Permíteme que comience este artículo hablando de mis inicios en la universidad. La aventura comenzó en septiembre de 2004, en el grupo 22 de castellano (el resto de los grupos de primero de carrera eran en catalán, y en ese grupo de castellano, nos encontramos todos aquellos que veníamos de fuera del lugar) y con la asignatura de “Composición I”.
Tuve un profesor bastante teórico que nos hizo replantearnos reflexiones acerca de que era un lugar, sobre que debía de suceder en él, y de cómo se podría delimitar. Pues bien, según M. P. un lugar es aquel espacio (físico o no) que tenga la capacidad de haber sido habitado, de estar habitado o que se pueda habitar en un futuro. Esta reflexión algo abstracta me llevó al convencimiento de que un espacio para mí, no tiene por qué ser lo mismo que para otra persona, pero que fuera de la abstracción, existen unas pautas en las que sí se queda reflejado que lugares son para cada uno.
Quizás al leer esto no veas aún por hacia dónde voy a dirigirme, pero la realidad es que no se me ocurría mejor inicio para hablar de los lugares en la política actual, que este.
La pandemia del momento
Cuando echamos la vista atrás, advertimos que aún con la discrepancia, el Congreso de Los Diputados, era el lugar de todos, y enfatizo el todos, porque un país se veía reflejado en él, en la discrepancia, pero también en la cortesía parlamentaria, en el respeto institucional. Un lugar que nos acogía.
En la actualidad el Congreso diría que solo es el lugar de aquellos que lo habitan, un lugar del que formé parte hace un tiempo y que no reconozco en su totalidad ahora. Un lugar en el que cada vez la sociedad se ve menos representada, quizás, solo quizás, en estos momentos, no es nuestro lugar, el de la sociedad en general.
Cuando advertimos que la política toma un cariz agresivo, de menosprecio y falta de respeto, y sobre todo en el que la mentira ha dejado de ser penalizada, dejamos de reflejarnos y nos situamos cada vez más lejos. Además, tenemos que aceptar que estamos padeciendo una pandemia imparable por ahora llamada “empobrecimiento político”, que no sería importante si no implicase, la gestión de nuestra sociedad.
La depredación de las empresas públicas, en las que el poder político busca cada día el poner a los suyos y no a los mejores, el controlar y el “oKupar” los espacios, y la eliminación de la independencia de estas, no hace más que dejar claro que donde se está metiendo, no es su lugar.
Bazares de saldos
El intento continuo de romper la separación de poderes, y los “bazares de saldos” de derechos de los ciudadanos, principios y cesiones; puede hacer que pensemos que el Gobierno y la parte política no acaban de encontrar su espacio, que necesitan expandirse, que necesitan habitar todos aquellos sitios con capacidad de convertirse en lugares; pero la triste realidad nos da una conclusión diferente, y es que parece que nada es suficiente, porque la ambición desborda cualquier espacio y expectativa.
El Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, la Fiscalía, El C.I.S., la Radio Televisión Pública, los órganos de control de las Cámaras de Representación, … Definitivamente, no es su lugar, no es el lugar de la parte gobernante.
Todo lo expuesto lo único que hace es ahondar en el descrédito de la ciudadanía, en el alejamiento de esta sobre la política, en el desencanto que existe sobre los líderes y en la sensación de engaño y estafa que muchos sentimos.
Mi madre me decía cuando era pequeña que hay que saber estar en los sitios, que es parte de la educación de cada uno, y sobre todo es muy importante el saber dónde uno NO debe estar (quizás debería decirle a mi madre que haga de coach de algunos de nuestros líderes).
Con todo esto no puedo dejar de pensar en ¿cuál es el lugar de nuestra sociedad? Me lo pregunto porque al no existir límites y sí mucho cansancio, empieza a verse como la sociedad cada vez aguanta menos, y seguramente en algún momento, decida ocupar otro lugar.
Que esta reflexión sirva para que asumamos que todo no vale, que la abstracción no puede ser la norma, como tampoco la mentira ni la depredación de los espacios e instituciones. Que la sociedad hemos dado un dedo de confianza a nuestros gobernantes, pero eso no implica que estos puedan apoderarse de todo nuestro cuerpo y ser. Nuestro lugar, su lugar. Cada en el suyo