Opinión

No tengo edad

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Corría el año 1964. El Festival de San Remo era todo un acontecimiento. Hablamos de una época en la que la música italiana o la francesa eran tan o más escuchadas en España que la ola anglosajona que nos invadió para opacarlas. Aquel año apareció una joven, delicada y hermosa cantante italiana. Se llamaba Gigliola Cinquetti. Los que tuvimos la suerte de verla, no la olvidaremos nunca. Poseía una voz melodiosa y suave y desprendía un aire de timidez, con gotas de picardía en su mirada. Tenía dieciséis maravillosos años.  Cantó No ho l´eta (No tengo edad). Era una letra sencilla que hoy, en esta época sin límites ni barreras, parecería anacrónica y ridículamente anticuada. Venía a decir que no tenía edad para amar a un supuesto pretendiente algo mayor que ella. Todo era limpio y romántico. Gigliola representó a Italia en el Festival de Eurovisión y barrió. Muchos lo celebramos.

Lo cierto es que la expresión no tengo edad forma parte de nuestra vida. A veces, porque somos demasiado jóvenes y no tenemos edad para trabajar, para votar, para responsabilizarnos, para comprometernos, para tener hijos. Otras porque la biología nos pasa factura y ya tampoco tenemos edad para hacer deporte, para salir de noche, para amar. O para trabajar. Pero esta decisión no siempre la toma la persona, sino que lo hace la sociedad o la empresa. Y entonces, a veces de una forma tácita, como dejándolo caer, veladamente, con esa crueldad del sobreentendido, se recibe esa insinuación fría de “no tienes edad para esto”. Es una forma de discriminación como otra cualquiera.

La expresión la acuñó en 1968 el gerontólogo americano Robert Butler que lo definió como la acumulación de prácticas discriminatorias contra las personas mayores. Pero también Elaine Cumming y William Henry apuntaron la llamada teoría del desapego que explica que las personas a medida que van envejeciendo pierden interés por el mundo que les rodea.

Marco Tulio Cicerón cuando entró en esa etapa escribió un pequeño libro llamado “Sobre la vejez”, que es un canto a las ventajas de este momento de la vida. Para el filósofo, el envejecimiento responde a una progresión natural. “No es por la fuerza o la velocidad o la rapidez del cuerpo por lo que se logran los grandes avances, sino por la sabiduría, la personalidad y el juicio correcto”.

Pero nos tropezamos con una dificultad a la hora de situar el fenómeno en sus justos términos. En primer lugar, porque existe edadismo no sólo para los mayores, sino también para los jóvenes. Y, en segundo lugar, es difícil delimitar a partir de que edad una persona está expuesta a sufrirlo. Puede ser a los 45, a los 50, a los 65 o a los 80.

Poco a poco, esta discriminación ha ido ganando terreno entre las preocupaciones de organizaciones públicas y privadas. Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud, el Ministerio de Sanidad, bancos y fundaciones dedican capítulos enteros a hablar del problema desde múltiples ópticas. Existe, incluso, un Observatorio del Edadismo para monitorizar y analizarlo. Detrás se encuentra la organización HelpAge International España, fundada en 2008. Entre sus muchas publicaciones, presenta un informe de 125 páginas titulado “Discriminación por edad en el ámbito laboral”. En sus conclusiones, señala “que el estereotipo negativo asociado a la edad de la sociedad en su conjunto impregna y se apropia también de las decisiones de las personas responsables de hacer la selección de personal para un determinado puesto de trabajo”. Colige que “en el caso de las personas de más edad pueden vivir una doble marginación: la discriminación por edad y la laboral”. Y propone una contratación age friendly: “buscar las personas más adecuadas para cada proyecto, y que la edad no sea el indicador más adecuado”.

Un informe de Naciones Unidas lo tilda de “problema mundial” dado que una de cada dos personas tiene actitudes edadistas. “Las personas adultas más mayores y más jóvenes se ven a menudo desfavorecidas en el lugar de trabajo”, asevera el estudio.

Las empresas, al menos algunas, parecen tomarse en serio el problema. Por ejemplo, BBVA afirma que “convivimos cuatro generaciones distintas y nuestro objetivo es que todas las personas, independientemente de su edad, son capaces y tienen la oportunidad de aportar valor y talento al banco”.

Algunos datos son expresivos de la dimensión. El 45% de la población española se siente discriminada por su edad, mientras 1 de cada 3 parados supera los 50 años. El desempleo en mujeres mayores de 53 años se incrementó un 2,4% en 2023, mientras en los hombres lo hizo en un 1,1%, siendo España, junto a Italia, el país de la Unión Europea con mayor índice de desempleo sénior. Nuestra tasa de empleabilidad de este colectivo se sitúa 10 puntos por debajo de la media europea (60%). Las mujeres, como no, en puestos directivos son discriminadas al ser vistas como demasiado jóvenes o demasiado mayores. O demasiado mujeres, añado yo. Estos datos vienen recogidos en el informe de Gi Group.

Pero si vamos a series históricas más amplias, se aprecian datos más esclarecedores. El colectivo de mayores de 45 años es el gran perjudicado en la evolución del mercado laboral. Mientras en el 2000 apenas suponía el 26,5% de los parados, en el 2024 se incrementó hasta un 57,4%. Y esta evolución, al revisar las gráficas, evidencia un ascenso sostenido e imparable.

La tendencia de la curva demográfica hacia el envejecimiento, la mejora de la salud y de la esperanza de vida y los enormes gastos crecientes de las pensiones hacen que políticas contra el edadismo pasen a ser una prioridad. Esa frase tan extendida de los 60 de ahora son los 50 de antes, espejo de la idealización de la juventud entre las personas mayores, explica muchas cosas. Muchos desearían dejar de no tener edad para continuar siendo miembros activos de la sociedad. Gigliola Cinquetti se refería a otra cosa.

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