La ministra de Seguridad Social, Elma Sainz, ha resumido el decreto que el martes aprobó el Consejo de ministros con una frase: “Donde ustedes ven cesión, yo veo acuerdo”. Y acuerdo hubo, efectivamente, pero con cesiones, porque ese decreto que no se iba a modificar de ninguna manera, ese “todo o nada”, “sin trocear”, como decía Yolanda Díaz, acabó convenientemente despiezado desde Waterloo con la humillación añadida de ver a unos ministros esperando en la salita anexa al salón del Consejo de Ministros, mientras Félix Bolaños, María Jesús Montero y José Luis Rodríguez Zapatero cerraban a toda prisa con Junts un nuevo texto que poder aprobar ese mismo día. A veces las cosas son como parecen y resulta inútil explicarlas, por eso parece ridículo que el ministro de Justicia asegurara que “hubo cariño” entre el Gobierno y Junts para pactar el nuevo decreto.
La política nacional se parece cada vez más a aquella escena de la película Poderosa Afrodita, en la que el hijo del personaje que interpretaba Woody Allen le preguntaba a su padre: “Papa, ¿aquí quién manda? Y él respondía: “Aquí mando yo, mamá sólo toma las decisiones”. El endiablado reparto parlamentario obliga al Gobierno a bailar al son que marca Puigdemont, aunque al final logre sus fines, por eso, Pedro Sánchez hace buena cada semana la frase de Den Xiaoping: “Gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones”, pero nunca en la reciente historia democrática se había visto una legislatura sometida a una incertidumbre constante.
La portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras, aseguraba ayer: “estas son las cartas” y “nosotros las estamos sabiendo jugar”. Y, así es, poco a poco los independentistas arrancan más concesiones al Gobierno, mientras alternan también algún palito para dejar claro que hay muchas cosas acordadas que el Ejecutivo todavía no ha cumplido.
La debilidad de Sánchez es también su fuerza, porque, en el fondo, el presidente sabe que, con él, nacionalistas e independentistas seguirán obteniendo prebendas que no recibirían si el Gobierno estuviera en manos de PP y Vox. De ahí que, en su comparecencia del martes, dijera que este tipo de cosas hace a su Ejecutivo “más fuerte” porque les recuerdan a todos lo que los otros serían capaces de hacer si llegan a Moncloa.
En esta semana, el PP se ha tragado también su propio sapo. Votará sí al decreto, a pesar de que sigue incluyendo el tema de la okupación (con el matiz de la compensación a los propietarios que sufran daños en su inmueble a causa de ella) y el palacete del PNV. Habrá que escuchar el choteo de los nacionalistas vascos en el debate de convalidación en el Congreso a este cambio de opinión que se hace, dicen en Génova “por responsabilidad”, y porque “los españoles no son responsables de la falta de integridad de Gobierno”. Como decía Winston Churchill: “La mejor dieta para un político es comerse sus propias palabras”.
La legislatura seguirá, “partido a partido”, como decía Sánchez, con permiso de los tribunales, eso sí, pero los partidos seguirán siendo poco aptos para cardiacos, como si todos los días, se jugara un Madrid-City.