De cuando en cuando aparecen fotos de nuestros mandatarios departiendo en feliz francachela, en el Congreso, en los pasillos, en los eventos… Qué chascarrillos no se habrán escuchado en esa fastuosa recepción del 12 de octubre. Qué acuerdos no se habrán hecho a nuestras espaldas, lejos de las cámaras.
A veces salen esas fotos y nos enfadamos. Nos enfadamos porque nuestros problemas siguen sin resolverse: vivienda, gentrificación, inflación, precariedad, natalidad, medio ambiente, y en general todos los asuntos asociados a la decadencia de un sistema. Hay un nosotros y hay un ellos. Hay, incluso, un poema de Mario Benedetti que, sin tratar de esa diferencia entre políticos y ciudadanos, recuerda un poco a esa barrera infranqueable que hay entre los saqueados y los que viven del saqueo. Panda de falsos… No, no se llama así el poema. Se llama Ustedes y nosotros. “Ustedes cuando aman/ consultan el reloj/ porque el tiempo que pierden/ vale medio millón”. Es increíble el cambio que se opera en las personas cuando tocan el poder. Personalmente solo lo he visto en algo tan trivial – pero vistoso – como el cine. El discurso, la forma de comportarse, las amistades… un vuelco total y absoluto hacia todo lo que se despreciaba apenas unos meses atrás. ¿Cómo será en política? Un conocido compartió piso, años atrás, con uno que luego fue diputado. ¿Saben lo que me dijo? “De todos mis amigos que se metieron en el partido, de él fue del único que no me hubiera esperado nunca tal cambio”.
Escribía hace unos días Alberto “La política, resumida: mentir hasta alcanzar el poder y robar hasta que lo pierdas. Entre medias, ciertamente, te pueden pillar. Y eso es todo.”
No le puedo añadir nada. Sí les hablaré, por haberlo analizado muy de cerca, por qué nos engañan con tan pasmosa facilidad. Hay gente que no es consciente de lo mucho que se puede arrastrar alguien buscando beneficio propio o tan solo aprobación. Es cierto que se ríen en nuestra cara, y que sus pactos públicos no tienen nada que ver con sus pactos privados. No es menos cierto que lo que no vemos (esa información que suele salir treinta, cuarenta años después de que suceda) es mucho más relevante – y grave – que lo que nos cuentan.
Para estar ahí, en el meollo (político, social, artístico, empresarial) no solo hay que estar dispuesto a besarle el culo al diablo (en el mejor y más visual de los casos), sino también a olvidar cualquier afrenta vivida. Bien es cierto que una escalada de violencia no lleva a ningún sitio bueno. Lleva, si acaso, al inicio de Romeo y Julieta, o al final de una pelea que vio un amigo hace unos meses por la ventana (dos familias a navajazos encima de un coche, vaya usted a saber por qué). Pero no es menos cierto que pasar por alto todo lo que sucede solo nos lleva a un clima de amoralidad como el que vivimos. Como nada pasa factura, merece la pena seguir como hasta ahora. Hace unos días, en televisión, González y Guerra decían no entender por qué se hablaba tanto de los audios de Bárbara Rey “Habiendo una guerra, un genocidio, un huracán”. Imagino que habrán usado esa misma estrategia al tratar el tema del GAL, o del propio Caso Guerra. Quizás hubieran preferido, en ese plató, hablar del huracán.
Les puedo terminar esta críptica columna (más claridad no me puedo permitir) contándoles una bella anécdota sobre puñaladas y perdón: dos próceres enfrentados en los tribunales. Años y años coincidiendo en galas y saraos. Un día, en el excusado, consumiendo, decidieron que pelillos al a mar, que no merecía la pena estar peleados. Se fundieron en un conmovedor abrazo. Y, como ellos, lo hicieron tantos otros en tantos otros sitios. Mientras tanto, vivienda, gentrificación, inflación, precariedad, natalidad, medio ambiente, y en general todos esos asuntos siguen sin resolverse. Como les decía, hay un nosotros y hay un ellos, una panda de falsos.