Hace unos días vi una historia en Instagram que me inquietó bastante. Desde entonces (quizá porque estoy más atenta), he descubierto todo un universo de contenido que solo podría describirse como una oleada de misandria y androfobia. Este tipo de publicaciones, a pesar de estar en auge, desgraciadamente no son más que otra tendencia simplista y, para ser honesta, profundamente hipócrita, que suma a la lucha por la igualdad lo mismo que le aporta un casco a un teletrabajador. Os dejo dos ejemplos recientes que me han chocado especialmente y que, si os dais una vuelta por Instagram buscando “Not All Men”, veréis repetidos hasta la saciedad.
La historia que me llamo la atención por primera vez, supuestamente intentaba hacer una distinción entre cómo los hombres perciben el mundo (spoiler: de forma errónea) y la realidad. Básicamente, los hombres creen que la sociedad se divide entre “buenos” (la mayoría) y “malos” (unos pocos), pero, según la ilustración, la realidad es más compleja. Desde héroes hasta monstruos, pasando por una amplia gama que incluye a hombres que subestiman los problemas, hombres que aceptan la depredación como parte de la vida, y aquellos que la disfrutan pasivamente. Un poco chocante, pero vale, hasta aquí estamos de acuerdo: el mundo no se divide tan fácilmente en buenos y malos, y simplificar en exceso evita que atajemos problemas reales.
Lo turbio de publicaciones como esta se aprecia cuando te fijas bien en los matices. En este caso, salvo que seas un “héroe” (concepto aparentemente poco compatible con ser hombre, bajo esta corriente), el resto de categorías en las que supuestamente se agrupan los hombres parecen tener un motivo para el reproche o una sombra de culpa, incluso para aquellos que, en teoría, no hacen nada malo (vamos, que los hombres lo tenéis jodido). “Es bueno, pero subestima el problema”, “no hace nada malo, pero acepta que ocurra”; la sensación que nos queda es que los buenos de verdad no son más que unos pocos, porque, en el mejor de los casos, casi todos son cómplices de algún modo. Y digo unos pocos porque la historia era una escala visual en la que los héroes, los “buenos pero ingenuos”, los depredadores y el resto de grupos con comportamientos cuestionables ocupaban partes idénticas de la barra. Porque sí, claro, hay la misma proporción de héroes que de depredadores en el mundo, por supuesto. Así cualquiera sale tranquila a la calle.
Pero lo mejor de todo esto es la hipocresía latente. Este tipo de razonamientos funcionan para cualquier otra faceta de nuestra vida, si nos ponemos. Si hiciésemos una escala parecida para evaluar nuestro comportamiento respecto al medio ambiente, la pobreza o cualquier otro problema actual, ¿dónde se colocarían estas mujeres que tan rápido encasillan a los hombres, emitiendo juicios de moralidad? Siento estallarle la burbuja a más de una, pero subir una historia sobre la guerra en Ucrania no te convierte en activista. O lo que es aún más interesante, ¿cómo nos repartiríamos las mujeres en esa misma escala que usamos para juzgar a los hombres? ¿Acaso somos todas heroínas feministas? Probablemente no, pero eso no nos convierte en personas de moral cuestionable. Cuando se trata de hombres, no obstante, los juicios parecen ser más estrictos, y los estándares más altos. Antes de lanzarnos contra los hombres, tal vez deberíamos terminar de analizarnos a nosotras. Y si no, supongo que asumimos y aceptamos el riesgo de que se nos juzgue con la misma dureza.
La otra publicación que me estalló la cabeza fue un Reel de una política que todos conocemos, que explicaba cómo, si te dicen que no vayas sola a casa de un desconocido a las 5 de la mañana, básicamente te están diciendo que cualquier hombre es un violador en potencia. ¿Qué? O sea, ¿estamos diciendo que enseñar a los niños a mirar antes de cruzar la calle es lo mismo que decirles que todos los coches quieren atropellarlos? Lo siento, pero no, no es lo mismo querer minimizar el riesgo que decir que todos los hombres son un riesgo. Nadie te está diciendo que sí o sí te vas a cruzar a un chalado porque todos los hombres lo sean, pero si te lo cruzas, ¿es mejor ir sola o acompañada? ¿Es mejor que sea de día o de noche? ¿Es mejor irte a su casa tarde sin conocerlo o irte a la tuya? La recomendación de ir con cuidado no es porque todos los hombres sean depredadores, sino porque el sentido común te dice que no hay necesidad de jugártela a encontrarte con uno. El riesgo siempre existe, pero prepararse para ello no es lo mismo que asumir que todo lo que te rodea es una amenaza.
Mujeres, si de verdad nos preocupamos por la igualdad de género, no debemos convertirnos en un espejo de lo que pretendemos combatir. Si de verdad nos preocupamos por la igualdad de género, la misandria no solo no es la solución, es un retroceso que nos hace parecernos a aquello que criticamos: injustas, irracionales y ciegas a los matices. Discursos como este reducen el debate a una caricatura, y nos alejan de una verdadera conversación sobre los problemas que la mayoría de mujeres queremos resolver. Si de verdad queremos construir una sociedad mejor, lo que necesitamos no son más mujeres que se dediquen a señalar con el dedo en redes sociales. Necesitamos a todos, mujeres y hombres, remangándose juntos para resolver los problemas. Y si esto no os convence, podéis dejar de subir historias y darle la chapa a vuestros padres, hermanos, novios, maridos, hijos y amigos (porque según esta escala, entre ellos hay más de un monstruo seguro), o acoger la sologamia e ignorar a los hombres, que eso también está muy de moda.