándolo, creo. Ya puestos, propongo también que traduzcamos a dicha lengua los grandes éxitos de la canción española. A uno de mis hermanos llegaron a enseñarle Mi Carro de Manolo Escobar, y a veces nos deleita con el ¿Ubi erit meis currus?

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