Opinión

Pablo ‘Little’ Iglesias

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Cómo no van a poner los pirómanos las manos en el fuego. Es su obra, su cúspide, el único hábitat donde pueden sobrevivir. Inhalando humo, aire tóxico. Les da igual quemarse porque cada vez hay menos mobiliario que salvar, son todo ‘resKoldos’. Ni hablemos ya de la remota posibilidad de que intenten preservar una olvidada credibilidad que hace tiempo se encargaron de calcinar con mentiras a las que luego intentarían travestir de verdades por la magia del bulo. Ahí está el primero de los mandamientos de la Encíclica de la ‘Rejejejeneración Democrática’: una mentira repetida se convierte en verdad si se acusa de bulero al que la pretende razonar.

Cómo no van a poner las manos en el fuego por sus manos derechas gente sin palabra, que dice que contar embustes es cambiar de opinión. Claro que sí, ponen las manos, el cuerpo y, si pudieran, pondrían los archivadores, la nota esa manuscrita que Aldama entregó al juez y que tan disparatada les parece, los sobres donde iba el dinero, las fotos de los comisionistas que no llegaron a la planta noble pero sí a la terracita de un hotel de madrugada, las escrituras de las propiedades que se compraron, los ordenadores desde donde se enviaron los correos para conseguir la cátedra y el software de la mujer sin licenciatura, incluso un servilletero de La Chalana. Todo al caldero. Hasta alguna toga y la chupa de cuero de algún periodista irían a esa fogata en la que dicen poner la mano. Es obvio que expondrían la mano a la hoguera, cómo no, si ya se están abrasando. Qué más les da. Lo mismo así borran las huellas dactilares.

Otra semana asistimos a la huida institucional de un Gobierno agujereado, que va de inventada en inventada, asediado por la corrupción. Cuando tienes más causas abiertas en los juzgados que causas por las que luchar en tu gestión, estás fuera. Cuando hay más declaraciones del círculo íntimo del líder del Ejecutivo en los juzgados que del propio presidente del Gobierno en la sede de la soberanía popular, estás fuera. Cuando existen más indicios de delitos que de actividades parlamentarias, estás fuera. O estás camino de estarlo, mejor dicho. Sobre todo, cuando es complicado decidir si el mayor de los problemas es la corrupción o los socios de legislatura. Si tu muerte llegará en formato de próximo informe de la UCO o en la siguiente votación en el hemiciclo. Si el golpe de gracia vendrá por un lado o por el otro. O por los dos. O por la suma de todas las circunstancias que hacen insostenible esta resistencia que ya el único resquicio de épica que le queda son los paseíllos cañís de Ábalos arribando al Supremo.

Ahora estamos ante otra de las fronteras de este conglomerado de intereses cruzados al que todavía, imagino que por las risas, le llamamos ‘bloque de investidura progresista’. El enésimo puente que tendrán que cruzar esos partidos a los que Sánchez incluyó en su ‘somos más’ del aciago 23J: los Presupuestos. Aquí seguro que María Jesús Montero también pone las manos en el fuego asegurando que los van a sacar, y que mejor que nunca, y que un éxito. Y que sino los sacan tampoco pasa nada. Que el PP gobernó sin presupuestos. Y que Franco también.

En la nueva timba de póker o en el flamante mercadillo de las voluntades para intentar sacar las cuentas, todos los focos se han puesto a apuntar a Puigdemont. El president en el ‘auxilio’ ya se ha sentado, sin sentarse, en la mesa y, con su capacidad para hablar el mismo dialecto maquiavélico que Sánchez, le ha dicho que le iguala los faroles, que quiere sentir la emoción de la desconfianza. Probablemente esta sea la interlocución más sincera de las que ha tenido nunca esta Administración. Un diálogo entre trileros, entre dos conductores suicidas, que cantaba Sabina, que se señalan entre sí sus callejones sin salida. Vendría también al pelo la de Pacto entre caballeros del maestro de Úbeda. Pero para eso tendría que haber caballeros y no un par de majaderos viviendo dentro de una película.

Se está escribiendo mucho sobre el papel fundamental de los siete votos de Puigdemont, pero muy poco de la situación de su Sancho Panza Boye, que no ve gigantes en los molinos, que aspira a dominar el viento de los tornados. Se está especulando mucho sobre los movimientos del exilio, pero muy poquito de la que puede ser la gran campanada de esta negociación, quien puede partir la baraja aprovechando el factor sorpresa. Pongamos por un momento la mirada sobre los que por poder podrían querer volver a ser Podemos. Observemos a ese empresario que un día fue vicepresidente. Acerquemos el oído al misterioso silencio sobre la corrupción del PSOE que nos está ofreciendo la formación morada, a su no participación en el festival de los pretextos y las excusas baratas. Entremos en la taberna Garibaldi y pidamos la carta, a ver cuál es el guiso del día.

Conviene no olvidar que, en términos de estrategia política, en capacidad de análisis y radiografía sobre los momentos, hay pocas cabezas más brillantes en este país que la de Pablo Iglesias. La inteligencia se demuestra, sobre todo, en los repliegues, en las formas en las que uno elige morir. Él se retiró a las sombras, dejó que lo amortizasen, y, alejado de la vorágine, se replegó para recolocar sus piezas. Y empezó a preparar el salmorejo helado de su venganza. Sumar ha sido arrasado en tiempo récord y ellos fueron capaces de mantener su status en unas Europeas que les permitieron volver a respirar. Iglesias lee bien las jugadas, huele perfectamente los espacios, maximiza a las mil maravillas las cartas que tiene en la mano. Con el estigma de la nueva política descontado y el chalet de Galapagar convertido en un lejano recuerdo que absorbió el olvido de esta época líquida, hoy se ve con la capacidad de atar su apoyo a las cuentas a la intervención del mercado de la vivienda y a la imposición del impuesto a las eléctricas. Pero lo hace mientras se hace rulitos en los pelos que pueblan su barbilla. Él, como buen sabedor de qué va esto, ya está pendiente del después, de esa izquierda aún rebelde y honesta que se va a quedar huérfana cuando se caiga a la fuerza la venda del sectarismo y el tufo de la corrupción haga insostenible la situación. Y, ojo, sabe mejor que nadie que el primero en abrir la lata, el primero que señale la sangre en la herida, será el que pueda coser sobre la piel chamuscada del progresismo. Es consciente de que muchas veces se gana perdiendo, y puede oír el sonido del dinero mediático que le daría a su Canal Red poder hacer oposición a un Gobierno de derechas. Eso, queridos amigos, es el largo plazo. Y para ejecutarlo hay que ser rápidos en el corto.

Lleva tiempo avisándolo, dejando caer, como Rufián, que esto no va a ninguna parte, que esta ilusión creada por los propagandistas de Moncloa tiene fecha de caducidad. «Si intentas matar al rey, no falles», eso decía su personaje favorito de The Wire. Yo hoy lo veo así, caminando por las calles de un Lavapiés hecho Baltimore, con un abrigo largo, silbando alguna melodía, con la recortada en ristre. Mucho ojo con Pablo Iglesias.

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