Un justificante médico libró ayer a Jésica Rodríguez de tener que comparecer en la comisión de investigación del Senado sobre el caso Koldo, aunque la expareja de José Luis Ábalos acompañó ese documento con un escrito en el que decía a sus señorías: “Pierdan cuidado, yo no cambio de opinión”, aviso a navegantes para dejar clara su intención de seguir manteniendo lo que le dijo al juez del Supremo: que Ábalos, a través de Koldo, le pagaba el pisito “de novios” en el que ella vivía, pisito que pasó a ser “puto piso” según sus propias palabras cuando su relación con el exministro se torció. Jésica admitió además ante el magistrado que había sido contratada por dos empresas públicas, pero que nunca había trabajado. Se le dio un ordenador para que teletrabajara y, como ella no lo utilizaba, acabó dejándoselo a una amiga. Lo único que tenía que hacer era rellenar los partes para justificar el trabajo que supuestamente hacía, pero, al final, fue Joseba García, el hermano de Koldo, quien se ocupó del asunto, porque todo era un lío.
Ya en el siglo XVII Sor Juana Inés de la Cruz planteó un dilema de lo más escandaloso para la época porque, en esos tiempos, la carga de la culpa de cualquier cosa en general caía siempre sobre la mujer, sin embargo, ella se preguntó: “¿Y quién es de más culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?”. Visto desde fuera la actitud de Jésica nos puede parecer escandalosa, y lo era por la caradura que le echó al tema, pero mucho menos que la de la persona que la enchufó e hizo que sus amoríos los pagaran todos los españoles. Llama la atención por ello, el desparpajo de José Luis Ábalos al enfrentarse a la cantidad de datos que están saliendo sobre su vida privada financiada a costa de los españoles. “Nunca he pagado por sexo”, “claro que Jésica iba a trabajar”, “no hay nada de nada…” Sus pobres excusas son similares a las que en su día dio Juan Bernardo Fuentes Curbelo, alias Tito Berni, cuando le acusaron también de hacer fiestas con prostitutas. Yo no puedo hacer eso decía, “porque estoy infartado y soy insulinodependiente”, pero ahí estaban las imágenes del entonces diputado dentro de una habitación en calzoncillos, con mujeres, y no consta que entonces le diera ningún ataque.
Veremos además si acaba en algún sumario la supuesta fiesta de Ábalos en el parador de Teruel con prostitutas traídas desde Valencia. Mientras los españoles estaban recluidos, el entonces ministro de Transportes y el diputado socialista se lo pasaban en grande, aunque luego, eso sí, votaban a favor de una declaración en el Congreso contra la trata de mujeres.
Lo vergonzoso, además, en estos casos, es que mucha gente en el Partido Socialista tenía que saber lo que pasaba y prefirieron mirar hacia otro lado. Y ahora algunos se rasgan las vestiduras y aseguran que están avergonzados por todo lo que se está conociendo. Esto recuerda mucho a la escena del capitán Renault, de la película Casablanca. Él iba todas las noches a jugar al casino del club de Rick pero de vez en cuando le tocaba hacer una redada y decía: “¡Qué escándalo, aquí se juega!”
Porque, ¿qué explicación ha dado Pedro Sánchez al hecho de que su número dos en el partido y ministro de Transportes llevara esta doble vida a costa del erario público? Ninguna. Sólo dijo que en su día había destituido a Ábalos para darle un impulso político al Gobierno, pero, como decía Sófocles: “Una mentira nunca vive hasta hacerse vieja”.